Producciones "La Vieja Escuela" Presentan:

viernes, 18 de octubre de 2024

Ahora la luz cae en vertical: formas de sobrevivir a las violencias primarias.

 


Sólo tenemos palabras

Cada una las suyas

Que dialogan con el silencio


Hacía mucho tiempo que una película no me llevaba a un grado tan demandante de introspección, de pensamiento y meditación para saber qué tanto bien hacían este tipo de ejercicios, o si realmente había la necesidad de hacer una película así, y es que son exactamente las preguntas que yo suelo hacerme antes de crear algo a través de las imágenes, el sonido y el discurso. 


Al decir esto también digo de manera metafórica, pero que ahora arrojó de manera explícita, que hacía mucho tiempo que una película no me emocionaba y me conmocionaba en medidas muy similares como el documental de Efthymia Zymvragaki



Quizá lo primero que debería de mencionar es un aspecto muy atinado en cuanto a la forma se refiere: la narración hecha a través del lenguaje del cine diario. Si bien más allá de la parte personal que hay de la directora en la obra, pudo haber otras formas de llevar esto a la pantalla y quizá contar esta historia de manera más ligera (o incluso más dura, como es el breve ejercicio de ficción que cree el personaje principal que está haciendo) se hace una especie de manifiesto o tratado por parte de la directora con el espectador, mediante el cual, sin nosotros saberlo conscientemente, se nos dice:

“ven, te voy a contar la historia de Ernesto, y también la mía. Y por muy dura, y cruel, y vil que sea; aquí estoy para protegerte, porque yo ya he vivido esto”.

Justo es este tratamiento de cine diario, el que hace que en apariencia veamos la narración con la medida correcta de distancia la mayor parte del tiempo, con la voz de la directora en off marcando el timing todo el tiempo, no sólo contando su historia y la de Ernesto, sino también sus intenciones con el documental y las formas que quiere emplear para ello; con muy pocas y acertadas intervenciones de Ernesto en el espacio temporal real del documental, y una serie de imágenes y secuencias que si bien forman parte del contexto espacial de la vida de Ernesto, vida a la que se asoma Efthymia durante el tiempo que convive con él y la lleva al otro lado del remolino que une sus historias, parecieran no se hilvanan o sujetan a una narración lineal; pero es justamente todo esto lo que la directora hace deliberadamente para que precisamente el espectador se percate de que, más que buscar ser este ejercicio una apología de la violencia, sobre víctimas y castigadores; busca, sin justificar ni condenar las historias que se retratan de perpetradores de la violencia, se busca contar la historia de dos personas que fueron heridas, he hirieron de maneras extremas. 


Necesario creo es decir quién es Ernesto. Ernesto es un hombre de sesenta y pocos años que vive en una de las Islas Canarias y que, contacta a la directora griega afincada en Barcelona, para que haga una película sobre su vida, ella acepta con algo de temor, pues sabía que inminentemente contar la historia de Ernesto la haría recordar y volver a vivir su particular historia con su padre en Creta, otra isla que, como suele pasar en particular y símiles lugares, la vida de las personas son muy parecidas, sus rutinas, sus padecimientos, sus dolores internos. 


Ernesto cuenta de manera muy vívida, sin complejos y tapujos, su vida marcada por la violencia, desde niño a través de su padre. Al principio, la violencia psicológica hacia él, pero también la violencia física hacia su madre, y como después él replica de iguales maneras esa violencia a su pareja y su hijo, hasta que él comprende que la única forma de romper el vínculo, y tratar de curarse al mismo tiempo, mientras curaba a su hijo de la condena y la violencia, era alejándose, como en su momento Efthymia lo hizo de su padre, pues pareciera que la violencia sólo tiene dos destinos, y pareciera en ese sentido las mujeres son mucho más fuertes que los hombres, y este comentario lo hago sin generalizar por supuesto; pues mientras la mayoría de los hombres repetimos patrones, nos quedamos en el seno, pero replicamos las violencias; las mujeres sufren el dolor de la ausencia y el exilio con tal de sobrevivir, huyen y en el acto cargan con la memoria de una violencia que jamás desaparece, pero al menos se puede vivir conciliando con ella. 


