Producciones "La Vieja Escuela" Presentan:

viernes, 26 de julio de 2019

Micro-críticas: Cine mexicano. (IV)



Azul Intangible.

Primer largometraje documental de la directora Erendira Valle que a modo de especie de road-movie, pero en el mar sobre un barco llamado sand-man, va documentando y recopilando imágenes y sonidos de los grandes gigantes de nuestros océanos, por la preocupación propia de la directora y su equipo por la problemática que ya a principios de esta década era bastante preocupante en nuestros océanos y el riesgo que corrían las especies que vivían en este por la contaminación, muchos de estos animales en peligro de extinción muy latente.

Con una narración hecha por la propia directora en la que se nota cierto matiz personal, que desde un principio hace hincapié en la importancia que tienen los mares y océanos para la estabilidad ambiental en las ciudades, y más importante, la marca personal que pueden crear en la persona de uno, este documental además de los atributos sonoros y narrativos que puede tener, es un claro ejemplo que menos es más, pero que si esta premisa no se efectúa eficientemente, puede ser un arma de doble filo, Erendira Valle lo comprende perfectamente, y al estar segura de lo que quiere decir y plasmar en su documento, hace que todo lo que vemos sea maravilloso y rico no sólo visualmente, sale bien librada y crea un documental extraordinario. Un documental del cual hace mucho tiempo tenía ganas de escribir.


Oso Polar.

Laureado largometraje del director Marcelo Tobar que ganó muchos premios en numerosos festivales y que llamó la atención, y la sigue llamando por haber sido hecho con teléfonos celulares iphone, es una película en la que convergen muchos conceptos que buscan unir fragmentos de la vida de una persona, y justificar conductas que en nuestra niñez y nuestra adolescencia pueden parecer normales, pero que en realidad son tóxicas y que uno no sabe de que manera pueden repercutir en las personas sobre las que descargamos este veneno que no es heredado ya sea por una mala educación, el reflejo de las conductas de nuestros padres, pero que responde a la premisa de que si "todos somos verdugos de alguien", tarde o temprano todos pagamos.

Otro efectivo road-movie de manera nada convencional en su concepción, no por la forma en que está filmado, o no sólo por eso, sino por la narrativa con la que cuenta; estalla, revive y trata de exponer la naturaleza de sus personajes opresivos y oprimidos por sus pecados del pasado y su nada privilegiado presente, justificar el hecho del abuso que gestaban sobre la figura de nuestro protagónico, Heriberto, quien pareciera ve todo en la distancia como juegos de niños, por la nostalgia que le crea esto, y los demás golpes que la vida le dio, pero no todo es lo que parece al final, unos se eximen de su pasado  con solo pedir perdón por los errores, otros si que deben pagar por no curar sus viejas manías de burlarse del otro por no poder curar sus propios demonios.


La hora de la siesta.

Documental del 2014 de la directora sonorense Carolina Platt, en el cual narra la vida de las familias de 2 de los 49 niños que murieron en la guardería ABC en Sonora en el año 2009 a raíz de dicho accidente, como su vida se transforma de tal grado de no volver a ser como era antes a ese día.

Dentro de las cosas valiosas en el trabajo de Carolina Platt es que enfoca toda su atención, trato y discurso a la vida de estas dos familias, la primera, es de un papá que pierde a su niña y cómo luego de estar en la lucha por buscar justicia este encuentra en la figura de su hijastra el deseo de ser otra vez el papá de una niña, y como se siente un duelo en él por no desplazar el recuerdo de lo que perdió aquél fatídico día. La segunda familia, se enfoca en la figura de la madre que luego de la perdida de su pequeño cae en una depresión muy fuerte de la cual tiene que someterse a muchas terapias y estadías en centro de ayuda para superar el trauma, y como esto también afecta e involucra sus otros dos hijos y su pareja, que es quien toma el papel de la mamá en esos momentos.

La directora hace un poema con su documental visualmente hablando, no vuelve nunca el discurso de este en un panfleto común de denuncia contra culpables, sino que hace de la manera más sutil y emotiva, que uno entienda lo de una manera real lo que las familias de quien pierde a un ser querido en un evento como este a causa de la negligencia de los responsables que todos conocemos, sufren.

Documental más que imprescindible para quien quiere conocer los alcances del documental como formación cultural, para quien piensa que los documentales no son necesarios, para quien quiera ver la realidad a detalle, ver esas cosas a las que deberíamos de poner atención.


Lupe bajo el sol.

Película que si bien es una ficción, tiene ciertos tintes de documental que no se puede sacar de encima su director, el hasta ese momento documentalista Rodrigo Reyes. En este hace una exploración a la vida y rutina de un jornalero migrante que ya a su avanzada edad empieza a sentir los estragos de su salud física y mental por la vida rutinaria que se lleva en soledad.

Lo interesante y realmente valioso de esta película es el hecho de que su director hace a bien explorar el fenómeno de la migración desde una figura que al menos yo no recuerdo haber visto empleada: cuando el migrante se vuelve muy mayor, como esto le imposibilita de a poco hacerse cargo por si solo, como se va abandonando de a poco a los malos hábitos alimenticios, a pesar de la preocupación propia por su vida. Lo más fácil hubiera sido que el director al ser una ficción hubiera utilizado recursos para enriquecer su trama, pero es claro que el quiere recrear el efecto que tiene la soledad en un migrante de esa edad (el proyecto al principio buscaba ser un documental, pero por cuestión que raya más en lo personal del director, esta se modificó, además de que también un producto original se agradece, y no amañado por trucos para hacer de su trama mas interesante o "entretenida").

Todo mundo tenemos o hemos tenido un familiar inmigrante en el vecino país del norte, ya sea con papeles o indocumentado, y ahora recuerdo un texto que hace unos años compartí en el blog escrito por Christian Sida (que les dejo aquí) sobre el como las personas que viven indocumentadas en Estados Unidos, ya sea por la soledad, por la discriminación, por las largas jornadas de trabajos, o terminan muertos, o terminan presos, o terminan siendo drogadictos, al cabo que dejan a su familia sola en México, sin ser de aquí ni de allá, y esta película es un extraordinario ejercicio para preguntarnos: ¿y qué pasa cuando esa persona que antes vivía y estaba tan bien allá, un día ya no puede valerse por si sola y quiere regresar?


La casa triste.

Cortometraje de animación de la directora Sofia Carrillo del año 2013 realizado por la técnica de stop motion y que me parece es algo que al menos yo no había visto empleado tan magníficamente en el cine mexicano.

La historia que relata es la de una familia (considero es la historia de su familia) desde sus abuelos en 1927, y todo lo que tuvieron que pasar ellos y sus hijos.

Además de la manufactura impecable como ya lo he mencionado de la técnica de animación con la que plasma su historia, elementos como la música, como utiliza los juguetes para imprimirles con su estática expresión, un valor narrativo y emocional diferentemente tratado como todo el mundo lo conoce, es uno de esos proyectos que deberían de mostrarse incluso en escuelas. Un extraordinario trabajo al cual no es difícil encontrarle atributos y tomarle cariño.


Los reyes del pueblo que no existe.

Largometraje documental de la directora Betzabé García que documenta la vida de las tres últimas familias (y un burro que luego tiene cierto protagonismo) que viven en uno de los pueblos que fueron inundados por el cauce de la presa Picachos en el estado de Sinaloa, de donde sacaron a las familias del lugar para reubicarlas en lugares donde no cuentan con los servicios básicos para vivir. Además del hecho de que tienen que vivir atrapados la mayoría del año en la que no pueden salir del lugar sino es con lancha, tienen que sortear con problemas como la inseguridad que se vive en esta zona del país al quedar abandonados. Una familia que no se quiere ir porque en ese lugar tienen su patrimonio, como lo es su tortillería, además de una promesa que hicieron de cuidar la capilla del lugar, la otra son un par de ancianos y su hijo que no se pueden ir, y la otra una pareja también de señores mayores que dicen tener en ese lugar todo lo que necesitan para vivir ahí hasta el día de su muerte.

