La pieza colombiana de Natalia es una de esas películas que, aún teniendo una sinopsis bien escrita sobre la trama de la historia, y que no se deja cosas ocultas o entre líneas de lo que el argumento desarrolla a lo largo de esta, es una película que de buenas maneras no te esperas.
Mariana quiere irse lejos de Bogotá, lejos de su familia, pero sobre todo lejos de sí misma. Malta es un lugar por donde empezar. Antes de llegar allí tendrá que adentrarse en otros territorios.
En esta película vemos en un personaje como Mariana tan real como complejo, pero también tan enigmático, que sin tener un lugar donde estar, tanto físicamente como emocionalmente, siempre está con un constante deseo de no ser, de no estar, buscando cada noche un refugio en otro cuerpo que habitar, un hombre con el cual estar e irse a su cama para no volver a la dura realidad de su familia (sus hermanos, su abuelo) y la prisión que le representa la mirada de su madre, pero también el incesante y creciente deseo de soñar que puede irse de su propio contexto, de su propia realidad. Un completo estudio de personaje preciso, interesante.
En ese deseo de no estar, está un estudio de la soledad por demás estimulante, que a su vez se acompaña no sólo de la extraordinaria interpretación de Estefanía Piñeres, sino también de la fotografía de Iván Herrera que, además de dispersa por momentos (a propósito) e incluso ambigua (recurso empleado de manera extraordinaria) la elección de Natalia de utilizar planos objetivos y subjetivos precisamente para ampliar y fijar aún más el espectro un tanto vacío y emocional de Mariana, es verdaderamente impresionante, y es justo donde digo que uno no sabe lo que se espera con esta película.
Un refuerzo y equilibrio para la catarsis del personaje de Mariana, y como permea e impregna de ese sentimiento al espectador, es sin lugar a dudas el personaje de la mamá, interpretado magistralmente por Patricia Tamayo (en definitiva lo mejor de la película) que con sólo la mirada transmite toda la dureza, pero también los sentimientos y emociones posibles de una madre frustrada, arrepentida, rebasada por la vida que eligió y no la recompensó. Vemos en Mariana en cierto punto de la película, en el desarrollo inicial (primer acto. Comentar que es una película que, aún dentro de su sencilla narrativa, tiene sus tres actos bien definidos), expresar algo de rencor por su madre, por al persona en que se convirtió por sus posibles errores en la vida, para después encontrar que lo que ella recuerda, sobre quien fue quien en la historia de sus padres; quizá no sea del todo la historia que ella se repetía por su propia lucha, por su propio ensimismamiento. Ambos personajes tienen un sinfín de momentos a lo largo de la película que nos muestra la complejidad de las relaciones entre padres e hijos que no se saben comunicar ni perdonar, pero sobre todo, que no saben reconocer lo parecidos que podemos llegar a ser, o llegaremos a ser.
Malta, o cualquier otro lugar soñado en el mundo en el cual vivir, puede ser, o ser reemplazado con el reconocimiento, con reencontrarnos en nuestro propio sitio, con la pérdida de alguien a quien se ama; o un lugar que jamás llegaríamos a imaginar.
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