sábado, 30 de noviembre de 2019
Películas destacadas noviembre.
Luego de haber vivido el Festival Internacional de Cine de Los Cabos, y ver tanto buen cine, la verdad no tenía muchas ganas de ir al cine y ver alguna película y arriesgarme a que fuera mu mala. Pero al tener varios títulos pendientes de ver en mi colección personal siempre en aumento, vi muchas películas de las cuales sólo de las que me resultó más interesante escribir.
Dogman.
Película italiana del año pasado que fue estrenada en el Festival de Cannes en la selección oficial, donde su actor protagónico fue reconocido como el mejor actor.
La película bien podría llevar como nombre alternativo: "Las malas compañías", pues la historia nos pone en la vida de Marcello, un cuidador y estilista de perros que vive en una comunidad en la que todos tienen una convivencia armónica y agradable, salvo por Simone, un boxeador agresivo con el que Marcello comparte un gusto común: la cocaína.
Es en la figura de Simone que Marcello encontraría, a pesar de los riesgos que esto conlleva, la figura que le hacía falta en su comunidad, donde si bien era aceptado y querido, no era tratado como un amigo. Pero una serie de malas decisiones cediendo a los deseos de su agresivo "amo", lo llevan a vivir cosas horribles a las que su hija tiene alcance, lo cual hace que tome una decisión que si bien no sabe, lo hará volver a formar parte de la comunidad, al menos lo intentará y les logrará quitar un mal de encima (cual Vito Corleone en El Padrino II), mal que en el final de la película vemos como literalmente carga con el lastre que durante toda la película cargó figurativamente.
La película tiene un atino en su discurso y la forma en que este es narrado y llevado a cabo, vemos de formas muy sutiles como la naturaleza del personaje principal muta de a poco a raíz de los acontecimientos va viviendo, también como su personalidad es completamente distinta cuando está con su hija, la parte que da armonía y balance a su vida. La fotografía que emplea es muy efectiva, y una paleta de colores muy seca en la que predomina tonos oscuros y terrosos que invitan al cansancio, pero que el discurso hacen que fluya perfectamente con la historia.
Matteo Garrone es un director italiano bastante prometedor que desde Gomorra (2008) ya presentaba cartas bastante interesantes, sin duda hay que ponerle mucha atención a lo próximo que está por venir de él, lo cual ya está anunciado y ya tiene cara: una adaptación de Pinocchio, protagonizada por Roberto Benigni.
Destination Wedding.
La verdad me interesaba ver esta película porque desde el trailer se veía que podía llegar a ser una película interesante, por la pareja protagónica, por la forma en que se veía la interacción en el mismo entre los dos, y por la premisa, pero la verdad es que bien podría darle el calificativo de la peor película que he visto en el año.
Para empezar ese humor negro a base de sarcasmo me parece todo el tiempo está fuera de tono, no siempre funciona por el simple hecho de que las conjeturas de ambos personajes parecen estár siempre fuera de lugar y de contexto, y es porque ni siquiera los personajes están a tono de quien los interpreta físicamente. Si bien hay química y esta funciona entre los dos actores, no es tan fuerte como para salvar lo que están interpretando, uno no llega a creer nada de lo que exponen o expresan.
Por momento incluso se siente ridícula y si bien hay risa involuntaria en algunas escenas, no logra rescatar en nada el hastío que en general produce la película.
La recomendación sería que no la vieran, pero quien sabe, en una de esas ustedes encuentran algo que yo no.
Crulic.
Película animada de la directora rumana Anda Damian que toca el tema de la huelga de hambre, tema que de inmediato nos remonta a la extraordinaria película de Steve McQueen: Hunger.
La película nos narra la historia de Crulic, contada en gran parte por él mismo a raíz de su muerte, y hacia la parte final contada por un narrador.
Las virtudes técnicas de esta película son extraordinarias y bien habría que empezar diciendo que son en una simple palabra: perfectas. La forma en que utiliza diferentes estilos de animación y como esta amolda perfectamente con la historia de Crulic, y como en momentos la animación sirve como fondo o se sobre expone con tomas e imágenes reales es extraordinaria, y la forma en que narrativamente propone en base a la estética y la fotografía, y los recursos que emplea a lo largo de la misma, desde tomas cenitales, travelings, y demás. La historia en que se basa esta película, es un caso real por demás escalofriante, si bien la primera parte de la película es encantadora en todos los sentidos, la segunda parte es realmente devastadora, aunque es una animación, realmente uno siente a través de lo que se ve, y lo que se narra, todo el dolor que sufrió este personaje a raíz de una injusticia y la ineptitud de la burocracia y gobiernos de los países en que esto ocurrió.
Una película que no tiene ningún ápice de prudencia o tibieza para mostrar la historia que quería mostrar, y señalar a los responsables de tan atroz crimen. Un cine que a través de creatividad, visión y responsabilidad social muestra la importancia de este arte para contar historias pertinentes de contar, para evitar errores cometidos.
Un verdadero privilegio para todas las personas que pudieron ver en el Festival de Cine de Los Cabos recién terminado la más reciente película de esta directora, que parece tiene algo en común con esta, ya que es de una perrita que al ser atropellada, antes de morir empieza a recapitular todo lo vivido, y que también es una animación.
Buñuel en el laberinto de las tortugas.
Película española dirigida por Salvador Simó es una película animada que cuenta el trabajo que realizó Buñuel cuando hizo su documental "Las Hurdes: tierra sin pan".
Narra lo vivido por Buñuel después de el estreno en París de su película "La edad de oro" y como la gente se escandaliza de su trabajo, como mucha gente le empieza a cerrar las puertas y dejan de apoyarlo financieramente, incluso quien no creería que le daría la espalda. Pero es luego de una promesa que le hace su viejo amigo, Ramón Acín, es que Buñuel puede sacar adelante el proyecto, y como es que este cambia a Buñuel en muchos sentidos para siempre. Un viaje entre la realidad brutal, su lucha constante con su lado surrealista y los paseos oníricos por sus pensamientos y sus obsesiones desde muy niño. Al final la película sirve como un homenaje póstumo al hombre que hizo posible la realización de este documental, y que acompañó a Buñuel hasta en sus momentos más incómodos y dudosos, y que al final murió por el régimen Franquista, del que Buñuel no pudo salvar.
La película está realizada de manera perfecta, una animación realmente hermosa, que nos muestra una fidelidad de las personas a las que recrea tanto física como psicológicamente. Vemos todos los pormenores y "secretos" en la realización del mítico documental, las partes que manipuló el realizador aragonés, y las partes que tocaron el corazón del mismo.
Destacadísimo además el acercamiento a la figura de este Buñuel joven antes de su estadía en México y de consolidarse como uno de los directores más importantes en la historia del cine, sus aficiones venidas desde niño, su relación con sus padres, y el lazo que todos le recalcaban con Dalí.
Es sin lugar a dudas una de las mejores películas del año, no sólo hablando del apartado de las películas de animación.
Esto no es Berlin.
Película mexicana que durante todo el año ha estado viajando y circulando por importantes festivales de cine, y que es gracias a estos que la hemos podido ver antes de su estreno en salas comerciales del país, que se dará en un par de semanas.
La película de Hari Sama (director, escritor, y tío Esteban en la película) que según tendría tintes autobiográficos, se desarrolla durante el año de 1986 en la Ciudad de México, y sigue en particular la historia de Carlos, o charly, un joven de preparatoria que vive su vida como cualquier otro joven de preparatoria de la época, echando golpes con la preparatoria rival, echando desmadre con los amigos, fumando en la casa de su mejor amigo Gera mientras escuchan música de rock y de post-punk. Pero su vida da una completa sacudida a raíz de que la hermana de su mejor amigo, Rita, los invita al Aztec, como pago a un favor hecho por charly a la banda en la que toca, y es en este lugar donde su naturaleza y su cambio en la vida toma cierto rumbo que es el de la experimentación, la mente abierta, rodeados de sexualidad, drogas, arte y todo aquello que marcó aquel año en México.