El valor visual que tiene este trabajo es extraordinario, pocos documentales he visto con una técnica tan limpia en su fotografía, y la narrativa es impecable.

Desde ya es uno de mis documentales mexicanos favoritos, y más directos en su crítica. Interesante complementar la vista de este documental con el corto Unsilenced - Atilano.


Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo.

Extraordinario documental de la directora Yulene Olaizola en la que cuenta la relación que tuvo su abuela con un peculiar joven que vivió en su casa durante 8 años. Al principio el documental lleva cierto ritmo y forma en el que parece nos narran la vida de un joven con cierto talento nato, pero conforme avanza la trama el discurso del mismo se va transformando de manera muy impecable llevándonos a un punto en el que tanto el documental como ninguno de los personajes de la vida real que vemos retratados, (al menos los protagónicos) son los que en un principio pensábamos. Un documental que aborda cuestiones sobre el pasado que no queremos revelar, un interrogador que no cuestiona, pero que muestra como lo que el otro jamás confiesa, el otro deduce. Una edición magnífica, que de alguna manera juega con la narrativa del documental, y que es un claro ejercicio y ejemplo que se puede contar una historia de manera original y diferente, incluso con las deficiencias que pudieran presentarse por no tener el equipo más sofisticado de realización.


La nuca desnuda de Olivia.

Cortometraje de ficción de la cineasta duranguense Deniss Barreto que desde una perspectiva muy femenina, pero de naturalidad desbordante, nos muestra un coming-of-age de una adolescente que siente cierta atracción sin saber de que tipo por su vecina mayor que ella, pero también muy joven llamada Olivia. Una tarde Olivia la invita a caminar junto a ella, es estando junto a ella, adentrándose un poco más cerca de su mundo o la visión que hasta entonces ella tenía sobre la chica a la que no dejaba de mirar, que se produce cierto despertar en ella, un despertar que se alimenta de silencios que son llenados por nuestro propio despertar y pensamientos, o los recuerdos que pueden ser evocados por nuestros recuerdos de esa época de juventud.

Una muestra de como en un lapso de diez minutos uno puede ver cierta exploración a la naturaleza de las relaciones entre dos personas indiferentemente del sexo que estas sean, un cortometraje lleno de detalles que desbordan y que se sienten muy naturales en su entorno y elemento.

Trabajo con el que tuvo una de sus primeras proyecciones con público nada más y nada menos que en el Festival Internacional de Cine de Morelia, Deniss quizá sea de las promesas jóvenes en Durango que mediante un lenguaje muy propio, y una linea argumental que me hace evocar a los trabajos de la extraordinaria Sofia Coppola, logra plasmar una esencia en sus trabajos que no hacen más que enaltecer la figura femenina como ya lo dije, de manera natural y no llevando el discurso a una zona forzada, o políticamente correcta.



jueves, 25 de julio de 2019

Disco De Oro de Little Jesus.


Disco De Oro es el material discográfico más reciente de los oriundos de la Ciudad de México: Little Jesus.

Muy alejado del estilo musical de sus dos anteriores trabajos discográficos, o quizá no tanto, denotan cierta evolución en su música, con el mayor empleo de sintetizadores y no todo enfocado en el poder de las guitarras eléctricas, y las letras tienen algo de trabajo en conjunto con las melodías más depurado, se siente que hay un esfuerzo en encontrar las palabras correctas, y no con eso trato de decir que en los pasados no se notara un trabajo en las letras, es más que en los discos pasados había algo en las canciones que uno hacía creer que eran canciones con las que tenían mucho tiempo, se sentía que eran canciones que conocían muy bien, que las habían trabajado por años, en este nuevo disco, se siente todo muy nuevo, pero no por eso se siente como un trabajo apresurado.

Hasta la primera mitad del año en curso puedo decir que este es mi disco favorito (aún no puedo decir que de todo el año, faltan varios meses, y con estos el nuevo disco de The Lumineers, el cual espero con muchas ansias) a pesar que desde mi perspectiva no es un disco perfecto, me explico.

Hay un montón de razones que para mi lo hacen un disco entrañable, más allá de las otrariedades que ya mencioné en cuanto a sus trabajos anteriores (que en entrevistas los Little hacen entre ver, y no es que sea un secreto ni nada, todos sus materiales hasta ahora, La Trilogía del Alien como muchos la llaman, se conectan de alguna manera, más allá de lo del alien) para empezar las referencias obvias que hace a cosas de los noventa son clave para que todos los que siendo niños o jóvenes en los 80's y 90's lo sintamos cercano, nuestro; desde la música, referencias musicales, sus videoclips, sus referencias cinematográficas, y lo que ha mi más poderosamente me ha llamado la atención: como mezclando andanzas personales de los integrantes de la banda, hacen un paralelismo con las aventuras narradas en el libro Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño, un libro que empecé a leer luego de la publicación del segundo sencillo del disco Fuera de Lugar, que hacen referencias muy sutiles a situaciones, la identidad de los dos personajes principales de la novela, y sus viajes, como lo es en canciones como la ya mencionada, Gracias Por Nada, En Otro Planeta, Los Ángeles California, y Un Plan Espectacular. La nostalgia de la juventud y nuestras tardes con los amigos son más remitidas en sus videoclips que en las canciones, bien claro está en los tres publicados hasta el momento: Los Años Maravillosos, Fuera de Lugar (quien no recuerda esas retas de futból en los llaneros en el interior) y Disco de Oro, pero una de las canciones más nostalgia remite es la llamada Ahí Te Ves, aparte de la de Los Años Maravillosos en su letra, de la cual ya escribí algo por acá. Las referencias cinematográficas de la banda se hacen presentes no sólo en las letras de varias de las canciones, sino también en los títulos de algunas: Duro de Matar, Cine de Permanencia Voluntaria, y Volver al Futuro, que tocado el tema de esta canción pasamos a la parte no tan buena del disco.

Como ya lo dije, si por una parte, el disco denota una evolución en cuanto al rock puro que manejaron sobretodo en su primer material con influencias post-punk y de rock clásico, en este con la integración de los sintetizadores, y la clara intención de alcanzar más público y acceder al mercado de masas al que someten todas las grandes productoras de música a sus firmantes, con esta "evolución" vino un retroceso, o más que un retroceso, la inclusión de los Jesus a la hoy llamada música urbana. Canciones como Disco de Oro, y la antes mencionada Volver al Futuro, si bien hay algo en la letra de estas que une de cierta manera su argumento a ciertas lineas de las otras canciones del disco, la música raya más allá de lo permitido a mi parecer de saber si estás en una calidad a la par del material completo, o de las demás canciones, o acorde a lo que es el disco, o no; se arriesgaron, a mi parecer no salen tan bien librados, para algunos otros tal vez si, pero igual es algo que se entiende, y se respeta.

Otra peculiaridad son las referencias que se hacen a las iniciales del nombre DDO, que hacen referencias a frases como: dedo, denominación de origen, días de ocio, dos de oreja, etc.

Para terminar menciono referencias musicales de los Jesus en el material, por un lado están las obvias como a Radiohead, o a su grupo cercano de amigos en el indie-rock mexicano, como la que hacen a Los Románticos de Zacatecas, no sólo en sus videos, sino también en sus canciones.

Y haciendo referencia y homenaje al recién fallecido maestro Armando Ramírez me despido diciendo: "échenle una oída a la nueva sangre del indie-rock-contemporáneo mexica, pues total, que tanto es, tantitiiiito".

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lunes, 22 de julio de 2019

Dolor y gloria.




 Antes de empezar a escribir el análisis de esta película pensaba en posibles nombres para el mismo, pero se me habían ocurrido tantos, y muy buenos, que al final desistí y opté por poner sólo el título de la película, que cabe aclarar que quizá sea el mejor film de Almodóvar en lo que va de la década.

