"Los había conocido a ambos un cuarto de siglo atrás en casa de un amigo
común en París, y desde entonces, hasta la última vez que los vi juntos, en
1967, en Grecia, nunca dejó de maravillarme el espectaculo que significaba oír
conversar y ver a Aurora y a Julio en tándem. Todos los demás parecíamos
sobrar. Todo lo que decían era inteligente, culto, divertido, vital. Muchas
veces pensé: «No pueden ser siempre así. Esas conversaciones las ensayan en su
casa, para deslumbrar luego a los interlocutores con las anécdotas inusitadas,
las citas brillantísimas y esas bromas que, en el momento oportuno, descargan
el clima intelectual». Se pasaban los temas el uno al otro como dos consumados
malabaristas y con ellos uno no se aburría nunca. La perfecta complicidad, la
secreta inteligencia que parecía unirlos era algo que yo admiraba y envidiaba
en la pareja tanto como su simpatía, su compromiso con la literatura y su
generosidad para con todo el mundo y, sobre todo, los aprendices como yo. Era
difícil determinar quién había leído más y mejor, y cuál de los dos decía cosas
más agudas e inesperadas sobre libros y autores...."
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