La propuesta de Hari Sama me parece es muy buena en el aspecto narrativo y estético. Logra a través de tomas cortas, rápidas y contundentes ir poniendo en contexto al espectador y esto aligera mucho la trama. La historia como tal ya resulta por si sola atractiva, pero la manera en que Hari la narra, si bien no con una propuesta tan arriesgada, y por momento llegando a caer en sitios comunes, incluso por momentos parecería que decanta, o pone ciertos límites marcados entre el lado bueno y el lado malo que charly tiene, y el porque escoge uno sobre el otro; con el transcurrir de la película esto no llega a tener tanta influencia en la trama ni en la percepción del espectador, y tenemos un discurso sin que se sienta manipulador de ninguna manera, uno agradece en él que no haya dejado nada a media escala, lo que muestra, está bien mostrado, sin inhibición o censura alguna, pero tampoco se siente exhibicionista, todo lo que se ve tiene un porque, está para narrar algo importante de la trama en la película. Hay varias situaciones y relaciones que se narran de manera muy efectiva en la vida de charly, la relación con su madre depresiva, y como esta condición en ella lo lleva a él conocer ciertos medicamentos con los que los jóvenes en el Aztec se drogaban, su relación con su tío, con su hermano, y con muchos de los miembros de aquel peculiar grupo de jóvenes libertinos que se movían entre poesía, super ocho, fotografía, y performance en contra del mundial y el trato a la comunidad gay y la falta de apoyo y seriedad por parte de instituciones a un problema que ya en aquellos años empezaba a sonar al rededor del mundo: el SIDA.
(Si bien no toca de manera muy profunda este tema, como si lo hace la francesa 120 latidos por minutos, me agradó mucho más toda la propuesta de Hari sobre la mencionada)
Sin duda, aunque no es muy novedosa su propuesta, o tan rimbombante, a pesar de lo fuerte de su trato, la película bien puede considerarse como una de las mejores películas mexicanas del año, si no me creen, chequen los elogios recibidos en Sundance, Málaga, Munich, Morelia, y véanlo por ustedes mismos en próximos días.
jueves, 26 de septiembre de 2019
L'homme fidele.
Hacía
mucho que no me surgía el problema de no saber cómo abordar el análisis de una
película, cómo empezar a escribir sobre ella, o qué valor le daría en
particular para escribir de ella. Esto me ha pasado con esta peculiar cinta
francesa; así que lo haré tal cual solo mencionando las cosas que me han
llamado la atención y comentar por qué vale la pena verla y comentar sobre
ella.
Amante
fiel
(a mi parecer nefasto título que se le da en esta región del mundo, pues bien
pudieron simplemente traducir como tal el título original: “El hombre fiel”) es
la segunda película del muy reconocido actor francés Louis Garrel, luego de su
ópera prima Les deux amis, del 2015. La película tuvo su estreno en el
Festival de Venecia del año pasado y posteriormente en San Sebastián y la
última semana de diciembre en salas comerciales europeas (en nuestro país se
estrenó en pocas salas).
En
esta película, la cual también protagoniza y coescribe Garrel (Les deux amis
lo hace con Christophe Honoré y en esta con el gran Jean-Claude Carriere), explora
varios temas y géneros de forma muy sutil pero convincente, lo hace sin
enfatizar tanto o cargar de más el discurso, pero de manera efectiva y eficaz.
La
película comienza con una toma de la Torre Eiffel y los tejados de París,
acompañada de una melodía extraordinaria. Luego de eso escuchamos decir a Abel
(Garrel), nuestro protagónico, que su vida era tranquila hasta que un día cambió
todo por completo. Ese día es cuando tiene que dejar el apartamento de Marianne
(Laetitia Casta encantadoramente imperfecta), su novia, luego de que ella le
confiesa con la calma de alguien que estuviera hablando sobre el clima de la
ciudad, que está embarazada de su amigo Paul, al que sólo mencionan, pues no
hay una aparición, ni en su funeral nueve años después, que es cuando Abel, luego
de entregarse por completo a su trabajo como reportero y a amores fugaces (que
nunca vemos en pantalla) se vuelve a reencontrar con Marianne.
Pero
no sólo con ella, también con Eve (Lily Rose-Depp), la hermana menor del
difunto, quien desde pequeña está perdidamente enamorada de él, y Joseph
(Joseph Engel), hijo de Marianne y Paul, el causante de que Abel se quedara
solo y que tratará en un principio alejar lo más posible a Abel. Es luego del
funeral que Abel y Marianne retoman su relación, y con ello muchas intrigas y
dudas que no se ven, pero se escuchan, empiezan a surgir, y quizá lo más
relevante: descubrir qué hizo que Marianne tomara la decisión de dejar a Abel
por Paul, por qué Abel no cuestionó en su momento la noticia de Marianne y cómo
esto se pone a prueba con la figura de Eve y de Joseph.
Garrel,
al más puro estilo de su señor padre, que el año pasado nos entregó la
fantástica Amante por un día (aquella sí traducida literalmente de su
título original) nos pone en escena temas como la fidelidad, el romance y la
masculinidad desafiada, en una maqueta delicada, cómica, inteligente y
deliciosa disfrazada de comedia romántica.
El
mayor encanto de la película radica en lo que los personajes piensan pero no
dicen, así como de las cosas que pasan sin pasar. Por ejemplo el hecho de que
el rostro de Paul no lo conocemos y no tenemos una figura con la cual comparar
el parentesco que podría tener Joseph con su padre, los amoríos de Abel que
jamás vemos, al grado de poner en duda el hecho de si los hay o no, y la duda
que siembra Joseph en Abel sobre la muerte de su padre (que no revelaré ya que
es muy importante para la trama).
Es muy
francés hablar de estos temas y no caer en dramatismo barato, son muy claros en
hablar de estos temas porque los conocen de primera mano y no se andan con
rodeos, y para muestra la breve introducción que hace Garrel de sus personajes
en flashback antes de ponernos en tiempo presente justo en el entierro de Paul,
y utilizando el recurso narrativo de la voz en off que seguiría el resto de la
película, para entenderlos perfectamente en la anécdota que hace funcionar a
esta película en tan poco tiempo, llegado al punto de la duración de la
película, hablemos de las similitudes que guardan esta película y la ya
mencionada del señor Garrel.
Siempre
he profesado que no tengo problema alguno con que las películas se alarguen
siempre y cuando esto esté justificado y no caigan en repeticiones (que no es
lo mismo que narrativas circulares), pero cuando uno encuentra una película en
la que en menos de 80 minutos son capaces de mostrarte una trama redonda, bien
estructurada y bien llevada con todo lo involucra hacer una buena película
(tanto técnica como narrativamente) uno no hace más que alabar y aplaudir estos
trabajos.
Esta
es solo la primera de las similitudes que tienen ambas películas. Otra es la
estupenda música, que cae en momentos precisos y es un acompañamiento
esplendido, no un elemento manipulador. Las actuaciones son muy buenas, el
ritmo de la película es muy atinado, y el tema sobre lo complicado de las
relaciones en pareja y las decisiones que tomamos es plenamente abordado,
Philippe lo hace en la figura de un padre y su hija, y la imposibilidad de
hablar de sus problemas amorosos (y con una maravillosa fotografía en blanco y
negro), y Louis lo hace desde el punto de la pareja que estuvo separada durante
determinado tiempo, y si bien el peso cae en el argumento de ambos, no solo
desde el punto de vista masculino, sorprende con este caso de la mujer honesta
y el hombre fiel, a pesar del mote o fama que tienen los franceses de lo
avanzado que es su raciocinio sobre la figura del amante en su cultura.
Al
final, ver cómo se deja de lado todo lo planteado hasta cierto punto de la
película que la hacía lucir como una comedia romántica y caer en cuenta que
esta película es muchas cosas, es extraordinario. Ver cómo se revela el hecho
de la fidelidad de Abel a pesar de la prueba que le pide Marianne, prueba que
le daba empoderamiento a Abel para de cierta manera vengarse por la traición de
Marianne en su momento, y ver cómo este responde al final con esa carrera
buscándola, y la postura de Eve al principio, durante y al final de la prueba,
y las pruebas también a las que se ve sometido Abel por parte de Joseph.
Y
llegado a este punto, esa escena donde Joseph y Abel se reconocen como lo que
en verdad pueden ser, y cómo Abel cae en cuenta cuando le dice a Marianne cómo
fue que supo que Paul era el padre de su hijo, hacen que al final de la
película se nos dé la clave y la respuesta de todo lo antes planteado, en un
gesto tan sencillo y bello como dos personas tomándose de las manos. Pensar si
todo al final fue orquestado por los tres a su manera, pero con un desenlace en
común, como una familia al fin de cuentas, una película otra vez sobre la relación
padre-hijo.
lunes, 1 de julio de 2019
Las babas del diablo.
Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.
Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un modo de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar es también una máquina (de otra especie, una Cóntax 1.1.2) y a lo mejor puede ser que una máquina sepa más de otra máquina que yo, tú, ella —la mujer rubia— y las nubes. Pero de tonto sólo tengo la suerte, y sé que si me voy, esta Rémington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven. Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto (y vivo, no se trata de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de alguna manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del comienzo, que al fin y al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere contar algo).
De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente por qué acepta una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y contar, porque al fin y al cabo nadie se avergüenza de respirar o de ponerse los zapatos; son cosas que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro... Siempre contarlo, siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago.
Y ya que vamos a contarlo pongamos un poco de orden, bajemos por la escalera de esta casa hasta el domingo 7 de noviembre, justo un mes atrás. Uno baja cinco pisos y ya está en el domingo, con un sol insospechado para noviembre en París, con muchísimas ganas de andar por ahí, de ver cosas, de sacar fotos (porque éramos fotógrafos, soy fotógrafo). Ya sé que lo más difícil va a ser encontrar la manera de contarlo, y no tengo miedo de repetirme. Va a ser difícil porque nadie sabe bien quién es el que verdaderamente está contando, si soy yo o eso que ha ocurrido, o lo que estoy viendo (nubes, y a veces una paloma) o si sencillamente cuento una verdad que es solamente mi verdad, y entonces no es la verdad salvo para mi estómago, para estas ganas de salir corriendo y acabar de alguna manera con esto, sea lo que fuere.
Vamos a contarlo despacio, ya se irá viendo qué ocurre a medida que lo escribo. Si me sustituyen, si ya no sé qué decir, si se acaban las nubes y empieza alguna otra cosa (porque no puede ser que esto sea estar viendo continuamente nubes que pasan, y a veces una paloma), si algo de todo eso... Y después del «si», ¿qué voy a poner, cómo voy a clausurar correctamente la oración? Pero si empiezo a hacer preguntas no contaré nada; mejor contar, quizá contar sea como una respuesta, por lo menos para alguno que lo lea.
Roberto Michel, franco-chileno, traductor y fotógrafo aficionado a sus horas, salió del número 11 de la rue Monsieur-le-Prince el domingo siete de noviembre del año en curso (ahora pasan dos más pequeñas, con los bordes plateados). Llevaba tres semanas trabajando en la versión al francés del tratado sobre recusaciones y recursos de José Norberto Allende, profesor en la Universidad de Santiago. Es raro que haya viento en París, y mucho menos un viento que en las esquinas se arremolinaba y subía castigando las viejas persianas de madera tras de las cuales sorprendidas señoras comentaban de diversas maneras la inestabilidad del tiempo en estos últimos años. Pero el sol estaba también ahí, cabalgando el viento y amigo de los gatos, por lo cual nada me impediría dar una vuelta por los muelles del Sena y sacar unas fotos de la Conserjería y la Sainte-Chapelle. Eran apenas las diez, y calculé que hacia las once tendría buena luz, la mejor posible en otoño; para perder tiempo derivé hasta la isla Saint-Louis y me puse a andar por el Quai d'Anjou, miré un rato el hotel de Lauzun, me recité unos fragmentos de Apollinaire que siempre me vienen a la cabeza cuando paso delante del hotel de Lauzun (y eso que debería acordarme de otro poeta, pero Michel es un porfiado), y cuando de golpe cesó el viento y el sol se puso por lo menos dos veces más grande (quiero decir más tibio pero en realidad es lo mismo), me senté en el parapeto y me sentí terriblemente feliz en la mañana del domingo.
Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. No se trata de estar acechando la mentira como cualquier repórter, y atrapar la estúpida silueta del personajón que sale del número 10 de Downing Street, pero de todas maneras cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche. Michel sabía que el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa (ahora pasa una gran nube casi negra), pero no desconfiaba, sabedor de que le bastaba salir sin la Contax para recuperar el tono distraído, la visión sin encuadre, la luz sin diafragma ni 1/250. Ahora mismo (qué palabra, ahora, qué estúpida mentira) podía quedarme sentado en el pretil sobre el río, mirando pasar las pinazas negras y rojas, sin que se me ocurriera pensar fotográficamente las escenas, nada más que dejándome ir en el dejarse ir de las cosas, corriendo inmóvil con el tiempo. Y ya no soplaba viento.
Después seguí por el Quai de Bourbon hasta llegar a la punta de la isla, donde la íntima placita (íntima por pequeña y no por recatada, pues da todo el pecho al río y al cielo) me gusta y me regusta. No había más que una pareja y, claro, palomas; quizá alguna de las que ahora pasan por lo que estoy viendo. De un salto me instalé en el parapeto y me dejé envolver y atar por el sol, dándole la cara, las orejas, las dos manos (guardé los guantes en el bolsillo). No tenía ganas de sacar fotos, y encendí un cigarrillo por hacer algo; creo que en el momento en que acercaba el fósforo al tabaco vi por primera vez al muchachito.
Lo que había tomado por una pareja se parecía mucho más a un chico con su madre, aunque al mismo tiempo me daba cuenta de que no era un chico con su madre, de que era una pareja en el sentido que damos siempre a las parejas cuando las vemos apoyadas en los parapetos o abrazadas en los bancos de las plazas. Como no tenía nada que hacer me sobraba tiempo para preguntarme por qué el muchachito estaba tan nervioso, tan como un potrillo o una liebre, metiendo las manos en los bolsillos, sacando en seguida una y después la otra, pasándose los dedos por el pelo, cambiando de postura, y sobre todo por qué tenía miedo, pues eso se lo adivinaba en cada gesto, un miedo sofocado por la vergüenza, un impulso de echarse atrás que se advertía como si su cuerpo estuviera al borde de la huida, conteniéndose en un último y lastimoso decoro.
Tan claro era todo eso, ahí a cinco metros—y estábamos solos contra el parapeto, en la punta de la isla— que al principio el miedo del chico no me dejó ver bien a la mujer rubia. Ahora, pensándolo, la veo mucho mejor en ese primer momento en que le leí la cara (de golpe había girado como una veleta de cobre, y los ojos, los ojos estaban ahí), cuando comprendí vagamente lo que podía estar ocurriéndole al chico y me dije que valía la pena quedarse y mirar (el viento se llevaba las palabras, los apenas murmullos). Creo que sé mirar, si es que algo sé, y que todo mirar rezuma falsedad, porque es lo que nos arroja más afuera de nosotros mismos, sin la menor garantía, en tanto que oler, o (pero Michel se bifurca fácilmente, no hay que dejarlo que declame a gusto). De todas maneras, si de antemano se prevé la probable falsedad, mirar se vuelve posible; basta quizá elegir bien entre el mirar y lo mirado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena. Y. claro, todo esto es más bien difícil.
Del chico recuerdo la imagen antes que el verdadero cuerpo (esto se entenderá después), mientras que ahora estoy seguro que de la mujer recuerdo mucho mejor su cuerpo que su imagen. Era delgada y esbelta, dos palabras injustas para decir lo que era, y vestía un abrigo de piel casi negro, casi largo, casi hermoso. Todo el viento de esa mañana (ahora soplaba apenas, y no hacía frío) le había pasado por el pelo rubio que recortaba su cara blanca y sombría —dos palabras injustas— y dejaba al mundo de pie y horriblemente solo delante de sus ojos negros, sus ojos que caían sobre las cosas como dos águilas, dos saltos al vacío, dos ráfagas de fango verde. No describo nada, trato más bien de entender. Y he dicho dos ráfagas de fango verde.