Muchos podrían juzgar la exposición que hace la directora de la historia de Ernesto, como la cuenta sin tapujos, y en cambio la de ella no profundiza y apenas arroja esbozos o detalles que jamás llegan a los límites y detalles que Ernesto cuenta; pero me parece que Efthymia sí cuenta todo eso, y lo hace de maneras responsables y conscientes, pero a través de formas poco ortodoxas, precisamente para despistar al espectador, y que no se sienta tan abrumado, que evidentemente se sentirá abrumado por la naturaleza de lo narrado, pero para el espectador será como ver un aparatoso accidente de refilón con el rabillo del ojo mientras va conduciendo, y no estar viviendo el accidente con el coche prensándote sin poder respirar. Acá es necesario, muy necesario; entregarte a Efthymia y leer entre líneas, adentrarse a las sombras para encontrar la luz. 


No hay agresión en la decisión de Efthymia en contar esta historia y hacer este documental, en primero, porque ni romantiza, ni justifica, ni juzga a los dos protagonistas (Ernesto, que aparece a cuadro y después no, y el padre de Efthymia que sólo aparece por la descripción que se hace de él y su historia con ella) sólo nos cuenta su historia, por más cruda que sea; pero sin imágenes que precisamente susciten a esa violencia, sino todo lo contrario, Efthymia hace que a través de la cámara y todo lo que vemos, se nos sugiera que, en los lugares donde impero una oscuridad profunda y lacerante, también puede haber luz, armonía, felicidad. Y si en el ejercicio de introspección Efthymia no da los detalles más duros que seguramente vivió con su padre, es porque implícitamente ya están contados a través de la historia de Ernesto, que si lo dice Efthymia de maneras simbólicas a través de la intimidad en el retrato de lo visual, y metafóricas a través del discurso. 


En el título del documental, que no descubrimos su naturaleza sino hasta casi el final de este, vemos más allá de las intenciones de Efthymia de contar estas historias, la de ella y Ernesto, y que de alguna manera a ella la asustaba pues los hermanaba a pesar de lo que él fue, con ese otro él que se despertaba a través de los malos sueños, el alcohol y su patología. Hay una clara necesidad por parte de ella de hacer las pases y reconciliarse con su padre, aunque ya no esté, somos testigos de su regreso a Creta después de tantos años, buscando respuestas y formulando preguntas que la acompañarán y formarán parte de ella por el resto de su vida al igual que su padre. Es entonces que al final, como suele pasar en el cine diario, Efthymia nos confronta, preguntándonos “El amor es una pregunta o una respuesta” en esta pregunta va implicado todo, el dolor de no saber cómo decir te quiero cuando lo debemos hacer, la valentía que ello implica, y en cambio lo fácil que es repetir las aberraciones que venimos arrastrando sistemáticamente de generación en generación. Ahora la luz cae en vertical para que el espectador reflexione, se deje sumergir en esa catarsis como quien se sumerge al mar, y cree la tesis que genere sus propias conclusiones del por qué a pesar de todo, el amor y el perdón pueden más, y Efthymia dedica esta obra tan difícil y hermosa (y que llevó a su servidor al borde de las lágrimas) a su papá. Y a nosotros también. 


sábado, 12 de octubre de 2024

“Ida Vitale” de María Arrillaga: inventarios de la cándida vejez.

 



No hay casualidad en el azar.

Lo que uno llama azar

es nuestra imaginación insuficiente.”


