Ayer maravilla fui es el segundo largometraje del realizador mexicano Gabriel Mariño, después de su interesante ópera prima Un mundo secreto. Ambas películas, aunque cuentan historias completamente diferentes, en entornos completamente diferentes, me parece están unidas por hilos casi imperceptibles, pero sin embargo existentes, hondaré en este asunto más adelante en este análisis, pero primero me gustaría escribir sobre Ayer maravilla fui, y las múltiples lecturas que se le pueden, o pudieron dar.
Sin hacer sinopsis alguna en esta ocasión, porque me parece deja en manifiesto una línea que se pudo haber descubierto por sí sola en el transcurrir de la trama, y con ello Gabriel como realizador jugar aún más con la cabeza del espectador (que lo hace, y lo hace bien, pero pudo haberlo hecho aún con mayor potencia y profundidad, aunque eso no le quita para nada el mérito de la gran película lograda) al plantearnos la historia de tres personajes solitarios de la Ciudad de México que se encuentran con una persona por la que por alguna extraña razón, se sienten atraídos, hay un claro sesgo en la conducta de los tres que no nos dan motivo alguno para creer que esta atracción sea por una cuestión simplemente amorosa o sexual, aunque con una de estas si se de, pero el motor principal, la trama en estos tres personajes, que aún sabiendo son el mismo ser, es la contemplación, y al final uno cae en cuenta del por qué había está necesidad de observar y querer estar con esta persona, y desde acá Gabriel ya nos da muestra a través de sus personajes, el tono en el que se mueve este barco sobre el mar.
La película está bellamente fotografiada en blanco y negro (muchos harán un paralelismo por este detalle con Roma), y todo el tiempo, ya sea en panorámicas, o minuciosos close-ups, hay un aura de detallismo e intimismo. Es una película todo contemplación, todo estrujar emociones a través de los no diálogos, a través de un ser que habla más con las plantas que con las personas, y una mujer con aspecto y voz triste todo el tiempo. Las fotografías en el poder de este ser hablan quizá del pasado y del futuro, comunican mucho en la película, y fuera de esta, es el primer lazo entre ambas obras de Gabriel.
Gabriel crea a través de esta película una cartografía muy peculiar y personal de la ciudad como concepto, hay un amor desbordante y un retrato fiel hacia este ente vivo, la vuelve un personaje más. Todas las veces en que la ciudad aparece en forma de diálogos a través de los pensamientos del ser conquistador de cuerpos (hay una lectura también que se sugiere en algún punto de la película del posible lugar de donde toma este ser los cuerpos, pero se resuelve muy pronto sin que el director juegue mucho con nuestra cabeza), hace recordar esas obras que ya han retratado a grandes ciudades con películas de diferentes géneros, como Porto o Columbus, que aunque nunca sobre las mismas ciudades, los sentimientos de sus habitantes muchas veces si suelen ser muy similares, hay mucho de situacionismo y psicogeografía urbana, incluso a uno le vienen a la mente situaciones y lugares comunes y no tan comunes de las ciudades que uno conoce al escuchar o leer sobre esto, como en el fragmento de la novela La sutil danza de las medusas de Andrei Maldonado, o el documental Ciudad de Carlos F. Rossini, que es más evidente del por qué se une al proyecto como productor asociado junto con el mismo Mariño y las muy reconocidas productoras Gabriela Gavica y Erika Avila.
El lazo que comunica a ambas películas de Gabriel, además de la fotografía del mar, es el tratamiento con el que los ruidos generados en dos entornos completamente diferentes, pueden convertirse en un lenguaje, como la ciudad y el mar pueden ser tan parecidos bajo la misma mirada, como los pensamientos generados en la mente de los personajes que exploran y están inmersos en estos silencios contemplando el paisaje, son muy similares a lo que nosotros pensamos al ver la película, al envolvernos en la música y el juego del director.
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