Seamos justos, el chico estaba bastante bien vestido y llevaba unos guantes amarillos que yo hubiera jurado que eran de su hermano mayor, estudiante de derecho o ciencias sociales; era gracioso ver los dedos de los guantes saliendo del bolsillo de la chaqueta. Largo rato no le vi la cara, apenas un perfil nada tonto —pájaro azorado, ángel de Fra Filippo, arroz con leche— y una espalda de adolescente que quiere hacer judo y que se ha peleado un par de veces por una idea o una hermana. Al filo de los catorce, quizá de los quince, se lo adivinaba vestido y alimentado por sus padres pero sin un centavo en el bolsillo, teniendo que deliberar con los camaradas antes de decidirse por un café, un coñac, un atado de cigarrillos. Andaría por las calles pensando en las condiscípulas, en lo bueno que sería ir al cine y ver la última película, o comprar novelas o corbatas o botellas de licor con etiquetas verdes y blancas. En su casa (su casa sería respetable, sería almuerzo a las doce y paisajes románticos en las paredes, con un oscuro recibimiento y un paragüero de caoba al lado de la puerta) llovería despacio el tiempo de estudiar, de ser la esperanza de mamá, de parecerse a papá, de escribir a la tía de Avignon. Por eso tanta calle, todo el río para él (pero sin un centavo) y la ciudad misteriosa de los quince años, con sus signos en las puertas, sus gatos estremecedores, el cartucho de papas fritas a treinta francos, la revista pornográfica doblada en cuatro, la soledad como un vacío en los bolsillos, los encuentros felices, el fervor por tanta cosa incomprendida pero iluminada por un amor total, por la disponibilidad parecida al viento y a las calles.
Esta biografía era la del chico y la de cualquier chico, pero a éste lo veía ahora aislado, vuelto único por la presencia de la mujer rubia que seguía hablándole. (Me cansa insistir, pero acaban de pasar dos largas nubes desflecadas. Pienso que aquella mañana no miré ni una sola vez el cielo, porque tan pronto presentí lo que pasaba con el chico y la mujer no pude más que mirarlos y esperar, mirarlos y...) Resumiendo, el chico estaba inquieto y se podía adivinar sin mucho trabajo lo que acababa de ocurrir pocos minutos antes, a lo sumo media hora. El chico había llegado hasta la punta de la isla, vio a la mujer y la encontró admirable. La mujer esperaba eso porque estaba ahí para esperar eso, o quizá el chico llegó antes y ella lo vio desde un balcón o desde un auto, y salió a su encuentro, provocando el diálogo con cualquier cosa, segura desde el comienzo de que él iba a tenerle miedo y a querer escaparse, y que naturalmente se quedaría, engallado y hosco, fingiendo la veteranía y el placer de la aventura. El resto era fácil porque estaba ocurriendo a cinco metros de mí y cualquiera hubiese podido medir las etapas del juego, la esgrima irrisoria; su mayor encanto no era su presente, sino la previsión del desenlace. El muchacho acabaría por pretextar una cita, una obligación cualquiera, y se alejaría tropezando y confundido, queriendo caminar con desenvoltura, desnudo bajo la mirada burlona que lo seguiría hasta el final. O bien se quedaría, fascinado o simplemente incapaz de tomar la iniciativa, y la mujer empezaría a acariciarle la cara, a despeinarlo, hablándole ya sin voz, y de pronto lo tomaría del brazo para llevárselo, a menos que él, con una desazón que quizá empezara a teñir el deseo, el riesgo de la aventura, se animase a pasarle el brazo por la cintura y a besarla. Todo esto podía ocurrir, pero aún no ocurría, y perversamente Michel esperaba, sentado en el pretil, aprontando casi sin darse cuenta la cámara para sacar una foto pintoresca en un rincón de la isla con una pareja nada común hablando y mirándose.
Curioso que la escena (la nada, casi: dos que están ahí, desigualmente jóvenes) tuviera como un aura inquietante. Pensé que eso lo ponía yo, y que mi foto, si la sacaba, restituiría las cosas a su tonta verdad. Me hubiera gustado saber qué pensaba el hombre del sombrero gris sentado al volante del auto detenido en el muelle que lleva a la pasarela, y que leía el diario o dormía. Acababa de descubrirlo, porque la gente dentro de un auto detenido casi desaparece, se pierde en esa mísera jaula privada de la belleza que le dan el movimiento y el peligro. Y sin embargo el auto había estado ahí todo el tiempo, formando parte (o deformando esa parte) de la isla. Un auto: como decir un farol de alumbrado, un banco de plaza. Nunca el viento, la luz del sol, esas materias siempre nuevas para la piel y los ojos, y también el chico y la mujer, únicos, puestos ahí para alterar la isla, para mostrármela de otra manera. En fin, bien podía suceder que también el hombre del diario estuviera atento a lo que pasaba y sintiera como yo ese regusto maligno de toda expectativa. Ahora la mujer había girado suavemente hasta poner al muchachito entre ella y el parapeto, los veía casi de perfil y él era más alto, pero no mucho más alto, y sin embargo ella lo sobraba, parecía como cernida sobre él (su risa, de repente, un látigo de plumas), aplastándolo con sólo estar ahí, sonreír, pasear una mano por el aire. ¿Por qué esperar más? Con un diafragma dieciséis, con un encuadre donde no entrara el horrible auto negro, pero sí ese árbol, necesario para quebrar un espacio demasiado gris...
Levanté la cámara, fingí estudiar un enfoque que no los incluía, y me quedé al acecho, seguro de que atraparía por fin el gesto revelador, la expresión que todo lo resume, la vida que el movimiento acompasa pero que una imagen rígida destruye al seccionar el tiempo, si no elegimos la imperceptible fracción esencial. No tuve que esperar mucho. La mujer avanzaba en su tarea de maniatar suavemente al chico, de quitarle fibra a fibra sus últimos restos de libertad, en una lentísima tortura deliciosa. Imaginé los finales posibles (ahora asoma una pequeña nube espumosa, casi sola en el cielo), preví la llegada a la casa (un piso bajo probablemente, que ella saturaría de almohadones y de gatos) y sospeché el azoramiento del chico y su decisión desesperada de disimularlo y de dejarse llevar fingiendo que nada le era nuevo. Cerrando los ojos, si es que los cerré, puse en orden la escena, los besos burlones, la mujer rechazando con dulzura las manos que pretenderían desnudarla como en las novelas, en una cama que tendría un edredón lila, y obligándolo en cambio a dejarse quitar la ropa, verdaderamente madre e hijo bajo una luz amarilla de opalinas, y todo acabaría como siempre, quizá, pero quizá todo fuera de otro modo, y la iniciación del adolescente no pasara, no la dejaran pasar, de un largo proemio donde las torpezas, las caricias exasperantes, la carrera de las manos se resolviera quién sabe en qué, en un placer por separado y solitario, en una petulante negativa mezclada con el arte de fatigar y desconcertar tanta inocencia lastimada. Podía ser así, podía muy bien ser así; aquella mujer no buscaba un amante en el chico, y a la vez se lo adueñaba para un fin imposible de entender si no lo imaginaba como un juego cruel, deseo de desear sin satisfacción, de excitarse para algún otro, alguien que de ninguna manera podía ser ese chico.
Michel es culpable de literatura, de fabricaciones irreales. Nada le gusta más que imaginar excepciones, individuos fuera de la especie, monstruos no siempre repugnantes. Pero esa mujer invitaba a la invención, dando quizá las claves suficientes para acertar con la verdad. Antes de que se fuera, y ahora que llenaría mi recuerdo durante muchos días, porque soy propenso a la rumia, decidí no perder un momento más. Metí todo en el visor (con el árbol, el pretil, el sol de las once) y tomé la foto. A tiempo para comprender que los dos se habían dado cuenta y que me estaban mirando, el chico sorprendido y como interrogante, pero ella irritada, resueltamente hostiles su cuerpo y su cara que se sabían robados, ignominiosamente presos en una pequeña imagen química.
Lo podría contar con mucho detalle pero no vale la pena. La mujer habló de que nadie tenía derecho a tomar una foto sin permiso, y exigió que le entregara el rollo de película. Todo esto con una voz seca y clara, de buen acento de París, que iba subiendo de color y de tono a cada frase. Por mi parte se me importaba muy poco darle o no el rollo de película, pero cualquiera que me conozca sabe que las cosas hay que pedírmelas por las buenas. El resultado es que me limité a formular la opinión de que la fotografía no sólo no está prohibida en los lugares públicos sino que cuenta con el más decidido favor oficial y privado. Y mientras se lo decía gozaba socarronamente de cómo el chico se replegaba, se iba quedando atrás —con sólo no moverse—y de golpe (parecía casi increíble) se volvía y echaba a correr, creyendo el pobre que caminaba y en realidad huyendo a la carrera, pasando al lado del auto, perdiéndose como un hilo de la Virgen en el aire de la mañana.