La película de María me parece que, aún con su corta duración, crea de manera detallada el retrato fidedigno y significativamente cotidiano de una Ida que nadie creería que para las fechas en que este documental se realizó, tenía 96-99 años. Una mujer con una fuerza vital desbordante, con una lucidez tremenda (que ya quisieran tener varios veinteañeros y treintañeros que conozco) que sin duda y significativamente transmite toda la vida que ha vivido y toda la obra que ha escrito. Uno ve como a pesar de que la gran poeta ya está colocada en los anales de la literatura, y que en su país la quieren mucho, aún se toma su tiempo para revisar sus archivos, sus cajas, sus papeles, mientras invoca a un personaje secundario que está, pero no está: Enrique Fierro. La vemos caminar sin prisa por todo lugar donde haya plantas y las observa y las toca, y luego la vemos cargar con sillas, con bolsas, con libros, con flores, antes de subir al estrado de algún encuentro donde le rinden homenaje. Este retrato de la Ida de ahora, del presente, que aún juega con las palabras y ese ente inocente que es el alfabeto. 


María asume un riesgo y me parece que, aparte de afortunado es bien intencionado, pues tal como lo dice el título por todo lo alto, “Ida Vitale”, no podría tratarse de otra cosa que no sea Ida Vitale, pero además uno agradece que el retrato venga, como ya lo comenté antes, desde la Ida del presente, es decir, no con la clásica revisión de su obra, o sólo sustentándose de material de archivo y entrevistas. Como ya lo comenté, es una apuesta arriesgada que quizá a muchas personas les costará, pero en lo personal yo lo agradezco. 


En lo técnico-narrativo, tiene cosas muy diversas y valiosas que además de hacerlo atractivo, abona a que el espectador se sumerja en el juego de surcar el viaje, ya sea por mar, carretera o tierra; al mundo y lenguaje poético. Sin duda el más importante, representativo y primero en orden de aparición, es el juego del alfabeto, en el cual la directora bajo la guía sí de Ida, pero también del lenguaje dentro de la obra poética de la artista, va dictando el cursor del documental a través de estas palabras sueltas que por momentos incluso juega con el espectador de manera metafórica (como el Sol es representado por una noche de fiesta y las luces cálidas de las farolas en la calle) y lo lleva por caminos en los que parece uno puede adivinar la frase que viene, pero no llega (en el mar esperando que la letra M lo represente, pero llega un Murciélago). La figura que camina, se mueve, fluye por lo largo y ancho del documental, se nos presenta atendiendo cotidianidades, buscando algo entre sus cosas mientras habla de todo y nada, y por momentos recitando algún poema en voz en off; y justo en estos momentos, en los que acompañada todo el tiempo por una fotografía hermosa llena de luz y filtrada por un empañamiento que le da una textura muy particular, es que una música divina hace que uno entre en total estado de introspección. Si el documental se hubiera centrado más en estos momentos donde uno intuye, ve y lee más las particularidades de Ida en sus paseos y su amor por la naturaleza, es que quizá habríamos tenido una obra maestra. Aún así estamos ante un arriesgado, valiente y atinado documental que hubiera alcanzado un buen grado de perfección, sin demeritar toda la belleza que hay en este; si la directora hubiera prescindido de la infame y muy lamentable escena de los reyes de España. 


Finalizo estas palabras comentando un hallazgo muy especial: quizá sea que como pasa con ciertos géneros cinematográficos en los que, más que haber elementos o fórmulas que tengan de llevar de manera obligada, hay ciertos símiles o espejos que uno puede distinguir como lenguajes universales que sólo los artistas y poetas pueden ver en el universo y que pueden resultar ser la mitad de una unidad que viaja a cientos de kilómetros o incluso a través del tiempo, como puede pasar en las películas con narrativas poéticas. En “Ida Vitale” encontré tres momentos que hermanan al documental con el cortometraje “Alejandra… todavía Alejandra” de Andrei Maldonado: en el viaje en el mar, muy temprano en la película, al lente de la cámara se le traspone una especie de filtro para que la imagen adquiera además de ciertas texturas, distintos tonos del azul predominante; en la música de caja con manivela que suena en la plaza del pueblo, y en el plano desde el avión. 

viernes, 11 de octubre de 2024

La caja vacía: los otros padres.