No profundizaré mucho en la trama de la película porque considero que, además de que es una película que en muchas partes aun no se estrena, y probablemente no vaya a tener estreno comercial por el problema que tienen los complejos de distribución en México, y que constantemente hemos venido recalcando; sin lugar a dudas muchos de los que lean este texto querrán verla sin que se les revele algo sobre la trama ya que la puedan ver en algún espacio alternativo, o en algún canal de streaming. Además, considero que esta película se tiene que ver sin saber nada, con el gozo de verla y entrar en su juego, porque como dijo un buen amigo, es de esas películas que a uno le reafirman el amor por la cinefília.

Lo que es evidente y que todo mundo sabe de la trama de la película, es que va sobre un director de cine que se encuentra en una especie de retiro o bloqueo por los males que lo aquejan tanto física como emocionalmente, pero luego de que va desenterrando y sanando algunas relaciones de su pasado, en torno a su trabajo, a su vida personal, a su infancia, algunas de manera poco ortodoxas, el director encuentra una vez más el sentido de la vida y la fortaleza para hacer lo que más ama, lo único que sabe hacer, que es escribir y filmar.

Otra cosa que es evidente a los ojos de cualquier espectador que conozca un poco o mucho de la filmografía e historia de Almodóvar, es que seguramente es su trabajo más personal y sin lugar a dudas tiene muchos matices de autobiográficos. Cuestiones como sus películas, su amor y acercamiento al arte más que al cine en particular, sus actores, (es increíble ver a Cecilia Roth al principio de la cinta, justo después de ese increíble inicio) sus relaciones, sus primeros trabajos, sus viajes, su ciudad; están presentes, a la par de la ficción que figura alrededor del director, como el como sus experiencias y las personas que lo marcaron van formando lo que escribe, y lo que escribe a su vez va formando lo que él vive ahora, lo cual nos puede hablar un poco de como el creador de alguna manera debe experimentar lo que está creando. Antonio Banderas representando al alter ego de Almodóvar sin lugar a dudas firma su mejor actuación en muchísimo tiempo, y le da un gran parecido tanto en el peinado como en su personalidad. Otra cuestión personal que está muy presente y en la que se mueve mucho la trama de la película, es la relación que tenía con su madre, y como este la piensa y la recrea, en la cual no profundizaré para no arruinarles la experiencia al verla, pero que si es muy significativa, y en verdad que agasajo es ver a Penélope Cruz actuar en las películas de Almodóvar. La forma en como a raíz de detalles de su vida en el presente, ya sea estando lúcido, o en sus sueños, el personaje del director rememora los recuerdos de su infancia, (pasajes claramente influenciados por el neorrealismo italiano) es excelsa. Entre las pocas cosas que luego mientras la veía me producían un poco de ruido, era como había huecos muy grandes en el argumento de su infancia, y como estas cosas no se presentaban de manera cronológica, pero a medida que la película avanza uno se da cuenta que simplemente hay una razón para ello, es lo que tiene que estar, ni más, ni menos. Y la que quizá me hacía aún más ruido era el color de los ojos de su madre, pero al final todo está perfectamente justificado, se nos da un giro de tuerca que no hace más que hacernos comprender y confirmar el gran director que es Almodóvar, y que de alguna manera si uno pusiera atención a todos los detalles que nos da la película, desde el inicio ya se podía leer. Ese final es de esos finales que no muy fácilmente se olvidan.

Otra cosa que es casi orgásmica para el que disfruta las películas de Almodóvar, es la escenografía y todo lo referente al diseño de producción, la paleta de colores siempre tan distintiva en Almodóvar, ¡vamos! Que es que no hay un director en el cine que utilice el color rojo tan increíblemente como lo hace Almodóvar, comentábamos los asistentes de la proyección en la que tuvimos el justo y placer de asistir. (Quizá Kar-Wai sea el que quizá le compita en eso, pero en el cine de Almodóvar es más constante en todas sus películas, en Kar-Wai no es en todas sus películas)

La música de igual manera es un agasajo, a cargo del siempre leal Alberto Iglesias, todos los actores están extraordinarios, quizá resaltar el trabajo de Asier Etxeandia, quien en determinada parte de la película lleva un peso dramático y emocional del cual sale de la pantalla y nos empapa de toda esa emoción. (En la cual se hace un homenaje a Chavela Vargas increíble [y un poco también al teatro, considero] aunque bueno, eso es muy común en varias películas de Almodóvar)

Por momentos muy intensa, por momentos emotiva, por muchos momentos más muy divertida, (la parte en la que explica con animación como fue su experiencia en el colegio del cual sale siendo un ignorante por su devoción al arte y como sus profesores lo apoyaban en eso, y la cuestión de sus enfermedades y males, es muy buena) es una película completamente redonda a mi parecer, sin lugar a dudas para muchos es la reina sin corona del pasado Festival de Cannes, en la cual sólo se llevó el premio a Mejor Actor para Antonio Banderas, quizá también premiando por medio de éste a la figura de Pedro Almodóvar.

Sin duda desde ya es una clara ingresada a la lista de mis películas favoritas del año, y con un puesto muy honroso. Quizá sea la película que mejor le hace también un tributo al cine como tal en lo que va de la década, y eso me hace recordar a películas como 8 1/2 de Federico Fellini, y también a Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore, que también comprenden un poco ficción con un poco de autobiográficas, que juntan al director con su historia y su amor al cine reflejado en cine.


Frases de drexler.






En tren con destino errado se va mas lento que andando a pie.


Hay quien dice que el camino te enseña cosas, yo no lo sé.


No hay tiempo perdido peor que el perdido en añorar.


Conozco esa carretera como a tu cuerpo en la oscuridad, porque sólo conozco deberás lo que una vez tuve que añorar.



Añoro esa lejanía como a mi propia felicidad, aunque a veces se añora en la vida algo que nunca llegó a pasar.


Por la misma senda que el amor abrió la pena camina.


Pero el tiempo pasa y el dolor también te enseña el camino.


La guerra y la vanidad comen en la misma mesa.


A mi me basta con una de tus miradas.



Siento que no tengo nada cuando no tengo tus besos.


Todo dura nada.


¿Quién quiere estar girando por siempre mirando su ombligo?


¿Qué habré hecho yo de bueno para que la vida crea que yo te merecía?


Este es tu sitio, esta es tu taza de café. No digas nada, dices con la mirada más de lo que crees.



No creo en la eternidad de las peleas, ni en las recetas de la felicidad.


Yo llevo tu sonrisa como bandera.


No es la luz, lo que importa en verdad son los 12 segundos de oscuridad.


De poco le sirve al navegante que no sepa esperar.


Pie detrás de pie, no hay otra manera de caminar.


Todas las versiones encuentran sitio en mi mesa.


No quiero que lleves de mi nada que no te marque, el tiempo dirá si al final nos valió lo dolido. Perderme por lo que yo vi, te rejuvenece.



Cuanto te quise, quizá, seguirás sin saberlo.


La fidelidad, brumosa palabra.


Tantos planes, tantos planes vueltos espuma. Tú por ejemplo tan a tiempo y tan, inoportuna.


Que raro que seas tú quien me acompañe, soledad. A mi que nunca supe bien como estar solo.


Las lagrimas van al cielo y vuelven a tus ojos desde el mar. El tiempo se va, se va y no vuelve.


Y aunque parezca mentira, tu corazón va a sanar, va a sanar y va a volver a quebrarse, mientras le toque pulsar.



Y nadie nace sabiendo que morir también es ley de vida.


Todas las horas, todos los besos, cada recuerdo que fuimos echando en el fuego. Un día tal vez darán calor.


Y esta canción que se disipa en el viento, como señales de humo, busca un cielo en que la leas tú.


Ya hacíamos música muchísimo antes de conocer la agricultura.


No tenemos pertenencias, sino equipaje.



De ningún lado del todo y de todos lados un poco.


Buscábamos oxigeno, encontramos sueños.


Si quieres que algo se muera, déjalo quieto.


Aunque todos creen que han inventado algo, siguen siendo las mismas las canciones.


Bésame ahora antes que diga algo completamente inadecuado.



Prefiero una noche entera en vela a tener el alma en vilo.


Prefiero lamer después mis heridas a que tu amor pierda filo.