Pero los hilos de la Virgen se llaman también babas del diablo, y Michel tuvo que aguantar minuciosas imprecaciones, oírse llamar entrometido e imbécil, mientras se esmeraba deliberadamente en sonreír y declinar, con simples movimientos de cabeza, tanto envío barato. Cuando empezaba a cansarme, oí golpear la portezuela de un auto. El hombre del sombrero gris estaba ahí, mirándonos. Sólo entonces comprendí que jugaba un papel en la comedia.
Empezó a caminar hacia nosotros, llevando en la mano el diario que había pretendido leer. De lo que mejor me acuerdo es de la mueca que le ladeaba la boca, le cubría la cara de arrugas, algo cambiaba de lugar y forma porque la boca le temblaba y la mueca iba de un lado a otro de los labios como una cosa independiente y viva, ajena a la voluntad. Pero todo el resto era fijo, payaso enharinado u hombre sin sangre, con la piel apagada y seca, los ojos metidos en lo hondo y los agujeros de la nariz negros y visibles, más negros que las cejas o el pelo o la corbata negra. Caminaba cautelosamente, como si el pavimento le lastimara los pies; le vi zapatos de charol, de suela tan delgada que debía acusar cada aspereza de la calle. No sé por qué me había bajado del pretil, no sé bien por qué decidí no darles la foto, negarme a esa exigencia en la que adivinaba miedo y cobardía. El payaso y la mujer se consultaban en silencio: hacíamos un perfecto triángulo insoportable, algo que tenía que romperse con un chasquido. Me les reí en la cara y eché a andar, supongo que un poco más despacio que el chico. A la altura de las primeras casas, del lado de la pasarela de hierro, me volví a mirarlos. No se movían, pero el hombre había dejado caer el diario; me pareció que la mujer, de espaldas al parapeto, paseaba las manos por la piedra, con el clásico y absurdo gesto del acosado que busca la salida.
Lo que sigue ocurrió aquí, casi ahora mismo, en una habitación de un quinto piso. Pasaron varios días antes de que Michel revelara las fotos del domingo; sus tomas de la Conserjería y de la Sainte-Chapelle eran lo que debían ser. Encontró dos o tres enfoques de prueba ya olvidados, una mala tentativa de atrapar un gato asombrosamente encaramado en el techo de un mingitorio callejero, y también la foto de la mujer rubia y el adolescente. El negativo era tan bueno que preparó una ampliación; la ampliación era tan buena que hizo otra mucho más grande, casi como un afiche. No se le ocurrió (ahora se lo pregunta y se lo pregunta) que sólo las fotos de la Conserjería merecían tanto trabajo. De toda la serie, la instantánea en la punta de la isla era la única que le interesaba; fijó la ampliación en una pared del cuarto, y el primer día estuvo un rato mirándola y acordándose, en esa operación comparativa y melancólica del recuerdo frente a la perdida realidad; recuerdo petrificado, como toda foto, donde nada faltaba, ni siquiera y sobre todo la nada, verdadera fijadora de la escena. Estaba la mujer, estaba el chico, rígido el árbol sobre sus cabezas, el cielo tan fijo como las piedras del parapeto, nubes y piedras confundidas en una sola materia inseparable (ahora pasa una con bordes afilados, corre como en una cabeza de tormenta). Los dos primeros días acepté lo que había hecho, desde la foto en sí hasta la ampliación en la pared, y no me pregunté siquiera por qué interrumpía a cada rato la traducción del tratado de José Norberto Allende para reencontrar la cara de la mujer, las manchas oscuras en el pretil. La primera sorpresa fue estúpida; nunca se me había ocurrido pensar que cuando miramos una foto de frente, los ojos repiten exactamente la posición y la visión del objetivo; son esas cosas que se dan por sentadas y que a nadie se le ocurre considerar. Desde mi silla, con la máquina de escribir por delante, miraba la foto ahí a tres metros, y entonces se me ocurrió que me había instalado exactamente en el punto de mira del objetivo. Estaba muy bien así; sin duda era la manera más perfecta de apreciar una foto, aunque la visión en diagonal pudiera tener sus encantos y aun sus descubrimientos. Cada tantos minutos, por ejemplo cuando no encontraba la manera de decir en buen francés lo que José Alberto Allende decía en tan buen español, alzaba los ojos y miraba la foto; a veces me atraía la mujer, a veces el chico, a veces el pavimento donde una hoja seca se había situado admirablemente para valorizar un sector lateral. Entonces descansaba un rato de mi trabajo, y me incluía otra vez con gusto en aquella mañana que empapaba la foto, recordaba irónicamente la imagen colérica de la mujer reclamándome la fotografía, la fuga ridícula y patética del chico, la entrada en escena del hombre de la cara blanca. En el fondo estaba satisfecho de mí mismo; mi partida no había sido demasiado brillante, pues si a los franceses les ha sido dado el don de la pronta respuesta, no veía bien por qué había optado por irme sin una acabada demostración de privilegios, prerrogativas y derechos ciudadanos. Lo importante, lo verdaderamente importante era haber ayudado al chico a escapar a tiempo (esto en caso de que mis teorías fueran exactas, lo que no estaba suficientemente probado, pero la fuga en sí parecía demostrarlo). De puro entrometido le había dado oportunidad de aprovechar al fin su miedo para algo útil; ahora estaría arrepentido, menoscabado, sintiéndose poco hombre. Mejor era eso que la compañía de una mujer capaz de mirar como lo miraban en la isla; Michel es puritano a ratos, cree que no se debe corromper por la fuerza. En el fondo, aquella foto había sido una buena acción.
No por buena acción la miraba entre párrafo y párrafo de mi trabajo. En ese momento no sabía por qué la miraba, por qué había fijado la ampliación en la pared; quizá ocurra así con todos los actos fatales, y sea esa la condición de su cumplimiento. Creo que el temblor casi furtivo de las hojas del árbol no me alarmó, que seguí una frase empezada y la terminé redonda. Las costumbres son como grandes herbarios, al fin y al cabo una ampliación de ochenta por sesenta se parece a una pantalla donde proyectan cine, donde en la punta de una isla una mujer habla con un chico y un árbol agita unas hojas secas sobre sus cabezas.