Tardé cerca de 8 años en ver esta película desde su estreno. 8 años encabezando mi Watchlist. Y si alguien me preguntara si me dejó algo positivo la película luego de tanto hype reprimido, yo le diría que absolutamente si. 


Entrelazaré estas palabras exponiendo puntos que quizá no tienen que ver mucho con la película, pero que creo y siento importantes para lo que al final de cuentas quiero formular. El primero es que para los que suelen leer mis palabras en cuanto al cine se refiere, sabrán que el tema de las paternidades en el cine es un tema que suele gustarme y llenarme de sobre manera. Películas como “Aftersun”, “Tengo sueños eléctricos” y “About time” suelen tener un lugar especial en mi corazón cinéfilo, pero me parece que todas abordan, ya sea en la presencia, la ausencia o los problemas; a la figura paterna desde ese ser amoroso que está a pesar de todo. En ese sentido la premisa de la película de Claudia viene a abonar y abordar una historia paterna desde un lugar distinto, que no es ni el extremo del otro, no algo necesariamente negativo, que es desde la figura paterna estricta, poco emotiva y que en apariencia, nunca quiso ser. 



Arranco luego de esta breve introducción siendo realmente honesto desde la parte de investigación: la película no tuvo una gran recepción por parte del público general, en comparación a la primera película de Claudia. La mayoría de comentarios que encontré en la web son ambivalentes, y preguntando a personas cercanas que tuvieron la oportunidad de ver la película ya fuera en algún festival como Morelia o el Festival Internacional de Cine de Durango (organizado por el maestro Juan Antonio de la Riva), muchas me dijeron que no les había gustado, y es que a todo mundo tomó por sorpresa el giro de Claudia en sus fondos y formas, aunque volviendo a la honestidad con ustedes lectores, a mí no me parece que hayan cambiado tanto. Me explico. 


Claudia estrena en el 2016 esta película, tres años después de maravillar a propios y extraños con su maravillosa y hermosa ópera prima: “Los insólitos peces gato”. Creo que hablo en nombre de más de una persona al decir que ese debut no sólo fue uno de los más grandes debut’s en el cine mexicano contemporáneo, sino también probablemente la mejor película mexicana de ese año, y la razón por la cual Claudia robó tantos corazones (yo declaro ahora y ante todos que Claudia es mi directora mexicana favorita en la vida) y se formó un ejército de adeptos desde entonces que siempre queremos ver todas y cada una de las películas que ha tenido la oportunidad de realizar. En ese sentido, todo mundo esperaba que su segunda película fuera, sino otro “Los insólitos…”, algo muy similar, pero Claudia asume un reto importante y se arriesga a hacer una película muy diferente que a la gran mayoría de espectadores les tomó por sorpresa en festivales y no precisamente para bien, y quizás eso aunó a una prácticamente inexistente distribución comercial a nivel nacional (aunque la verdad, la distribución comercial del cine mexicano es siempre complicada, salvo la orientada a la comedia burda, clasista y misógina), incluso con una Claudia argumentando que si tenía qué vender la película afuera del metro para que esta se pudiera ver, lo haría. 



