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domingo, 11 de diciembre de 2022

Pinocchio: una historia de padres imperfectos e hijos imperfectos.


Siento que dedicarle unas pocas palabras, o escribir de manera breve sobre un trabajo que se llevó alrededor de 15 años su elaboración, es un acto mezquino, egoísta y nada correcto; aún así siento que el trabajo de Guillermo del Toro se merece un trato especial, porque es un trabajo especial, y atendiendo una de las máximas del cine que yo siempre he valorado y que más me representan, en esta ocasión trataré de empezar a crear un diálogo con ustedes apreciables lectores, en el que con poco intentaré decir mucho, trataré de hacer más con menos. Así pues, fundamentaré mi breve comentario con todo lo que me vino a la mente mientras miraba la obra del creador tapatío.






Debemos empezar partiendo de lo más obvio: el trabajo de animación. La belleza lograda por Guillermo y su equipo de animadores con este stop-motion es absolutamente y verdaderamente apabullante, desde el minuto uno ya vemos la belleza en ella, y es ineludible quedar atrapado ante tal maestría, y esta forma se complementa inmediatamente por el discurso del fondo. Aunque se pueden percibir pequeñas diferencias en el trabajo entre las unidades de animación (esto se puede hablar de un sello de cada una de ellas), se ve que hay una mente maestra detrás de toda la obra, pues hay congruencia en toda la película hablando de este departamento creativo. El atinado ritmo narrativo hacen que la película, a pesar de durar dos horas, no se sienta en ningún momento largo o pesado, el relato es completamente dinámico. El trabajo fotográfico es perfecto, iluminación y escenografía van perfectamente de la mano con toda la obra sin sentirse en ningún momento forzoso con el discurso, 

Guillermo lleva a su Pinocchio a la Italia fascista de Mussolini, y con él nos entrega a este ser que, sin ser creativo, es la creación "insubordinada" a la que tanto temía este y otros regímenes, y como también en su momento quisieron hacer propaganda con ello, y en consecuencia utilizarlo como un arma, o incluso utilizarlo para adoctrinar a más gente (claro ejemplo: las películas que utilizaba Hitler para vender los campos de concentración como un "buen hogar" para los judíos) y como el sacrificio de la creación para salvar a su padre, se basa en el exilio de los que más ama para salvarlos, y así entregarse a otro ser implacable y depredador: el espectáculo y el dinero (claro ejemplo: los cineastas que huyeron para ir a dar a la industria de Hollywood, unos integrándose a esta y logrando luego de muchos años libertad creativa, otros ignorados por no seguir las prácticas de ese sistema).

Desde el principio Guillermo hace algo fundamental para la película: atiende de manera muy precisa y correcta, los motivos que llevaron a Gepetto a crear a Pinocchio, el por qué lo hace de la madera del árbol que lo crea, y el estado emocional en el que estaba, y eso es algo que ninguna otra obra lo había hecho o siquiera explorado como lo hace él. La película trata en muchos sentidos sobre las relaciones difíciles entre padres e hijos, de las formas imperfectas de la comunicación en estas relaciones y como el desear que uno o el otro sea diferente a lo que es, crea conflictos. El planteamiento de la pérdida de un hijo, o de un padre, y que eso nos haga reconsiderar lo que sentimos y las palabras que decimos, es algo poderoso. El hecho de hacer el bien y ayudar a los otros, incluso yendo en contra de las leyes impuestas por un sistema podrido, el dar lo mejor que tenemos, e intentemos hacer lo mejor, haciendo que este acto sea lo mejor que somos, son sólo algunos de los muchos mensajes que la película ejemplifica y lleva al acto.

Hay muchos elementos que nos permiten identificar el gran trabajo que se hizo desde el guion, el hecho de que la historia sea narrada por un grillo maduro y que sea un escritor (o cuenta cuentos, lo cual hace aún más congruente y atinado que él cuente la historia y el cómo la cuenta), y la idea de las múltiples vidas de la creación; el prueba y error, y las lecciones que se aprenden de ello. El discurso del sacrificio y aprender a hacer lo correcto desde el ejemplo de un niño que no es un niño (y que jamás llega a ser un niño), tiene mucho poder y es un discurso muy universal que llega a chicos y grandes. La película cuenta, aun con su forma adulta de realización, con un lenguaje muy infantil, hay muchos elementos de fantasía y de melodrama clásico (que muchas veces se refuerza con la influenciable música del gran Alexandre Desplat), pero con esto se fortalece, aunque parezca contradictorio; el realismo que tiene la obra (algo que no lograron otras adaptaciones de la obra de Carlo Collodi, o mejor dicho; el Pinocho de Disney) y el sello que caracteriza al cine de Guillermo. Hay un misticismo en todos los elementos que conforman al fondo y forma que a uno lo hace recordar inmediatamente toda la obra del director, incluso al cine que él ama (se ve una aura del cine de Miyasaki), y eso es algo disfrutable para todos los públicos.

Sin duda alguna el Pinocchio de Guillermo es una película que deja huella, es de esas películas que no te sacas de la cabeza muy fácilmente, y que su mensaje queda guardado en el corazón cual caja de fósforos en la que se guarda ese grillo cantor que es nuestra conciencia, y que nos hace ver por instantes fugaces con los ojos de un niño y recordar que la vida es pasajera, que hay que ver morir a nuestros seres queridos y que nos enseñaron a amar lo que amamos en esta vida, hasta que nos perdamos y hagamos uno con el planeta. Sin duda una de las películas más bellas del amigo de los monstruos, que ya es mucho decir, y una de las mejores películas de este año.