Pero las manos ya eran demasiado. Acababa de escribir: Donc, la seconde clé réside dans la nature intrinsèque des difficultés que les sociétés —y vi la mano de la mujer que empezaba a cerrarse despacio, dedo por dedo. De mí no quedó nada, una frase en francés que jamás habrá de terminarse, una máquina de escribir que cae al suelo, una silla que chirría y tiembla, una niebla. El chico había agachado la cabeza, como los boxeadores cuando no pueden más y esperan el golpe de desgracia; se había alzado el cuello del sobretodo, parecía más que nunca un prisionero, la perfecta víctima que ayuda a la catástrofe. Ahora la mujer le hablaba al oído, y la mano se abría otra vez para posarse en su mejilla, acariciarla y acariciarla, quemándola sin prisa. El chico estaba menos azorado que receloso, una o dos veces atisbó por sobre el hombro de la mujer y ella seguía hablando, explicando algo que lo hacía mirar a cada momento hacia la zona donde Michel sabía muy bien que estaba el auto con el hombre del sombrero gris, cuidadosamente descartado en la fotografía pero reflejándose en los ojos del chico y (cómo dudarlo ahora) en las palabras de la mujer, en las manos de la mujer, en la presencia vicaria de la mujer. Cuando vi venir al hombre, detenerse cerca de ellos y mirarlos, las manos en los bolsillos y un aire entre hastiado y exigente, patrón que va a silbar a su perro después de los retozos en la plaza, comprendí, si eso era comprender, lo que tenía que pasar, lo que tenía que haber pasado, lo que hubiera tenido que pasar en ese momento, entre esa gente, ahí donde yo había llegado a trastrocar un orden, inocentemente inmiscuido en eso que no había pasado pero que ahora iba a pasar, ahora se iba a cumplir. Y lo que entonces había imaginado era mucho menos horrible que la realidad, esa mujer que no estaba ahí por ella misma, no acariciaba ni proponía ni alentaba para su placer, para llevarse al ángel despeinado y jugar con su terror y su gracia deseosa. El verdadero amo esperaba, sonriendo petulante, seguro ya de la obra; no era el primero que mandaba a una mujer a la vanguardia, a traerle los prisioneros maniatados con flores. El resto sería tan simple, el auto, una casa cualquiera, las bebidas, las láminas excitantes, las lágrimas demasiado tarde, el despertar en el infierno. Y yo no podía hacer nada, esta vez no podía hacer absolutamente nada. Mi fuerza había sido una fotografía, ésa, ahí, donde se vengaban de mí mostrándome sin disimulo lo que iba a suceder. La foto había sido tomada, el tiempo había corrido; estábamos tan lejos unos de otros, la corrupción seguramente consumada, las lágrimas vertidas, y el resto conjetura y tristeza. De pronto el orden se invertía, ellos estaban vivos, moviéndose, decidían y eran decididos, iban a su futuro; y yo desde este lado, prisionero de otro tiempo, de una habitación en un quinto piso, de no saber quiénes eran esa mujer, y ese hombre y ese niño, de ser nada más que la lente de mi cámara, algo rígido, incapaz de intervención. Me tiraban a la cara la burla más horrible, la de decidir frente a mi impotencia, la de que el chico mirara otra vez al payaso enharinado y yo comprendiera que iba a aceptar, que la propuesta contenía dinero o engaño, y que no podía gritarle que huyera, o simplemente facilitarle otra vez el camino con una nueva foto, una pequeña y casi humilde intervención que desbaratara el andamiaje de baba y de perfume. Todo iba a resolverse allí mismo, en ese instante; había como un inmenso silencio que no tenía nada que ver con el silencio físico. Aquello se tendía, se armaba. Creo que grité, que grité terriblemente, y que en ese mismo segundo supe que empezaba a acercarme, diez centímetros, un paso, otro paso, el árbol giraba cadenciosamente sus ramas en primer plano, una mancha del pretil salía del cuadro, la cara de la mujer, vuelta hacia mí como sorprendida iba creciendo, y entonces giré un poco, quiero decir que la cámara giró un poco, y sin perder de vista a la mujer empezó a acercarse al hombre que me miraba con los agujeros negros que tenía en el sitio de los ojos, entre sorprendido y rabioso miraba queriendo clavarme en el aire, y en ese instante alcancé a ver como un gran pájaro fuera de foco que pasaba de un solo vuelo delante de la imagen, y me apoyé en la pared de mi cuarto y fui feliz porque el chico acababa de escaparse, lo veía corriendo, otra vez en foco, huyendo con todo el pelo al viento, aprendiendo por fin a volar sobre la isla, a llegar a la pasarela, a volverse a la ciudad. Por segunda vez se les iba, por segunda vez yo lo ayudaba a escaparse, lo devolvía a su paraíso precario. Jadeando me quedé frente a ellos; no había necesidad de avanzar más, el juego estaba jugado. De la mujer se veía apenas un hombro y algo de pelo, brutalmente cortado por el cuadro de la imagen; pero de frente estaba el hombre, entreabierta la boca donde veía temblar una lengua negra, y levantaba lentamente las manos, acercándolas al primer plano, un instante aún en perfecto foco, y después todo él un bulto que borraba la isla, el árbol, y yo cerré los ojos y no quise mirar más, y me tapé la cara y rompí a llorar como un idiota.
Ahora pasa una gran nube blanca, como todos estos días, todo este tiempo incontable. Lo que queda por decir es siempre una nube, dos nubes, o largas horas de cielo perfectamente limpio, rectángulo purísimo clavado con alfileres en la pared de mi cuarto. Fue lo que vi al abrir los ojos y secármelos con los dedos: el cielo limpio, y después una nube que entraba por la izquierda, paseaba lentamente su gracia y se perdía por la derecha. Y luego otra, y a veces en cambio todo se pone gris, todo es una enorme nube, y de pronto restallan las salpicaduras de la lluvia, largo rato se ve llover sobre la imagen, como un llanto al revés, y poco a poco el cuadro se aclara, quizá el sol, y otra vez entran las nubes, de a dos, de a tres. Y las palomas, a veces, y uno que otro gorrión.
jueves, 6 de junio de 2019
Micro-críticas (II)
Enemy.
Tuvieron que pasar más de tres años para que me pudiera animar a volver a ver esta película de Dennis Villeneuve que tantas cosas movió en mi interior, como casi todo lo que ha hecho el canadiense.
Una obra llena de enigma, misterio, perfección; que si acaso existe otro mundo, seguramente José Saramago está más que feliz porque se haya hecho una película que retratara tan fielmente su novela.
La hora y media que dura la película (otra prueba más de que se puede hacer una película perfecta en 90 minutos o menos, además del cast minimalista con el que cuenta) en la que uno se somete a los juegos y enredos del director con una perspicacia descomunal, uno se involucra aunque no quiera, uno quiere saber que es lo que está viendo, si a la misma persona teniendo alucinaciones, si son extractos del pasado y presente de esa persona sin que se nos diga deliberadamente salvo con las habituales "mijagas de pan" que los directores como Villeneuve o Nolan dejan dentro de la trama para hacernos conectar todo en una segunda, o tercera, o cuarta visualización y nos digamos: "por supuesto, ahí estaba todo"; y si en realidad son dos personas a la vez, y qué es lo que representa al final de cuentas la esposa.
No digo más, Enemy es una película que no importa cuantas veces la veas, siempre te hará estremecer.
La Flauta Mágica.
Ingmar Bergman decide ya siendo considerado el gran maestro de cine que es, hacer una película para la televisión sueca de la ópera homónima compuesta por Mozart, y tal es su impacto y su calidad que ese mismo año, contra los planes para los que se tenía destinados a la cinta, se estrena en cines de los paises escandinavos, pero vayámonos por partes, ¿qué hace de esta película una extraordinaria puesta en escena para el cine y el teatro?
Ingmar Bergman atina en empezar la película como se empezaría la ópera en el teatro, primero viene la obertura, miestras esta se da, y seguido a esta, vemos algo que muy parecidamente vimos en la segunda parte de la cinta Sola en la Playa de Noche (de la que escribí un poco en el pasado texto de micro-críticas, el que pueden consultar justo aquí) Bergman nos hace vernos a nosotros mismos, vemos los rostros e impresiones de los espectadores antes de empezar la obra, (en donde incluso lo podemos ver a él) su vista se centra principalmente en una pequeña de pelo rubio. (Supongo como preambulo y referencia de que lo que vamos a ver es como si se viera una especie de magia a través de la mirada inocente, como lo es la de la niñez, algo que no sería la primera vez que Bergman no hace notar, son muchas la películas del sueco en las que nos somete a la vista o las vivencias propias de él en la niñez).
Acto seguido toda la trama se da exactamente como en la ópera, como en una obra de teatro, sólo que visto desde un lugar privilegiado, la vemos desde el escenario, no desde fuera de este, en primera persona, vemos la magia del teatro en toda su esencia desde la comodidad y la intimidad que nos brinda el cine. Todo transcurre justo como en una obra, incluso el entretiempo (en el cual vemos justamente lo que hacen los actores en este tiempo [también podemos ver una presencia extraña la cual no sabría como catalogar]) y justo el final es como se da en una obra de teatro.
Este ejercicio de Bergman resulta muy interesante, valioso, y me parece, aun que hay muchos intentos de acercar a ambas disciplinas, teatro y cine, en un amalgamiento funcional, nadie lo ha logrado como lo hizo Bergman, al menos hasta donde yo he descubierto dentro del cine.
Hiroshima Mon Amour.
¿Cómo recordamos al amor de nuestra vida 14 años después de haberlo perdido?
Quizá esta sea la interrogante que define y marca la trama de esta fundamental obra cinematográfica, que bien podría definirse como un pilar más que imprescindible en la historia del cine.
La película tiene un inicio más que trepidante con una serie de imágenes que bien uno podría catalogar en un principio a la película como parte de esas películas experimentales que entrelazan narración de una charla que sin saber cual es su procedencia, importancia, y fin, resaltan y a la vez concuerdan con una serie de imágenes reales de Hiroshima luego de aquel fatídico 6 de agosto de 1945. Luego de esta extraordinaria introducción del filme, conocemos a los seres de los que provienen estas palabras, una actriz francesa que trabaja en una película sobre la guerra, pero que habla de la paz mundial en Hiroshima, y un arquitecto japonés fue militar, con el que luego de pasar la noche, y hablar sobre un amor que tuvo 14 años atrás en plena guerra, en su natal Nevers (sobrenombre que al final le pone su amante japonés). Es luego de varios encuentros que tienen en menos de 24 horas que vemos como a ella le afectó aquel romance con el soldado alemán, y como este revive en la figura de un hombre completamente distinto, pero que la hace revivir de alguna manera en su más íntimo ser.