El tiempo que todo lo cura, también todo lo derrite.


Aprendimos a abrigarnos midiéndonos con el hielo. y le fuimos dando nombres, dijimos: piedra de cielo. Y el planeta tiritó siete mil generaciones, pasando del agua al hielo y del frío a las canciones.


Soy un pescador de sueños, soy un catador de auroras, no cuento más que con mi empeño y esta pluma voladora.


Dejando en la hoja en blanco, cicatrices que el tiempo imprime.

miércoles, 10 de julio de 2019

Chacun son cinéma.


 En el año 2007, el Festival de Cannes, al cumplir 60 años de existencia, convocó a 36 de los mejores directores de cine en activo y vivos que hubieran ganado o postulado en alguna ocasión por la Palma de Oro del prestigioso festival europeo, para que estos realizaran un cortometraje de tres minutos, con todo lo necesario para hacerlo, todo financiado por dicho festival y los patrocinadores eventuales del festival francés, en el que resumieran la experiencia de ver una película en la pantalla.

(Al final la compilación se hizo sólo con 34 cortometrajes, pero dos no se entregaron a tiempo, el de David Lynch y el de los hermanos Coen)

La temática era libre, y cada director plasmó muy a su manera, y desde la perspectiva que cada uno quiso, esta experiencia, a la compilación de estos trabajos se le llamó "Chacun son cinéma". (La traducción se podría decir que es: "Cada quien su cine")

El material de casi 2 horas de duración aborda desde la experiencia que es estar en una sala de cine, y las anécdotas que se pueden dar en esta (como en el cortometraje del italiano Nanni Moretti, el de Roman Polanski, el de Raymund Depardon, o el del gran director nipón Takeshi Kitano) las películas que nos marcaron la vida, y cómo algunos directores rinden homenaje de esta manera a grandes obras de la cinematografía (como es el caso de González Iñárritu con su cortometraje "Anna" en el que homenajea a Godard con su película "Le Mépris", o el de los hermanos Dardenne [quizá mi favorito] homenajeando a la estupenda Al Azar Baltazar de Robert Bresson, el de Andrei Konchalovski homenajeando a 8 1/2, el del taiwanés Hsiao-Hsien homenajeando a Mouchette también de Bresson, o el de Theo Angelopoulos, haciendo doble homenaje tanto a La Notte de Antonioni, como al mismísimo Marcello Mastroianni, actuado por la mismísima Jeanne Moreau), otros lo abordan desde la experiencia de ver cine colectivamente (como el de von Trier, que por cierto, muy a su peculiar manera es muy cómico, o el de Abbas Kiarostami, el de Atom Egoyan, o el de Aki Kaurismaki), otros lo abordaron desde la experiencia misma que es estar en Cannes (como el prodigioso director egipcio Youssef Chahine, con su 47 ans aprés, y el del francés Claude Lelouch), otros apuestan por la denuncia social como Wenders y Cronenberg, y otros más sobre lo mágico que es el cine y como nos conectamos con este arte desde la infancia (como el de Chen Kaige, el de Ming-liang, o el de Zhang Yimou; todos directores de nacionalidad china).

Unos más memorables que otros, (quizá los que menos me gustaron a mi son los de Jane Campion, el de Michael Cimino y el de Walter Salles [también el de Van Sant, el de Kar Wai y el de Ken Loach no me agradaron mucho la verdad, pero a esos si les doy valor por lo que quieren decir y proyectan]) pero sin lugar a dudas que en su conjunto son imprescindibles para la obra (dedicada para Federico Fellini). Chacun son cinéma es indudablemente un trabajo que Cannes regala a todos esos amantes del séptimo arte, como bien lo pregona el tema de la compilación: "Una declaración de amor por la pantalla grande".




martes, 9 de julio de 2019

Grandes directores de los que he visto todas sus películas.


*A excepción de películas que estén por estrenarse este año en cartelera comercial, trabajos que hayan hecho para televisión o series en streaming, o sus primeros cortometrajes (sólo en algunos casos, como en el de González Iñárritu con su reciente "Carne y Arena")


Quentin Tarantino.



Robert Bresson.



Wong Kar-Wai.



Carlos Reygadas.



Krzysztof Kieslowski.



Alejandro González Iñárritu.



Denis Villeneuve




jueves, 4 de julio de 2019

Micro-críticas III



El Discreto Encanto de la Burguesía.
El deambulante paseo por los sueños de un grupo de amigos aristócratas de la sociedad francesa, cuya vida se entrelaza de maneras comunes e insospechadas, y la cena que nunca llega, es este exquisito filme del español Luis Buñuel, cuyo magnífico guion, co-escrito con el también extraordinario Jean-Claude Carriere.
La película es flamante no sólo por su guion, su director o sus actores, sino por todos esos afiches tan bien cimbrados en el cine del aragonés, desde su siempre punzante crítica al militarismo, a la corrupción y el deseo voraz del humano por lo sexual, hasta el onirismo que nos marca en la infancia, la escenificación del espectáculo y el medio del actor por su oficio, todo esto desmarañando y cruzando de un sueño a otro, mientras seguramente la caminata de estos personajes se da en la cabeza de Buñuel, donde no me extrañaría, empezó esta idea.
No hay tela de juicio en que esta es una de sus mejores películas, no cabe duda del por qué los franceses le adoran tanto.

El Viñedo que nos Une.
Una película francesa que tiene muchos elementos en su realización que bien podrían hacerla una de mis películas favoritas de los últimos cinco años del cine que exporta este país, pero que todo a mi parecer se ve opacado por una cosa: su música.
Y el problema es que además de que a mi parecer es malísima, está muy presente, no sólo es conductora de emociones (en algunas escenas muy buena conductora, cabe aclarar, pero sin ínfimas esas escenas en comparación a lo que dura la movie), sino que además se vuelve protagónica, cuando nuestros personajes se iban desarrollando y definiendo perfectamente en eso de media película. Un arranque rápido pero entendible, momentos muy bien logrados que son verdaderamente palpables y reconocibles, y las historias y definición de cada personaje que los hacen únicos están bien, pero la música hace que todo no dé a mi parecer para más.
María Valverde incluso con sus ojeras se ve encantadora.

Los Paragüas de Cherburgo.
Tenía que llegar el año 1964 para que a los americanos se les enseñara como se hace un musical realista, por supuesto, de la mano de uno de los directores más peculiares de la Nueva Ola Francesa.
No soy nada fan de los musicales, pero puedo apreciar de ellos como se aprecia toda expresión artística, los buenos musicales hollywoodenses son buenos a su manera, desde una mirada de la idealización, pero es que es imposible no engancharse de este en particular con esa flamante toma inicial de la lluvia cayendo, y nosotros viendo como empiezan a desfilar los paraguas al ritmo de la extraordinaria música del muy recién finado Michel Legrand.
Una puesta que es llevada con una base musical jamás manipuladora (vamos, que la pista se repite en lo que puede ser una expresión de amor, una despedida, rememorando un tiempo mejor) y que su importancia está en el realismo de sus diálogos, como si no fuera un musical el que estamos viendo, que si bien muy pocas veces estos se ven empañados por la visión de su director idealizando y sacando de este realismo al interacción de los enamorados, no hace tanto ruido como para salir del encanto, que dicho sea de paso es un encanto real, es decir, que lleva un grado de dolor, aunque al final todos por su lado hayan encontrado la felicidad.
No cabe ni por donde objetar que esta película es una clara influencia para la muy contemporánea La la land, y para quien crea que esta es una historia como muchas otras, no se equivoquen: todas las historias son iguales, gracias a la inspiración que les brindaron esta películas y sus natos realizadores.

