Antes de acatar del todo mi análisis sobre esta película, debo hacer una aclaración que suele ser muy común en este espacio, de modo que las siguientes palabras no serán sorpresa para los adeptos, pero pueden ser importantes y reveladoras para los que no lo son: suele ser muy complicado para su servidor, más de lo normal, escribir sobre una película cuyo autor o autora; es alguien a quien admiro en demasía, conozco en persona, o puedo considerar un amigo. En el caso concreto de Diego, puedo decir que cae en los tres apartados, pero luego de dos largometrajes y un cortometraje que en muchos sentidos son una escuela para mí, siento que con El mirador, su tercer largometraje; había una deuda que saldar.
Luego de esta introducción, quiero hacer un apartado, para empezar a enumerar las grandes cosas que tiene esta película en particular, y el apartado va un poco definiendo en lo que para su servidor es la objetividad del crítico, y la subjetividad del cinéfilo. Suele ocurrirme que, con muchos de los directores que más admiro, la película que más me gusta y la película que considero yo como su mejor obra, no suelen ser la misma. Algunos ejemplos podrían ser Fellini, que amo a La dolce vita, pero 8 1/2 es a mi parecer la mejor película en la historia del cine. O Bergman, de quien amo Fresas silvestres, pero El séptimo sello es indiscutiblemente su obra maestra. En el caso de Diego me pasó algo similar, pues aunque me parece que El mirador es en definitiva su mejor película al momento por muchas razones que (ahora si) iré exponiendo, no podría decir que es mi favorita por razones que también expongo.
Annya y Guillermo son actores que dan pasos con dificultad en su vida adulta: Guillermo trabaja en un Call Center y Annya es conductora de Uber. Tras un malentendido, Annya acepta el viaje de un director que acaba de regresar a Tijuana para producir su nueva película.
Si bien la sinopsis de la película se podría decir que es lo que pasa en la película rigurosamente hablando, o mejor dicho, nos dice de manera clara el qué de la película, justamente entre esas líneas se esconde el cómo, y ahí es donde Diego no solamente hace su película más libre en cuanto a la narrativa se refiere, sino que también de entre ese cómo nos muestra su película mejor hecha técnicamente hablando.
Quizá partiendo de obviedades de las que obviamente se tiene que partir, hay que hablar de la prodigiosa fotografía por parte de Sebastián Molina, pues no sólo es un trabajo dotado de una exquisitez que pulula verosimilitud, sino que es un trabajo donde la composición está todavía más elevada del cuidado que Diego siempre tuvo con sus anteriores películas, pero acá va más allá, con una total comprensión de cómo la fotografía está al servicio de la historia, y las formas en que se va contando la historia. O dicho en otras palabras, el trabajo fotográfico, todo lo referente a lo técnico, y el gran guion escrito entre Diego y Melissa Castañeda (también productora), va mutando conforme la película; y la narrativa en esta, va mutando de igual manera. Explico a continuación lo que desde mi perspectiva y lectura es, el recurso más propositivo de Diego con El mirador: acá hay más de una película.
Es rico descubrir cómo Diego presenta estas tres películas (o posibilidades de hacer una película), que giran entorno a la misma historia y que yo las defino de la siguiente manera: la ficción, la ficción dentro de la ficción, y el documental.
La ficción es tal cual la historia de Annya y Guillermo: sus rutinas, sus amigos, sus trabajos, cosas que nos pasan a todos sin tanta grandilocuencia, y el cómo conocen al director que los invita a ser los protagonistas de su película. Es justo mencionar que, si bien tanto en esta ficción como en la ficción dentro de la ficción, los protagonistas juegan un papel preponderante, es en la ficción que Annya y Guillermo, literalmente siendo Annya y Guillermo (palabras del propio Diego) dotan a sus personajes de una carga perfectamente equilibrada entre realismo y dramatismo, a lo que seguramente sirve el hecho que de alguna manera ambos están inmiscuidos en el arte. Son ellos, en un contexto que también es de ellos y que conocen a la perfección, pero que Diego interviene con una historia dentro de esa realidad, y en la que quiere exponer de maneras muy firmes y claras, como las violencias están, impregnan y permean nuestro día a día con decisiones tan simples, cotidianas y mínimas que uno cree que siempre ha sido así, pero que quizá hace 10 años la gente no reconocería. Creo que la química entre Annya y Guillermo en muchos sentidos hacen la película, mejor dicho: no concibo esta película sin ellos dos.