Alan Resnais hace con esta película una de las obras más celebradas y memorables de la Nueva Ola Francesa. Una película que cuenta con matices no sólo experimentales como ya lo hemos mencionados, sino dramáticos, narrativos y visuales que es uno de esos trabajos que hacen que una o dos escenas de su trama se te queden grabadas en el subconsciente y en el colectivo de imágenes que sólo el buen cine te pueden crear en el recuerdo. (Para mi quizá la escena más fuerte de esta, sin contar por completo por supuesto toda la introducción, es la escena donde la niña en Nevers se despide de su amigo alemán)
Emmanuelle Riva y Eiji Okada son más que extraordinarios en escena, una prueba más de que menos es más, cuando se sabe lo que se quiere decir, que si los franceses sabrán de eso.
Las Puertas de la Eternidad.
La última película realizada por el director de la celebrfadísima "La escafandra y la mariposa", y también pintor Julian Schnabel sobre la vida del pintor Vincent van Gogh, bien podría ser llamada con toda justicia una de las mejores películas de los últimos dos años, pero vayámonos por partes, a que viene este comentario mio tan impertinente, ahora se los explico.
Schnabel hace a bien retratar a van Gogh desde una perspectiva tan diferente al pintor holandes, que nadie jamás lo había hecho, cual es esta perspectiva: la real. Y cómo se define esta perspectiva, retratando al mismo tiempo al artista, al hombre, y aún más importante: al enfermo en sus últimos días de vida, algo que nadie más había hecho.
Primero hablemos de las diferentes formas que Schnabel emplea para retratar su película visualmente. Vemos en las tomas empleadas una liberación de lenguaje, un desprendimiento y una visión tan poco ortodoxa que al principio sin saber si te molesta o no, no te hace quitar la vista de la pantalla. Luego al ver como es que se va desarrollando todo, una vez que Schnabel nos muestra sus intenciones, y nos muestra al van Gogh que quiere que conozcamos, no al artista consagrado, o el artista que poco era comprendido en su época (algo que otros trabajos ya nos habían mostrado) el director nos muestra el por qué era una especie de excluido y rechazado. Nos muestra su mirada, sus miedos, sus demonios; pero también somos testigos de su liberación y de su conexión con la naturaleza, (en este tratado la edición juega un papel más que primordial, y es de una manufactura impecable) y lo vemos de una manera tan real, porque es como si viéramos a Vincent realmente, y esto es gracias al más que extraordinario trabajo del estupendo actor Willem Dafoe.
Dafoe no se conforma con darnos un Vincent que hable sólo el lenguaje de la película (la película al ser mayormente una producción norteamericana, se tenía que hablar en inglés, pero aún así vemos pequeños diálogos en francés) nos muestra realmente el retrato de una persona que padece de sus facultades mentales, una persona que realmente la pasaba mal cuando no podía pintar, pero la película no sólo va de él, mucha importancia tiene su hermano, la única persona en el mundo que realmente creía ciegamente en el talento de su hermano como artista y que sabía que tarde o temprano sería reconocido, a pesar de lo que van Gogh dijera sobre ser un artista para las personas del futuro. Theo van Gogh refleja la otra linea argumental de la película que es desarrollada de una manera magnífica, la de la real hermandad, la de los lazos que hacen a los hombres hermanos, es una muestra extraordinaria de lo que pasa de igual manera, pero planteado en diferente circunstancia en Camille Claudel 1915. (tal era la conección entre Vincent y Theo que fueron enterrados juntos). Hay muchas cosas en esta película, y todas son abordadas con la importancia adecuada, que esto no se logra si no es por el magnífico guion escrito por Schnabel y por el extraordinario Jean-Claude Carriére, que nada más hay que ver la etapa francesa de Buñuel para darse cuenta del extraordinario guionista que es.
A mi me da mucha pena que hoy día a Dafoe, como el gran actor que es desde hace ya más de 20 años, no se le reconozca como tal por la industria de su país, que el reconocimiento y prestigio en Europa y los amantes del séptimo arte como tal, ya lo tiene desde hace años. (Para ser claros y andar sin rodeos: aún no me puedo creer que no se le haya dado el oscar a mejor actor y en su lugar se lo hayan dado a una nula actuación de un tipo que ni siquiera cantó en su película) Mi parte favorita no es una sino varias, y esta es donde Schnabel nos ponía en la cámara la mirada dañada de van Gogh, (desde luego reconocer el trabajo en la fotografía de Benoit Delhomme) y ni que decir de la música de Tatiana Lisovskaya. Sublime, por supuesto es una película que estará en el conteo final de mis películas favoritas del año. También resulta curioso que la idea de esta película se diera a raíz de unos dibujos que hizo Vincent y que fueron descubiertos hace apenas pocos años.
Extraños en el paraíso.
Para hablar de esta película seré sincero y breve con ustedes: película que yo veo de Jim Jarmusch, ya sea nueva, o que vaya descubriendo, es película que me maravilla, que disfruto, que me fascina, que me vuelve loco, pero creo que de todo lo que he visto del hombre canoso oriundo del estado de Ohio, esta se ha convertido en mi película favorita.
Es inevitable ver la clara referencia del cine francés sobre Jarmusch en esta película (y con justa razón, para quien mo lo sepa, Jarmusch se decide a la realización de cine luego de una estancia en París cuando estudiaba Literatura Inglesa en Columbia [su intención era ser escritor y poeta]). Pero déjenme hablarles de la película, lo haré tan brevemente que ni siquiera notarán mis palabras.
La película comprende una serie de cortas escenas que claramente se hilan y empiezan con la visita que recibe Willie, un hombre que vive en Nueva York y que pareciera ser más un vago que cualquier otra cosa, al que le gusta sólo jugar y apostar, por parte de su prima que viene de Hungría llamada Eva. Al principio su relación es un poco complicada, (alguien más recordó a As Tears go By de Wong Kar-Wai) en la que no hablan mucho, y si lo hacen es para estar en desacuerdo, entonces aparece un tercer personaje: Eddie, quien es el complice de andanzas de Willie, entonces este trata de integrar a Eva al grupo (en apariencia este queda prendado de ella, pero jamás se define como tal esta situación) pero Willie no termina por acceder. Es cuando Eva se va con su tía, que Willie se arrepiente de no haber pasado más tiempo con ella, entonces tiempo después de su partida, y luego de una buena noche en el juego, convence a Eddie de ir a visitarla a Cleveland, para posteriormente llevarla de vacaciones a Miami, en donde un final inesperado se dará.
La cinta, como todas las de Jarmusch, nos muestran a personajes que muestran ni más ni menos que reacciones y emociones reales, nada se siente sobrepuesto, exagerado o sobreactuado, hay gritos y exaltos donde debe de haberlos, no más. La banda sonora de la película integrada por una sola canción, la ostentosa I Put a Spell on You interpretada por Jay Hawkins es más que sublime y perfecta para la sensación de vacío y soledad en nuestro trio de personajes, que sólo una vez se ve acompañado por la adorable tía de Willie y Eva (una de las actrices no profesionales que aparecen en las películas de Jarmusch). La peculiar fotografía, el modo en que retrata los barrios bajos de Nueva York, (cual postal vieja que nos hace recordar estas casonas viejas de ladrillo con carteles de lámina viejos anunciando a las marcas de refrescos que se veían aún en los primeros años de los 90's por las calles que haciendo un esfuerzo podemos recordarlos también en blanco y negro) y el montaje extraordinario de la cinta. Otra prueba más de lo que se puede hacer con muy poco, en menos de 90 minutos, este era el Jarmusch joven con su segunda película apenas. Cómo pasa el tiempo en los buenos directores de cine. Aaunque siendo claros, Jarmusch siempre ha tenido el pelo blanco.
La Librería.
Película del 2017, la última estrenada por Isabel Coixet; (digo estrenada porque ya tiene lista su última, llamada "Elisa y Marcela", que seguramente tendrá su estreno en alguno de los festivales europeos en próximos meses) es una película que en apariencia sólo sería disfrutable para los amantes de los libros y la literatura, y en una primera instancia pareciera que así es, si uno se deja engañar por la primera parte de la película, si uno no deja que la cosa avance más allá; pero si se le da la oportunidad, uno pronto se da cuenta que la película es mucho más, es una película que tiene un gran desarrollo y que es congruente con su discurso, el discurso de la directora, y con la vida misma, pero detallemos más.