Big Sleep.
El encanto de este film-noir de 1947 radica en algunos elementos más que importantes que enlistaré a continuación.
En primer lugar mucho nos tiene que decir los nombres de Howard Hawks, William Faulkner y Humphrey Bogart. Es en una cuarta colaboración de director-guionista, y una segunda entre ambos y el actor, que firman una de las más raras y bien ejecutadas obras maestras del cine negro americano de la década de los cuarentas.
Un detective de modos muy singulares es contratado por un anciano e inmovil de las piernas general para que investigue sobre unos chantajes que hace un sujeto para que le pague un dinero que una de sus dos hijas le debe, por su vida descarriada entregada al juego y el vicio libertino de su juventud, este acepta, pero el general le comenta sobre un sujeto al que el detective también conocía y que ha desaparecido sin dejar cuenta atrás, a pesar de lo cercano que era con el viejo. Es cuando el detective Marlowe (ahora caigo en cuenta de donde viene la inspiración del escritor Steve Berry para nombrar así a su personaje protagónico en la novela El Club de París) va descubriendo cosas que involucran a la segunda hija, de quien queda perdidamente enamorado.
Hawks firma una de sus mejores películas, con una dirección prodigiosa, que en su momento los franceses podrían adoptar como suya, por el trato tan impecable al género. Faulkner había escrito sin lugar a dudas un guion perfecto, es enredoso, pero claro, con diálogos, y momentos perfectos para que esta fluyera armoniosamente, hay una comedia inteligente, sofisticada y precisa, que cae para romper el hielo y la estructura en el momento perfecto, incluso hay referencias literarias como la hecha a Proust. Y de Bogart que se puede decir, quizá uno de los diez actores más importantes en la historia del cine, en esta película a mi parecer se consolida como el antihéroe por excelencia de aquella época, con un encanto a pesar de su estatura, como bien él lo dice, era tan buen actor, que quizá lo que le carecía de pulcritud, le sobraba de carisma, y el don de burlarse de sí mismo.

Dos Reinas.
Lastimosamente diré que el comentario sobre esta película será muy breve.
Esta era una película que yo esperaba ver con muchas ansias desde el año pasado, y he de decir que lastimosamente no me dejó satisfecho.
La película en términos generales es muy mediana. Una historia que empieza muy flojita y que involucra, o trata de involucrar muchos temas de peso e importantes en su trama, tales como la religión, el origen, la hermandad, el matrimonio, el feminismo, la satisfacción sexual, el identidad como mujer, pero de todos los temas que trata de desarrollar ninguno se desarrolla completamente y deja la sensación que la película de lo larga que es resulta sosa, vacía, lenta y sin valor.
Temas que históricamente pueden tener sentido, valor y veracidad, y si el director se hubiera enfocado a la lucha sólo del duro camino que era ser un par de gobernantes tratadas de poner en contra las cuales se identificaban como hermanas de lucha en este sentido, y que desgraciadamente no podrían hacer nada conociendo desde un principio su final destino infeliz, hubiera sido una mejor película, Y no quiero que se malinterprete mi comentario diciendo esto, que se piense que esto no está palpable, si lo está, pero hay tantos temas al rededor que no se nota con la fuerza que debería, así como no se notan como deberían sus protagonistas. Sus actuaciones las siento medianas en comparación a lo que en otros trabajos han demostrado. Para mi sorpresa me gustó más Margot Robbie que Saoirse Ronan, a pesar que Margot aparece menos que Ronan, y no cabe duda que el título original de la película es por demás mejor que el que le pusieron en México, tan fácil que era sólo traducirlo: Mary, Reina de Escocia.


lunes, 1 de julio de 2019

Las babas del diablo.


Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.

         Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un modo de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar es también una máquina (de otra especie, una Cóntax 1.1.2) y a lo mejor puede ser que una máquina sepa más de otra máquina que yo, tú, ella —la mujer rubia— y las nubes. Pero de tonto sólo tengo la suerte, y sé que si me voy, esta Rémington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven. Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto (y vivo, no se trata de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de alguna manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del comienzo, que al fin y al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere contar algo).

          De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente por qué acepta una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y contar, porque al fin y al cabo nadie se avergüenza de respirar o de ponerse los zapatos; son cosas que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro... Siempre contarlo, siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago.

          Y ya que vamos a contarlo pongamos un poco de orden, bajemos por la escalera de esta casa hasta el domingo 7 de noviembre, justo un mes atrás. Uno baja cinco pisos y ya está en el domingo, con un sol insospechado para noviembre en París, con muchísimas ganas de andar por ahí, de ver cosas, de sacar fotos (porque éramos fotógrafos, soy fotógrafo). Ya sé que lo más difícil va a ser encontrar la manera de contarlo, y no tengo miedo de repetirme. Va a ser difícil porque nadie sabe bien quién es el que verdaderamente está contando, si soy yo o eso que ha ocurrido, o lo que estoy viendo (nubes, y a veces una paloma) o si sencillamente cuento una verdad que es solamente mi verdad, y entonces no es la verdad salvo para mi estómago, para estas ganas de salir corriendo y acabar de alguna manera con esto, sea lo que fuere.

          Vamos a contarlo despacio, ya se irá viendo qué ocurre a medida que lo escribo. Si me sustituyen, si ya no sé qué decir, si se acaban las nubes y empieza alguna otra cosa (porque no puede ser que esto sea estar viendo continuamente nubes que pasan, y a veces una paloma), si algo de todo eso... Y después del «si», ¿qué voy a poner, cómo voy a clausurar correctamente la oración? Pero si empiezo a hacer preguntas no contaré nada; mejor contar, quizá contar sea como una respuesta, por lo menos para alguno que lo lea.

          Roberto Michel, franco-chileno, traductor y fotógrafo aficionado a sus horas, salió del número 11 de la rue Monsieur-le-Prince el domingo siete de noviembre del año en curso (ahora pasan dos más pequeñas, con los bordes plateados). Llevaba tres semanas trabajando en la versión al francés del tratado sobre recusaciones y recursos de José Norberto Allende, profesor en la Universidad de Santiago. Es raro que haya viento en París, y mucho menos un viento que en las esquinas se arremolinaba y subía castigando las viejas persianas de madera tras de las cuales sorprendidas señoras comentaban de diversas maneras la inestabilidad del tiempo en estos últimos años. Pero el sol estaba también ahí, cabalgando el viento y amigo de los gatos, por lo cual nada me impediría dar una vuelta por los muelles del Sena y sacar unas fotos de la Conserjería y la Sainte-Chapelle. Eran apenas las diez, y calculé que hacia las once tendría buena luz, la mejor posible en otoño; para perder tiempo derivé hasta la isla Saint-Louis y me puse a andar por el Quai d'Anjou, miré un rato el hotel de Lauzun, me recité unos fragmentos de Apollinaire que siempre me vienen a la cabeza cuando paso delante del hotel de Lauzun (y eso que debería acordarme de otro poeta, pero Michel es un porfiado), y cuando de golpe cesó el viento y el sol se puso por lo menos dos veces más grande (quiero decir más tibio pero en realidad es lo mismo), me senté en el parapeto y me sentí terriblemente feliz en la mañana del domingo.

          Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. No se trata de estar acechando la mentira como cualquier repórter, y atrapar la estúpida silueta del personajón que sale del número 10 de Downing Street, pero de todas maneras cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche. Michel sabía que el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa (ahora pasa una gran nube casi negra), pero no desconfiaba, sabedor de que le bastaba salir sin la Contax para recuperar el tono distraído, la visión sin encuadre, la luz sin diafragma ni 1/250. Ahora mismo (qué palabra, ahora, qué estúpida mentira) podía quedarme sentado en el pretil sobre el río, mirando pasar las pinazas negras y rojas, sin que se me ocurriera pensar fotográficamente las escenas, nada más que dejándome ir en el dejarse ir de las cosas, corriendo inmóvil con el tiempo. Y ya no soplaba viento.

          Después seguí por el Quai de Bourbon hasta llegar a la punta de la isla, donde la íntima placita (íntima por pequeña y no por recatada, pues da todo el pecho al río y al cielo) me gusta y me regusta. No había más que una pareja y, claro, palomas; quizá alguna de las que ahora pasan por lo que estoy viendo. De un salto me instalé en el parapeto y me dejé envolver y atar por el sol, dándole la cara, las orejas, las dos manos (guardé los guantes en el bolsillo). No tenía ganas de sacar fotos, y encendí un cigarrillo por hacer algo; creo que en el momento en que acercaba el fósforo al tabaco vi por primera vez al muchachito.

