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jueves, 29 de octubre de 2020

Temblores: cuando el amor es un pecado.

 



Temblores es el tercer largometraje del muy laureado director guatemalteco Jayro Bustamante, cuyo transitar por festivales en el año pasado le dejó varios reconocimientos tanto por pate de los mismos festivales, como por parte de la crítica y público, a pesar del tema tratado, y de la resolución del cineasta.


La película empieza con Pablo llegando a su casa, uno de los empleados le abre el portón y en el acto sale una empleada de la casa, Pablo le pregunta que donde están los niños, ella le contesta que están en casa de otra persona y que toda su familia lo está esperando adentro. Toda su familia comprende a su esposa, madre y padre, hermano y hermana, y el esposo de esta, al llegar ellos quieren hacerlo entrar en razón en una decisión que ha tomado, este en el acto va y se encierra en su habitación, de la que todos, en turnos cada uno, lo tratará de hacer salir. Las pláticas que se dan allí dentro, nos van revelando la decisión de Pablo, el tormento que le provoca a sus seres queridos, pero la decisión está tomada, al final lo único que lo hace salir de esa habitación, es uno de los temblores que azota a la ciudad, según la madre, como un castigo de dios por la decisión de su hijo de dejar a su familia no sólo por tener otra relación, sino por ser con un hombre.


La película de Jayro es una propuesta que, en el mismo grado que el director la impregna de riesgo, lo recibe de magistral. La maestría de Jayro va desde el relato, cómo este se va entretejiendo para orillar a su protagonista a dar marcha atrás a la decisión que ha tomado, por la presión que ejerce por un lado su familia, y por el otro su conciencia (él es, al igual que su familia acomodada, un cristiano evangélico) y aparte de eso, un tercer factor lo trata de regresar al camino correcto: la presión social, esta orquestada por su esposa.

Uno de los grandes aciertos que tiene la película es que nunca se nos da una clara temporalidad en la que transcurre, esta es una forma muy sutil en la que el director pone en perspectiva uno de los claros mensajes que quiere dar: en la sociedad de clase alta de muchas partes de Latinoamérica sigue existiendo una discriminación hacia las personas homosexuales. Jayro ha mostrado en su cine problemas sociales, confrontación entre diferentes realidades y heridas profundas y pasadas que han aquejado a la sociedad Guatemalteca en diferentes sectores y en diferentes tiempos, pero como suele suceder muchas veces en los países latinoamericanos, los problemas de unos son iguales, como el reflejo en el espejo, de otros.

Las formas en que tanto la familia, como la sociedad, tantos en décadas pasadas, hasta nuestros días, encasillan a las personas homosexuales en arquetipos que están muy alejados de lo que el miedo no les permite comprender: hay tanto amor, igual de digno y fuerte, con en parejas heterosexuales.

La última parte de la película de Jayro no podría ser más desesperanzador y desolador, pero es por supuesto un reflejo de lo que muchas de estas personas deben de tolerar, por encajar, por no hacer sufrir a los que más quieren, a los que de alguna manera se ven marcados (lo vemos sobretodo en una escena extraordinaria en la que los dos pequeños de Pablo hablan sobre esa enfermedad que parece sólo le da a los hombres), vemos la humillación a la que se debe de someter, por complacer a su casa, a su linaje, a su templo, a esos estándares cerrados, pero hace falta ver al final, que en la presión que éste tiene sobre sí, y que manifiesta tras la fachada que brinda al mundo, su hija advierte ese peso que su padre soporta, quizá ella, con más edad, logrará comprender eso que los demás temían, y lo amará de igual manera.

Las actuaciones son formidables (sobretodo por parte de Diane Bathen, quien interpreta a la esposa), pero la puesta de cámara, combinado con la composición y la atmósfera que propone Jayro de la mano de su director de fotografía (Luis Armando Arteaga), logra con un puñado de encuadres, y portentosas tomas fijas, una película destacadísima y bellísima visualmente, si agregamos el ritmo y la narrativa impecable, nos regala a mi parecer una de las mejores películas que se hayan realizado en los últimos años en Latinoamérica.

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