En esta historia Claudia se mete en papel y hace de Jazmín, la hija de un haitiano llamado Toussaint que luego de un accidente en su trabajo, tiene que quedar al cuidado de ella. Rápidamente vemos que la relación entre hija y padre es tensa, y es fácil distinguirlo no sólo por su interacción entre ellos que va desde lo físico hasta lo verbal y que hasta cierto punto de la película va siendo más ruda y dura; sino que también a través de flashbacks y recuerdos que de manera muy pronta sabemos que son de Toussaint (quien es el personaje principal, aunque Jaz también juega un papel sumamente importante en el desarrollo de la historia), aunque su real interpretación la sabremos hasta más adelante. Durante el transcurso de la trama, desvelamos muchas cosas conforme a la naturaleza tanto de Jazmín y Toussaint, el porqué son como son, porqué su interacción entre ellos y con los demás, lo símiles que son, más allá de las cuestiones físicas que Tou le refiere a Jazmín. Pero una vez que se revela la naturaleza de lo que le pasa a Toussaint, sin dejar de ser lo que son y cómo son y lo que han sido toda su vida, hay una intención por parte de ambos de estar con el otro, de ser eso que quizá jamás Tou se permitió vivir una vez más: formar parte de una pequeña familia, una familia en la que él fuera esa figura paterna que temió ser. 





Es evidente el cambio de tono de “Los insólitos…” a “La caja vacía”, pero quien me diga que no hay lazos entre estas, me parece que está viendo ambas obras de manera muy superficial. Si bien en “Los insólitos…” todo es más luminoso a pesar del tema de la muerte no sólo de una líder de familia, sino además de alguien importante en la formación de todo ser humano como lo es una madre, o un padre, como es el caso de “La caja vacía”, y que por supuesto es la primera similitud entre las obras referidas; el humor está presente en ambas, en distintas formas, pero está. La pérdida de rumbo por parte de los personajes secundarios (o co-protagonistas, si así se le quiere ver) también es una constante, puede ser explorada de distintas formas y manifestada con distintos síntomas, (dolor de estómago y soledad, o apatía y soledad), pero está presente tanto en Clau como en Jaz. Incluso me podría aventurar a decir que esta película fácilmente podría ser pariente de “No quiero dormir sola”, ópera prima de la también extraordinaria Natalia Beristáin, por las intenciones del discurso, en la que por cierto Claudia tiene una pequeña aparición. 


En cuestiones de producción, es ineludible que la fotografía a cargo de la siempre extraordinaria Maria Secco, juega un papel preponderante en la forma en que se cuenta la historia y lo importante en ella. La forma en que María retrata lo que Claudia busca exponer a través de los personajes (que de alguna manera le serán familiares más allá de la escritura del propio guion) con sus rostros, las sombras de sus cuerpos y la naturaleza de sus espacios habitacionales, es sencillamente extraordinario. 





Creo que narrativamente hablando, hay más virtudes que desaciertos, y me gustaría mencionarlos, tratando de dar claridad a la forma en que los percibí. Sin duda creo que uno es el ritmo, y si bien este se puede adjudicar a la naturaleza propia de la historia, para mí por momentos si hace que se deshilvane la trama y a muchas personas les cueste trabajo seguir, en mi caso particular jamás me desenganche de ella, pero no sé qué tanto pueda influir el conocimiento que ya tengo de la obra de Claudia. Y es que a mí parecer al principio lleva un ritmo constante, natural diría yo, pero en algunos lapsos en el segundo acto, se ralentiza, pero para la parte final vuelve a la forma en que comenzó. Incluso el montaje también por momentos me parece brusco y poco apropiado (incluso en mi opinión muy personal podría decir que se pudieron prescindir de algunas escenas, que incluso pudieron acortarle a la película unos cinco minutos), pero también se puede interpretar con la condición de Tou, aunque muchos de estos fallos se den donde él no interactúa. Pero también debo decir que la forma en que interactúan los flashbacks con la historia, es trabajado extraordinariamente. También hay por momentos algunos detalles que me saltaron sobre todo en cuestiones como continuidad, pero honestamente son nimiedades de un cinéfilo quisquilloso. Claudia en su papel de Jazmín y el señor actor Jimmy como Toussaint, son realmente impecables, la construcción de los personajes a nivel guion, y la comprensión de estos en lo narrativo, es simplemente un trabajo por parte de Claudia extraordinario, además de que verla en pantalla es adorable. 