Isabel Coixet es una directora que jamás le ha gustado vendernos cuentos de hadas, historias con finales felices y ese tipo de cosas; si bien no es una directora autoral (como quizá si lo sea más Lucrecia Martel) es una directora que en todas sus películas nos ha mostrado la parte más frágil del ser humano, las, más que pruebas, condiciones con las que tiene que vivir en la vida, condiciones que al final tienen sus consecuencias, o más que eso, se desenlace final irremediable. (Por cuenta propia, podría mencionar "Mi Vida sin Mi", "La Vida Secreta de las Palabras" y "Nadie Quiere la Noche", esta última con la extraordinaria y amada mía Juliette Binoche)
En esta película nos muestra como Florence Green, una mujer joven que perdió a su marido en la Segunda Guerra Mundial, 14 años atrás (alguien más pensó en "Hiroshima Mon Amour") llega al pueblo inglés pesquero de Hardborough, donde compra una casona vieja y decide poner una librería, en recuerdo a su marido (pues fue justo en una librería dónde se conocieron) y su avidez a la lectura, pero aún no la ha abierto cuando ya empieza a tener problemas con su decisión, y el problema viene por parte de Violet Gamart, la mujer más poderosa del pueblo, quien busca hacerse de la casa para hacer un centro de artes para alimentar su propio placer ególatra. Y así como esta mujer encontrará aliados a base de sus influencias para llegar a su cometido, Florence también encuentra fieles adeptos a su causa, aún sin ser adeptos a la lectura, y sin ser hostigados por Florence para que lo sean. Entre sus aliados encontrará a Edmund Brundish, un hombre solitario que vive en una mansión a las afueras del pueblo, el cual nunca sale de este lugar, una relación que empieza de manera epistolar, luego toma una especie de conexión incluso más fuerte que el amor. Al final la película termina como debe de terminar, con el fuerte e influyente aplastando o desplazando al débil luego de hacerle perder una vez más algo que amaba, pero indudablemente dejando huella en el alma de las personas que siguen el camino en esta vida, de la única manera que puedes tocar el alma de dicho ser.
La película tiene un ritmo y una sensibilidad que es imposible no caer a sus pies. Como ya lo dije, en un principio, el discurso que se da por parte de la narradora acerca de los libros, y lo que son estos para Florence y el señor Brundish, hacer que un lector de cabecera como su servidor la disfrute, no más, pero ya en el segundo acto, el ver en la trama el conflicto y su desarrollo van haciendo que uno sienta la mano bien educada de la directora más que experimentada. Hay cosas bien valiosas que a mi parecer está a bien recalcar y celebrarle a la Coixet, como el proyectar y exponer el recuerdo del marido difunto de Florence de manera borrosa, que luego esto se reafirmaría con el discurso de ella diciendo que aún puede recordar la voz de su marido leyéndole poemas, [pero no su rostro]. Tiene algunos errores en la edición de ciertas escenas y secuencias que hay que ser muy quisquilloso para darse cuenta de ellas, pero como lo digo, hay que ser muy detallista para descubrirlas. (Como la escena en la playa, y las tomas magistralmente tomadas básicamente a la nada para enlazar ciertas escenas no tienen propuesta alguna, pero tampoco molestan en lo absoluto). Por lo general está bien llevada, y aunque algunos acercamientos y primeros planos a mi me llegaron a causar cierto ruido, la verdad es que la película en lo general es atinada.
La música en general es encantadora, no es tan dominante y presente, y es bellísima, las actuaciones son buenas. Emily Mortimer es una actriz que a mi me gusta mucho, (la recuerdo en particular en trabajos como "La Isla Siniestra", "Hugo" y Match Point") y si bien este no es su mejor papel a mi parecer, si es un encanto verla en pantalla. Billy Nighy siendo Billy Nighy es un deleite.
El final de la película tiene mucho de los finales de sus películas, aunque no sea una autora nata.
viernes, 17 de mayo de 2019
El amor después de medio día: el amor después del amor, o lo que Woody Allen siempre nos ha querido decir.
l'amour l'après midi es el último de los seis cuentos morales del sublime director Eric Rohmer, que a mi me ha parecido el más poético de todos.
La película nos narra prácticamente los pensamientos de Frédéric, un hombre joven con aparente éxito laboral que está felizmente casado. Sus pensamientos son narrados mientras vemos su día a día y como lidia con estos lapsos de crisis de identidad existenciales y emocionales, y como estos se ven estrujados aun más cuando llega una visita que no tenía contemplada en su vida, se le presenta ese oscuro objeto del deseo del que tanto nos habló Buñuel y el mismo Allen en la figura de Chloe, una exnovia de su mejor amigo que es tan problemática como inestable, con la cual él mismo dice llevaba una relación cordial, pero la cual nunca le gustó. Es justo cuando sus encuentros con ella se dan justo en la hora del día en que le vienen estos pensamientos existenciales, que es cuando está alejado de su casa, que empieza a ser una figura imprescindible en su vida, tanto el uno para el otro, y es justo que por la naturaleza de la misma Chloe que es tan distinta a la de su esposa que le parece tan adictiva su presencia, pero es justo al desenlace, cuando uno quiere que se de el encuentro deseado entre estos dos, porque simplemente es antinatural que no se de un encuentro entre dos personas con tanta química entre si, cuando la magia de Rohmer aparece.
La película es extraordinaria por muchas particularidades en concreto, una de mis partes favoritas es el final del prólogo, justo antes de que aparezca Chloe, cuando Frédéric está en la terraza del café y mientras cuenta como a veces se imagina que tiene un medallón con el cual puede hacer que ninguna mujer se le resista (la escena con él en la calle y la cámara haciéndole un close-up es sublime) todas las mujeres que pasan frente al café son actrices que actuaron con Rohmer en algunos de los cuentos pasados. La mayoría de los personajes protagónicos de los seis cuentos son personajes que atraviesan por una crisis existencial o emocional, pero siempre se les ve tratando de aliviar su sufrir a través del arte, ahí encuentran refugio y a la vez solución. También la forma en que justo cuando se busca este alivio a los pensamientos, a esa necesidad de libertad de lo que se conoce llega una mujer que es la antítesis de la que ya se tiene o se estaba buscando, la búsqueda de lo que no se tiene habitualmente nos hace valorar lo que ya teníamos, y en este caso no es la excepción, es como en las películas de Woody Allen que siempre al buscar una mujer que no era la que se tiene uno termina encontrando la felicidad con la segunda, o termina sin ninguna, pero en este caso con Rohmer es distinto, justo cuando parece Frédéric sucumbir a los deseos que antes tenía y por los cuales abogaba una libertad, a pesar de decir lo mucho que amaba a su esposa y lo mucho que la desea después del nacimiento de su segundo hijo, incluso mucho más que cuando la conoció, incluso descubriéndose confeso de que quizá hace mejor pareja con Chloe, es el gesto más insignificante el que lo hace volver con su mujer, con sus hijos, a la hora en que jamás les había dado su atención, cuando sin saberlo más los necesitaba, en esas horas en que las calles de la gran ciudad llevan montones de gente sin dirección y de quienes jamás sabremos nada sobre sus vidas y que a veces quisiéramos saber por simple curiosidad. La crisis en su vida se disuelve con el amor real, no del deseo ni de la necesidad de querer todo romantizar.
Lo fascinante de las películas del también critico y escritor Eric Rohmer, es que son tan universales que nos hacen pensar en esa necesidad de identidad y de libertad que el arte nos puede dar, la dirección que necesita nuestra vida, está en el cine vivo de la Nueva Ola Francesa, tan real, quien diga que esto sólo es variedad burguesa e intelectual, no sé en que planeta vive, o que tiene en la cabeza.
martes, 26 de marzo de 2019
Misterios de la Sala Oscura: El Último Tango en París y Naranja Mecánica.
El Último Tango en París: cuando ya no queremos lo que queremos.
Hablando sobre películas de relaciones tóxicas, una de las últimas escenas donde toman los tejados de la ciudad de París, es muy similar a la de la española Stockholm. Incluso hay algo de similar sobre el como influye el lado bohemio de una ciudad con la también claramente influenciada Porto.
Naranja Mecánica: la violencia como válvula de escape ante el sistema opresor de expresión.