          Lo que había tomado por una pareja se parecía mucho más a un chico con su madre, aunque al mismo tiempo me daba cuenta de que no era un chico con su madre, de que era una pareja en el sentido que damos siempre a las parejas cuando las vemos apoyadas en los parapetos o abrazadas en los bancos de las plazas. Como no tenía nada que hacer me sobraba tiempo para preguntarme por qué el muchachito estaba tan nervioso, tan como un potrillo o una liebre, metiendo las manos en los bolsillos, sacando en seguida una y después la otra, pasándose los dedos por el pelo, cambiando de postura, y sobre todo por qué tenía miedo, pues eso se lo adivinaba en cada gesto, un miedo sofocado por la vergüenza, un impulso de echarse atrás que se advertía como si su cuerpo estuviera al borde de la huida, conteniéndose en un último y lastimoso decoro.

          Tan claro era todo eso, ahí a cinco metros—y estábamos solos contra el parapeto, en la punta de la isla— que al principio el miedo del chico no me dejó ver bien a la mujer rubia. Ahora, pensándolo, la veo mucho mejor en ese primer momento en que le leí la cara (de golpe había girado como una veleta de cobre, y los ojos, los ojos estaban ahí), cuando comprendí vagamente lo que podía estar ocurriéndole al chico y me dije que valía la pena quedarse y mirar (el viento se llevaba las palabras, los apenas murmullos). Creo que sé mirar, si es que algo sé, y que todo mirar rezuma falsedad, porque es lo que nos arroja más afuera de nosotros mismos, sin la menor garantía, en tanto que oler, o (pero Michel se bifurca fácilmente, no hay que dejarlo que declame a gusto). De todas maneras, si de antemano se prevé la probable falsedad, mirar se vuelve posible; basta quizá elegir bien entre el mirar y lo mirado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena. Y. claro, todo esto es más bien difícil.

          Del chico recuerdo la imagen antes que el verdadero cuerpo (esto se entenderá después), mientras que ahora estoy seguro que de la mujer recuerdo mucho mejor su cuerpo que su imagen. Era delgada y esbelta, dos palabras injustas para decir lo que era, y vestía un abrigo de piel casi negro, casi largo, casi hermoso. Todo el viento de esa mañana (ahora soplaba apenas, y no hacía frío) le había pasado por el pelo rubio que recortaba su cara blanca y sombría —dos palabras injustas— y dejaba al mundo de pie y horriblemente solo delante de sus ojos negros, sus ojos que caían sobre las cosas como dos águilas, dos saltos al vacío, dos ráfagas de fango verde. No describo nada, trato más bien de entender. Y he dicho dos ráfagas de fango verde.

          Seamos justos, el chico estaba bastante bien vestido y llevaba unos guantes amarillos que yo hubiera jurado que eran de su hermano mayor, estudiante de derecho o ciencias sociales; era gracioso ver los dedos de los guantes saliendo del bolsillo de la chaqueta. Largo rato no le vi la cara, apenas un perfil nada tonto —pájaro azorado, ángel de Fra Filippo, arroz con leche— y una espalda de adolescente que quiere hacer judo y que se ha peleado un par de veces por una idea o una hermana. Al filo de los catorce, quizá de los quince, se lo adivinaba vestido y alimentado por sus padres pero sin un centavo en el bolsillo, teniendo que deliberar con los camaradas antes de decidirse por un café, un coñac, un atado de cigarrillos. Andaría por las calles pensando en las condiscípulas, en lo bueno que sería ir al cine y ver la última película, o comprar novelas o corbatas o botellas de licor con etiquetas verdes y blancas. En su casa (su casa sería respetable, sería almuerzo a las doce y paisajes románticos en las paredes, con un oscuro recibimiento y un paragüero de caoba al lado de la puerta) llovería despacio el tiempo de estudiar, de ser la esperanza de mamá, de parecerse a papá, de escribir a la tía de Avignon. Por eso tanta calle, todo el río para él (pero sin un centavo) y la ciudad misteriosa de los quince años, con sus signos en las puertas, sus gatos estremecedores, el cartucho de papas fritas a treinta francos, la revista pornográfica doblada en cuatro, la soledad como un vacío en los bolsillos, los encuentros felices, el fervor por tanta cosa incomprendida pero iluminada por un amor total, por la disponibilidad parecida al viento y a las calles.

          Esta biografía era la del chico y la de cualquier chico, pero a éste lo veía ahora aislado, vuelto único por la presencia de la mujer rubia que seguía hablándole. (Me cansa insistir, pero acaban de pasar dos largas nubes desflecadas. Pienso que aquella mañana no miré ni una sola vez el cielo, porque tan pronto presentí lo que pasaba con el chico y la mujer no pude más que mirarlos y esperar, mirarlos y...) Resumiendo, el chico estaba inquieto y se podía adivinar sin mucho trabajo lo que acababa de ocurrir pocos minutos antes, a lo sumo media hora. El chico había llegado hasta la punta de la isla, vio a la mujer y la encontró admirable. La mujer esperaba eso porque estaba ahí para esperar eso, o quizá el chico llegó antes y ella lo vio desde un balcón o desde un auto, y salió a su encuentro, provocando el diálogo con cualquier cosa, segura desde el comienzo de que él iba a tenerle miedo y a querer escaparse, y que naturalmente se quedaría, engallado y hosco, fingiendo la veteranía y el placer de la aventura. El resto era fácil porque estaba ocurriendo a cinco metros de mí y cualquiera hubiese podido medir las etapas del juego, la esgrima irrisoria; su mayor encanto no era su presente, sino la previsión del desenlace. El muchacho acabaría por pretextar una cita, una obligación cualquiera, y se alejaría tropezando y confundido, queriendo caminar con desenvoltura, desnudo bajo la mirada burlona que lo seguiría hasta el final. O bien se quedaría, fascinado o simplemente incapaz de tomar la iniciativa, y la mujer empezaría a acariciarle la cara, a despeinarlo, hablándole ya sin voz, y de pronto lo tomaría del brazo para llevárselo, a menos que él, con una desazón que quizá empezara a teñir el deseo, el riesgo de la aventura, se animase a pasarle el brazo por la cintura y a besarla. Todo esto podía ocurrir, pero aún no ocurría, y perversamente Michel esperaba, sentado en el pretil, aprontando casi sin darse cuenta la cámara para sacar una foto pintoresca en un rincón de la isla con una pareja nada común hablando y mirándose.

          Curioso que la escena (la nada, casi: dos que están ahí, desigualmente jóvenes) tuviera como un aura inquietante. Pensé que eso lo ponía yo, y que mi foto, si la sacaba, restituiría las cosas a su tonta verdad. Me hubiera gustado saber qué pensaba el hombre del sombrero gris sentado al volante del auto detenido en el muelle que lleva a la pasarela, y que leía el diario o dormía. Acababa de descubrirlo, porque la gente dentro de un auto detenido casi desaparece, se pierde en esa mísera jaula privada de la belleza que le dan el movimiento y el peligro. Y sin embargo el auto había estado ahí todo el tiempo, formando parte (o deformando esa parte) de la isla. Un auto: como decir un farol de alumbrado, un banco de plaza. Nunca el viento, la luz del sol, esas materias siempre nuevas para la piel y los ojos, y también el chico y la mujer, únicos, puestos ahí para alterar la isla, para mostrármela de otra manera. En fin, bien podía suceder que también el hombre del diario estuviera atento a lo que pasaba y sintiera como yo ese regusto maligno de toda expectativa. Ahora la mujer había girado suavemente hasta poner al muchachito entre ella y el parapeto, los veía casi de perfil y él era más alto, pero no mucho más alto, y sin embargo ella lo sobraba, parecía como cernida sobre él (su risa, de repente, un látigo de plumas), aplastándolo con sólo estar ahí, sonreír, pasear una mano por el aire. ¿Por qué esperar más? Con un diafragma dieciséis, con un encuadre donde no entrara el horrible auto negro, pero sí ese árbol, necesario para quebrar un espacio demasiado gris...