En resumen, sin ser una película perfecta, y evidenciándonos a una autora que no le gusta repetirse, pero que hay temas con ciertas similitudes que ahondan en su creación; “La caja vacía” es una muy interesante película que muestra las dificultades de las relaciones humanas entre personas que luchan y se debaten entre las raíces y la libertad, entre las ataduras y los escapes, y que muchas veces estas no las llevamos porque queramos, sino que muchas veces se nos imponen desde la infancia, desde la enfermedad, desde los recuerdos y se exploran a través de la soledad. Claudia sigue siendo mi directora favorita, y seguramente lo seguirá siendo. 


“Eureka” de Lisandro Alonso: nativo, arma, muerte. ¿Las historias deben de tener un final?





Creo que no podría extenderme en mis palabras sin que una especie de densidad invadan estas palabras, y es que hablar/escribir sobre el cine de Lisandro Alonso siempre lo lleva a uno a lugares donde el pensamiento predomina y uno no sabe qué tanto está hablando del cine del argentino, sus intenciones y nuestras interpretaciones; y qué tanto se está proyectando sobre el deseo de ver más cine libre de lazos narrativos, a todos los que conocemos, disfrutamos y nos enfrentamos al siempre inclasificable cine de Lisandro; incluso se corre el riesgo de que al escribir sobre el cine de Lisandro, sea cual sea la película referida, se esté escribiendo sobre uno mismo, y lo que queremos/buscamos a través de cine, ya sea que tengamos intenciones artísticas o no. 



La película de Lisandro me hace pensar en estos ejercicios que suelen poner en talleres de literatura (de los cuales participé en algún periodo de mi vida) donde te dan tres elementos y tienes que escribir tres historias, pero en el caso de Lisandro el ejercicio se lleva a los límites (para bien) de la creación y nos muestra un tríptico con conexiones improbables en los que explota (de detonación previa a la creación, no de opresión) al máximo sus tres elementos: nativo, arma, muerte. 


En este desmenuce y desarrollo de historias, cada una con su intención, pero unidas al fin y al cabo (a través de dos personajes, que aparentemente no se atan al tiempo lineal); hay marcas palpables sobre identidad, interpretación, comunicación y demás elementos que llevan al espectador a lugares muy profundos de su ser para no sólo indagar sobre los probables y posibles pensamientos de los personajes en los largos (la verdad, no tan largos para los que conocemos a Lisandro con previo acercamiento a su cine) momentos de meditación en los que literalmente no ocurre nada salvo los movimientos mismo de la vida ante una mirada fija y extranjera que no pretende “alterar”; sino que nos adentramos a los probables y posibles pensamientos de nosotros mismos. 


Si bien los comienzos de cada una de las historias está puramente marcado, y todas a pesar de las diferencias geográficas, de género y estilo, son símiles de lo que Lisandro quiere exponer: las distintas formas de opresión que han vivido los nativos, hasta qué punto se les orilla a la violencia por defensa y rabia y coraje por todo lo que han tenido que pasar durante siglos y hasta qué punto el arma (que puede ser una pistola, o una hierba) ya no puede ser empuñada más sin utilizarla y descargarla aunque sea contra un hermano, o en nosotros mismos. Además de otro elemento que a mí me ha parecido maravillosa la forma en que Lisandro lo emplea y que otras películas (incluso literatura) que retratan historias de pueblos nativos americanos (comprendamos como “americano” a todo el continente: desde Alaska a Argentina) lo han hecho en el retrato de sus tradiciones ancestrales, es el hecho de la transmutación de la vida a la muerte en forma de ave, donde las alas (“mi soledad tiene alas”) y las plumas forman parte importante de esta transición, pero también hay otra sentencia que rige de manera fantástica estas transiciones cuando el pecado acompaña a esta transición: “quien a hierro mata, a hierro muere”. 


Cerrando, Lisandro crea un tríptico completo, con una narrativa más liviana a la que nos tiene acostumbrados en su cine, sobre el destino y los caminos, metafóricos y literales; que tomamos para llegar a este, y un elemento muy importante: no todas las historias que nos son contadas deben tener un final, el final puede estar dentro de nosotros mismos. 

lunes, 2 de septiembre de 2024

Brujería.