La ficción dentro de la ficción corresponde al elemento más ficcionado de la película: el director y su película de la violencia en Tijuana. Y es a través de este personaje que Diego hace una de las críticas más finas al oficio no sólo de lo pretencioso que puede ser para algunos el oficio de la producción audiovisual, sino que muestra toda la figura del artista-turista que cree conocer una ciudad y su historia, sólo con haber vivido en ese lugar antes de tener el privilegio de poder salir, un posible clásico hijo de la oligarquía que cree que puede ser y hacer una diferencia significativa con una película en la que todos los mexicanos que no sean de tez blanca son delincuentes, y que intenta conmocionar a toda Europa llegando a Cannes. En este recurso de la ficción dentro de la ficción es que vemos lo complejos y reales que son Annya y Guillermo, pues si bien ellos quieren sumar y apoyar en un proyecto en el que creen, incluso al grado de hacer a un lado sus proyectos de vida, o al menos acomodarlos para que estos no se interpongan en la oportunidad de hacer su primera película, es que vemos un cambio en ellos conforme se van dando cuenta que la película no refleja en lo absoluto su realidad, porque quién mejor que ellos para conocer su ciudad. Hay una escena preciosa en la que estando en un departamento, el crew de la película festeja el final del rodaje, y vemos como Guillermo mira la vista de la ciudad de noche desde la ventana del departamento que está en lo alto, luego vemos como Annya se para junto a él, y ambos, sin decir nada, sólo con una sonrisa, que acaso podrá simbolizar la mueca de la resignación, chocan sus vasos y miran su ciudad, esa ciudad real de la que tantas veces se habían negado a contar su historia y sus múltiples realidades, hasta que Diego empezó a hacer cine. Incluso creo que es el momento para decir esto: si la película termina en ese momento, habría sido un final perfecto. Pero el final que tiene también me parece el final que requería la película.
El documental es el recurso donde vemos el real impacto de los alcances de la violencia en personas reales, y una vez más, la forma en que Diego logra llegar a este discurso, es magistral. A modo de investigación en el contexto de la película dentro de la película, Diego recaba testimonios de personas cuando la violencia a alcanzado topes extremos en el sexenio de la llamada Guerra contra el narco, donde las balaceras se daban en zonas conurbadas, escolares, o en colonias populares, aquí es que Diego vuelve a los discursos personales de manera muy inteligente, a los temas que le ocupan y son importantes para él, pero en lugar de caer en el efectivismo de una ficción desmesurada, hay toda una forma y un fondo que hacen que de manera muy implícita, nos diga exactamente todo lo que él quiere referir sobre el tema, y lo hace. Así de simple.
Otro elemento que yo lo considero más ligado al documental que a la ficción, y que además es genial, divertido y muestra esa libertad con la que Diego se mueve en el cine como un artista que sabe que es lo que quiere decir más allá de pretensiones estéticas y filosóficas, es los ejercicios que hacen Annya y Guillermo de improvisación, tanto juntos, como con otras personas, como de manera individual. Cine que se hace de instantes, de momentos cotidianos, de amigos.
Cierro este análisis tratando de exponer de la manera más correcta el porqué aún creyendo que estamos ante la mejor película de Diego, no es mi favorita, y para no alargar aún más las palabras, debo decir que se debe al hecho de que no me puedo sentir más identificado con el discurso que Diego desprende en “Agua caliente”, sobre lo que para él es el cine, para lo que sirve el cine, y lo importante que son las personas más cercanas en el proceso de ser los artistas que somos o pretendemos llegar a ser, y en consecuencia, los seres humanos reales que queremos llegar a ser. Ahora, con esto no quiero decir que “El mirador” sea totalmente impersonal, ahí están temas que a Diego le importan, como ya lo mencioné, y si bien hay un desprendimiento en el sentido de que él no es ahora uno de los personajes principales, si tiene una aparición bastante importante y peculiar, un personaje el cual aún siendo Diego, yo describiría en cierta medida como la conciencia del creador, pues en las apariciones que tiene su personaje con Annya y Guillermo, siempre está para decirles, platicarles y hacerles las preguntas precisas y pertinentes que los hacen pensar, incluso hacerlos que se cuestionen sobre las decisiones que van a tomar.