          Levanté la cámara, fingí estudiar un enfoque que no los incluía, y me quedé al acecho, seguro de que atraparía por fin el gesto revelador, la expresión que todo lo resume, la vida que el movimiento acompasa pero que una imagen rígida destruye al seccionar el tiempo, si no elegimos la imperceptible fracción esencial. No tuve que esperar mucho. La mujer avanzaba en su tarea de maniatar suavemente al chico, de quitarle fibra a fibra sus últimos restos de libertad, en una lentísima tortura deliciosa. Imaginé los finales posibles (ahora asoma una pequeña nube espumosa, casi sola en el cielo), preví la llegada a la casa (un piso bajo probablemente, que ella saturaría de almohadones y de gatos) y sospeché el azoramiento del chico y su decisión desesperada de disimularlo y de dejarse llevar fingiendo que nada le era nuevo. Cerrando los ojos, si es que los cerré, puse en orden la escena, los besos burlones, la mujer rechazando con dulzura las manos que pretenderían desnudarla como en las novelas, en una cama que tendría un edredón lila, y obligándolo en cambio a dejarse quitar la ropa, verdaderamente madre e hijo bajo una luz amarilla de opalinas, y todo acabaría como siempre, quizá, pero quizá todo fuera de otro modo, y la iniciación del adolescente no pasara, no la dejaran pasar, de un largo proemio donde las torpezas, las caricias exasperantes, la carrera de las manos se resolviera quién sabe en qué, en un placer por separado y solitario, en una petulante negativa mezclada con el arte de fatigar y desconcertar tanta inocencia lastimada. Podía ser así, podía muy bien ser así; aquella mujer no buscaba un amante en el chico, y a la vez se lo adueñaba para un fin imposible de entender si no lo imaginaba como un juego cruel, deseo de desear sin satisfacción, de excitarse para algún otro, alguien que de ninguna manera podía ser ese chico.

          Michel es culpable de literatura, de fabricaciones irreales. Nada le gusta más que imaginar excepciones, individuos fuera de la especie, monstruos no siempre repugnantes. Pero esa mujer invitaba a la invención, dando quizá las claves suficientes para acertar con la verdad. Antes de que se fuera, y ahora que llenaría mi recuerdo durante muchos días, porque soy propenso a la rumia, decidí no perder un momento más. Metí todo en el visor (con el árbol, el pretil, el sol de las once) y tomé la foto. A tiempo para comprender que los dos se habían dado cuenta y que me estaban mirando, el chico sorprendido y como interrogante, pero ella irritada, resueltamente hostiles su cuerpo y su cara que se sabían robados, ignominiosamente presos en una pequeña imagen química.

          Lo podría contar con mucho detalle pero no vale la pena. La mujer habló de que nadie tenía derecho a tomar una foto sin permiso, y exigió que le entregara el rollo de película. Todo esto con una voz seca y clara, de buen acento de París, que iba subiendo de color y de tono a cada frase. Por mi parte se me importaba muy poco darle o no el rollo de película, pero cualquiera que me conozca sabe que las cosas hay que pedírmelas por las buenas. El resultado es que me limité a formular la opinión de que la fotografía no sólo no está prohibida en los lugares públicos sino que cuenta con el más decidido favor oficial y privado. Y mientras se lo decía gozaba socarronamente de cómo el chico se replegaba, se iba quedando atrás —con sólo no moverse—y de golpe (parecía casi increíble) se volvía y echaba a correr, creyendo el pobre que caminaba y en realidad huyendo a la carrera, pasando al lado del auto, perdiéndose como un hilo de la Virgen en el aire de la mañana.

          Pero los hilos de la Virgen se llaman también babas del diablo, y Michel tuvo que aguantar minuciosas imprecaciones, oírse llamar entrometido e imbécil, mientras se esmeraba deliberadamente en sonreír y declinar, con simples movimientos de cabeza, tanto envío barato. Cuando empezaba a cansarme, oí golpear la portezuela de un auto. El hombre del sombrero gris estaba ahí, mirándonos. Sólo entonces comprendí que jugaba un papel en la comedia.

          Empezó a caminar hacia nosotros, llevando en la mano el diario que había pretendido leer. De lo que mejor me acuerdo es de la mueca que le ladeaba la boca, le cubría la cara de arrugas, algo cambiaba de lugar y forma porque la boca le temblaba y la mueca iba de un lado a otro de los labios como una cosa independiente y viva, ajena a la voluntad. Pero todo el resto era fijo, payaso enharinado u hombre sin sangre, con la piel apagada y seca, los ojos metidos en lo hondo y los agujeros de la nariz negros y visibles, más negros que las cejas o el pelo o la corbata negra. Caminaba cautelosamente, como si el pavimento le lastimara los pies; le vi zapatos de charol, de suela tan delgada que debía acusar cada aspereza de la calle. No sé por qué me había bajado del pretil, no sé bien por qué decidí no darles la foto, negarme a esa exigencia en la que adivinaba miedo y cobardía. El payaso y la mujer se consultaban en silencio: hacíamos un perfecto triángulo insoportable, algo que tenía que romperse con un chasquido. Me les reí en la cara y eché a andar, supongo que un poco más despacio que el chico. A la altura de las primeras casas, del lado de la pasarela de hierro, me volví a mirarlos. No se movían, pero el hombre había dejado caer el diario; me pareció que la mujer, de espaldas al parapeto, paseaba las manos por la piedra, con el clásico y absurdo gesto del acosado que busca la salida.


          Lo que sigue ocurrió aquí, casi ahora mismo, en una habitación de un quinto piso. Pasaron varios días antes de que Michel revelara las fotos del domingo; sus tomas de la Conserjería y de la Sainte-Chapelle eran lo que debían ser. Encontró dos o tres enfoques de prueba ya olvidados, una mala tentativa de atrapar un gato asombrosamente encaramado en el techo de un mingitorio callejero, y también la foto de la mujer rubia y el adolescente. El negativo era tan bueno que preparó una ampliación; la ampliación era tan buena que hizo otra mucho más grande, casi como un afiche. No se le ocurrió (ahora se lo pregunta y se lo pregunta) que sólo las fotos de la Conserjería merecían tanto trabajo. De toda la serie, la instantánea en la punta de la isla era la única que le interesaba; fijó la ampliación en una pared del cuarto, y el primer día estuvo un rato mirándola y acordándose, en esa operación comparativa y melancólica del recuerdo frente a la perdida realidad; recuerdo petrificado, como toda foto, donde nada faltaba, ni siquiera y sobre todo la nada, verdadera fijadora de la escena. Estaba la mujer, estaba el chico, rígido el árbol sobre sus cabezas, el cielo tan fijo como las piedras del parapeto, nubes y piedras confundidas en una sola materia inseparable (ahora pasa una con bordes afilados, corre como en una cabeza de tormenta). Los dos primeros días acepté lo que había hecho, desde la foto en sí hasta la ampliación en la pared, y no me pregunté siquiera por qué interrumpía a cada rato la traducción del tratado de José Norberto Allende para reencontrar la cara de la mujer, las manchas oscuras en el pretil. La primera sorpresa fue estúpida; nunca se me había ocurrido pensar que cuando miramos una foto de frente, los ojos repiten exactamente la posición y la visión del objetivo; son esas cosas que se dan por sentadas y que a nadie se le ocurre considerar. Desde mi silla, con la máquina de escribir por delante, miraba la foto ahí a tres metros, y entonces se me ocurrió que me había instalado exactamente en el punto de mira del objetivo. Estaba muy bien así; sin duda era la manera más perfecta de apreciar una foto, aunque la visión en diagonal pudiera tener sus encantos y aun sus descubrimientos. Cada tantos minutos, por ejemplo cuando no encontraba la manera de decir en buen francés lo que José Alberto Allende decía en tan buen español, alzaba los ojos y miraba la foto; a veces me atraía la mujer, a veces el chico, a veces el pavimento donde una hoja seca se había situado admirablemente para valorizar un sector lateral. Entonces descansaba un rato de mi trabajo, y me incluía otra vez con gusto en aquella mañana que empapaba la foto, recordaba irónicamente la imagen colérica de la mujer reclamándome la fotografía, la fuga ridícula y patética del chico, la entrada en escena del hombre de la cara blanca. En el fondo estaba satisfecho de mí mismo; mi partida no había sido demasiado brillante, pues si a los franceses les ha sido dado el don de la pronta respuesta, no veía bien por qué había optado por irme sin una acabada demostración de privilegios, prerrogativas y derechos ciudadanos. Lo importante, lo verdaderamente importante era haber ayudado al chico a escapar a tiempo (esto en caso de que mis teorías fueran exactas, lo que no estaba suficientemente probado, pero la fuga en sí parecía demostrarlo). De puro entrometido le había dado oportunidad de aprovechar al fin su miedo para algo útil; ahora estaría arrepentido, menoscabado, sintiéndose poco hombre. Mejor era eso que la compañía de una mujer capaz de mirar como lo miraban en la isla; Michel es puritano a ratos, cree que no se debe corromper por la fuerza. En el fondo, aquella foto había sido una buena acción.