Con el motivo de su reciente proyección siendo parte de la Selección Oficial del Macabro (Festival Internacional de Cine de Horror de la Ciudad de México, que este año celebró su edición número 23), me he permitido, luego de haber sido invitado hace algunos meses a la proyección de los que hicieron posible la realización de este trabajo (privada, por supuesto); escribir sobre el más reciente cortometraje del tocayo y talentoso realizador duranguense Juan José Hinojosa. 


La sinopsis simplificada podría ser la siguiente:


Martín encuentra dinero enterrado en un panteón y cree haber solucionado sus problemas con narcotraficantes. Sin embargo, el dinero está maldito. Su pareja, Inés, comienza a tener visiones terroríficas y Martín, descubre que nunca tuvo el control de su propia vida.


La historia, además de la cuestión sobrenatural en ella y la naturaleza de su fondo, tiene trasfondos y subtramas dibujadas de manera sutil pero propositiva, como lo son el crimen organizado y el idilio, que jamás se nos revela del todo si son reales o es la percepción que nosotros tenemos como espectadores a través de los personajes; es como si el director nos hiciera abrir puertas (que pueden ser de manera literal, o figurativas) para hacernos sentir una especie de seguridad (que puede ser falsa, o no) con respecto a las decisiones de los personajes, sin saber a dónde les llevarán, y en consecuencia, a nosotros. Nunca sabemos a ciencia cierta si la esposa sí está con él, o sólo es una presencia para protegerlo en su desesperación de escapar de la agonía y el fatídico destino de vivir en un lugar donde los muertos no chingan, lo hacen los impunes y poderosos.


Muchos podrán pensar que el no tener certezas de esta índole a nivel narrativo, puede ser un mal desarrollo venido del guion, pero para mí viene más de una decisión deliberada desde el guion escrito por el propio JuanJo, de involucrar al espectador hasta las últimas consecuencias, es como si nos sometiera al mismo tratamiento que sometieron a Alex DeLarge en Naranja Mecánica y nos dijera: “ven y mira”. 


La producción a cargo del propio JuanJo, Mairely Yaresi y Andrew Reth, apoyados por Luis Martín Gerardo como productor asociado; además de un crew que hace un trabajo realmente destacable en cada uno de los departamentos, sobre todo en diseño de producción (arte) y fotografía, en este último destacando el gran trabajo que se hace con la luz tenue y penumbrosa que se utiliza. La preponderancia de las sombras son trabajadas meticulosamente en los cambios de plano (salvo en una secuencia de tres tomas con plano abierto en el panteón, que para nada arruina la experiencia) en donde no vemos ápice de cambio de luz, algo muy difícil de conseguir; en este sentido una vez más se demuestra que, lo que bien podría parecer un trabajo en el que se resuelven problemas de manera práctica (y que así podría ser), se nota, o al menos esa impresión da; es una decisión deliberada por parte de su realizador.


La oscuridad en esta historia es imprescindible para su forma, el cómo se narra la trama y se desarrolla el argumento, y la sensación que busca causar en el espectador y cómo resulta y llega a buen puerto, y que además se sirve de una musicalización que atina correctamente, aunque he de confesar que la escena del confrontamiento en el que la esposa le pide que se vayan sin la “brujería”, me habría gustado más, solamente con la intensidad de las admirables interpretaciones de la pareja protagónica. Es una historia que se cuenta con siluetas y sonidos. 


Una propuesta en el cine de género realmente destacada, con un acertijo laberíntico en el que los tiempos se entrelazan, que siento no se había tenido o no se nos entregaba localmente de tal calidad técnica, narrativa y discursiva, y la armonía entre estas; desde los trabajos de Fher Simental. Hace recordar el aura de realizadores como Eggers y Taboada.