          No por buena acción la miraba entre párrafo y párrafo de mi trabajo. En ese momento no sabía por qué la miraba, por qué había fijado la ampliación en la pared; quizá ocurra así con todos los actos fatales, y sea esa la condición de su cumplimiento. Creo que el temblor casi furtivo de las hojas del árbol no me alarmó, que seguí una frase empezada y la terminé redonda. Las costumbres son como grandes herbarios, al fin y al cabo una ampliación de ochenta por sesenta se parece a una pantalla donde proyectan cine, donde en la punta de una isla una mujer habla con un chico y un árbol agita unas hojas secas sobre sus cabezas.

          Pero las manos ya eran demasiado. Acababa de escribir: Donc, la seconde clé réside dans la nature intrinsèque des difficultés que les sociétés —y vi la mano de la mujer que empezaba a cerrarse despacio, dedo por dedo. De mí no quedó nada, una frase en francés que jamás habrá de terminarse, una máquina de escribir que cae al suelo, una silla que chirría y tiembla, una niebla. El chico había agachado la cabeza, como los boxeadores cuando no pueden más y esperan el golpe de desgracia; se había alzado el cuello del sobretodo, parecía más que nunca un prisionero, la perfecta víctima que ayuda a la catástrofe. Ahora la mujer le hablaba al oído, y la mano se abría otra vez para posarse en su mejilla, acariciarla y acariciarla, quemándola sin prisa. El chico estaba menos azorado que receloso, una o dos veces atisbó por sobre el hombro de la mujer y ella seguía hablando, explicando algo que lo hacía mirar a cada momento hacia la zona donde Michel sabía muy bien que estaba el auto con el hombre del sombrero gris, cuidadosamente descartado en la fotografía pero reflejándose en los ojos del chico y (cómo dudarlo ahora) en las palabras de la mujer, en las manos de la mujer, en la presencia vicaria de la mujer. Cuando vi venir al hombre, detenerse cerca de ellos y mirarlos, las manos en los bolsillos y un aire entre hastiado y exigente, patrón que va a silbar a su perro después de los retozos en la plaza, comprendí, si eso era comprender, lo que tenía que pasar, lo que tenía que haber pasado, lo que hubiera tenido que pasar en ese momento, entre esa gente, ahí donde yo había llegado a trastrocar un orden, inocentemente inmiscuido en eso que no había pasado pero que ahora iba a pasar, ahora se iba a cumplir. Y lo que entonces había imaginado era mucho menos horrible que la realidad, esa mujer que no estaba ahí por ella misma, no acariciaba ni proponía ni alentaba para su placer, para llevarse al ángel despeinado y jugar con su terror y su gracia deseosa. El verdadero amo esperaba, sonriendo petulante, seguro ya de la obra; no era el primero que mandaba a una mujer a la vanguardia, a traerle los prisioneros maniatados con flores. El resto sería tan simple, el auto, una casa cualquiera, las bebidas, las láminas excitantes, las lágrimas demasiado tarde, el despertar en el infierno. Y yo no podía hacer nada, esta vez no podía hacer absolutamente nada. Mi fuerza había sido una fotografía, ésa, ahí, donde se vengaban de mí mostrándome sin disimulo lo que iba a suceder. La foto había sido tomada, el tiempo había corrido; estábamos tan lejos unos de otros, la corrupción seguramente consumada, las lágrimas vertidas, y el resto conjetura y tristeza. De pronto el orden se invertía, ellos estaban vivos, moviéndose, decidían y eran decididos, iban a su futuro; y yo desde este lado, prisionero de otro tiempo, de una habitación en un quinto piso, de no saber quiénes eran esa mujer, y ese hombre y ese niño, de ser nada más que la lente de mi cámara, algo rígido, incapaz de intervención. Me tiraban a la cara la burla más horrible, la de decidir frente a mi impotencia, la de que el chico mirara otra vez al payaso enharinado y yo comprendiera que iba a aceptar, que la propuesta contenía dinero o engaño, y que no podía gritarle que huyera, o simplemente facilitarle otra vez el camino con una nueva foto, una pequeña y casi humilde intervención que desbaratara el andamiaje de baba y de perfume. Todo iba a resolverse allí mismo, en ese instante; había como un inmenso silencio que no tenía nada que ver con el silencio físico. Aquello se tendía, se armaba. Creo que grité, que grité terriblemente, y que en ese mismo segundo supe que empezaba a acercarme, diez centímetros, un paso, otro paso, el árbol giraba cadenciosamente sus ramas en primer plano, una mancha del pretil salía del cuadro, la cara de la mujer, vuelta hacia mí como sorprendida iba creciendo, y entonces giré un poco, quiero decir que la cámara giró un poco, y sin perder de vista a la mujer empezó a acercarse al hombre que me miraba con los agujeros negros que tenía en el sitio de los ojos, entre sorprendido y rabioso miraba queriendo clavarme en el aire, y en ese instante alcancé a ver como un gran pájaro fuera de foco que pasaba de un solo vuelo delante de la imagen, y me apoyé en la pared de mi cuarto y fui feliz porque el chico acababa de escaparse, lo veía corriendo, otra vez en foco, huyendo con todo el pelo al viento, aprendiendo por fin a volar sobre la isla, a llegar a la pasarela, a volverse a la ciudad. Por segunda vez se les iba, por segunda vez yo lo ayudaba a escaparse, lo devolvía a su paraíso precario. Jadeando me quedé frente a ellos; no había necesidad de avanzar más, el juego estaba jugado. De la mujer se veía apenas un hombro y algo de pelo, brutalmente cortado por el cuadro de la imagen; pero de frente estaba el hombre, entreabierta la boca donde veía temblar una lengua negra, y levantaba lentamente las manos, acercándolas al primer plano, un instante aún en perfecto foco, y después todo él un bulto que borraba la isla, el árbol, y yo cerré los ojos y no quise mirar más, y me tapé la cara y rompí a llorar como un idiota.

          Ahora pasa una gran nube blanca, como todos estos días, todo este tiempo incontable. Lo que queda por decir es siempre una nube, dos nubes, o largas horas de cielo perfectamente limpio, rectángulo purísimo clavado con alfileres en la pared de mi cuarto. Fue lo que vi al abrir los ojos y secármelos con los dedos: el cielo limpio, y después una nube que entraba por la izquierda, paseaba lentamente su gracia y se perdía por la derecha. Y luego otra, y a veces en cambio todo se pone gris, todo es una enorme nube, y de pronto restallan las salpicaduras de la lluvia, largo rato se ve llover sobre la imagen, como un llanto al revés, y poco a poco el cuadro se aclara, quizá el sol, y otra vez entran las nubes, de a dos, de a tres. Y las palomas, a veces, y uno que otro gorrión.