miércoles, 28 de agosto de 2019
La Camarista.
Créanme que no exagero si les digo que sobre la película de las que estoy a punto de escribir es quizá desde ya mi película mexicana favorita del año, y que veo honestamente muy difícil que alguien le quite esta posición, una ópera prima que desde su estreno en el pasado Festival de Toronto a recogido varios y notables premios en festivales alrededor del mundo y cautivado a prensa y críticos de cine por igual: hoy les escribo sobre La Camarista.
La película dirigida por Lila Avilés narra de manera muy ordinaria la vida como empleada de hotel de Evelia, una joven de 24 años a la que se le ve todo el tiempo en la mejor disposición para su trabajo, con la mayor actitud y siempre alejada de los grupos grandes. Solitaria por naturaleza, (por si no lo fuera por definición para la sociedad el oficio de las personas que se dedican la limpieza; al grado que muchos ven a estas personas como entes invisibles a pesar de lo necesarias y fundamentales que son, no sólo para los lugares donde trabajan, sino para toda la sociedad) se le ve llenando su vida de pequeños detalles y objetos que ve y encuentra en las habitaciones que limpia en el piso que le corresponde, detalles que van haciendo que Eve, como todos la llaman, sonría día a día, detalles que van haciendo una grieta luminosa a su rutina. Pero es luego de que su vida se empieza a poblar de ciertas personas (y ciertos regalos, como un ejemplar de Juan Salvador Gaviota idéntico al mio) y del contacto con ciertos compañeros de trabajo y los huéspedes (incluso el no contacto con ellos) es que la van sacando de esa soledad que tanto pareciera la hace feliz, de estas largas jornadas de trabajo que efectúa pareciera con gusto su trabajo, aunque quizá lo haga para no pensar en su vida afuera de ese lugar, de las personas con las que no puede estar, y como va buscando sustitutos para no sentir el peso de las ausencias, de las llamadas que hacía a la chica que cuida de su hijo, que hace que uno empiece a ver a Eve, de una manera muy distinta, más abierta, y más alegre, no sólo esperando más trabajo o las cosas que esperaba en un principio, pero cuando esas personas se van, y ciertas cosas que ella esperaba no ocurren como quería, Eve vuelve a caer en esa soledad en la que no se siente ajena, o infeliz del todo, vuelve a ese lugar que consta de detalles que le sacan sonrisas, que la hacen cruzar pocas palabras con las personas, que la llevan a casa, a esa vida que nosotros no conocemos, sólo al final su salida hacia el mundo allá afuera.
La puesta en escena de Lila Avilés, y el como la empleó y la ejecutó me parece de una genialidad desbordante. Quizá conocedora claramente de las dificultades que implica la filmación de una película, optó por tomas cortas, centradas, pero bien ejecutadas. planos fijos en los que vemos sólo lo que verdaderamente debe estar en él, o sea Eve, al grado que cuando ella no está se siente un vacío en esas tomas desenfocadas. Hay básicamente una producción minimalista pero compuesta de detalles que uno ni siquiera pensaría que están en ese mundo que compone el hotel para Eve. Estos detalles no son más que detalles que la mirada femenina puesta en otra figura femenina puede percibir, una mirada sin prejuicios, como el detalle de las palomitas en las bolsitas de dulces, o el miedo de una chica cuando un hombre está interesada en ella, o cuando ve a una mujer desnuda, o cuando sonríe y se le ven los hoyuelos en sus mejillas. La interpretación de Gabriela Cartol desborda naturalidad y ternura (la escena en la que se desprende de sus miedos es tan encantadora como divertida, y la escena en la que desata su furia con un vestido, también me parece actuada de buena manera, sin exageración ni hermetismo) y uno no puede más que quedar encantado con este personaje tan bello, en el que la empatía llega inmediatamente, y no por sus circunstancias o el estar sólo centrada nuestra atención en ella, como a mi parecer si sucede en Roma con la figura de Cleo, a pesar de tener otras figuras femeninas fuertes en esa película, algo por lo que yo encuentro más valioso y más bello el trabajo de Avilés que el de Cuarón, por los detalles y la belleza desbordante que en estos se percibe, aunque por supuesto el trabajo de Cuarón no se demerita, otra de las cosas que me hace ver aún con más valor el trabajo de Avilés, es que la película es de manufactura independiente, y la de Cuarón es de big industry. Y agradecer también a Lila Avilés que no se haya servido en ningún momento de alguna figura mediática haciendo alguna especie de cameo (como es el caso de El sueño del Mara'akame) sólo para jalar más público a su película, acá la película si habla por si sola.
En esta película se ejemplifica perfectamente lo que mencionaba hace unos días con La casa más grande del mundo, con una película tan centrada, tan simple que sabe muy bien lo que se quiere proyectar y decir con su argumento y las emociones que están en ella, es prácticamente un atino no utilizar música que pueda sentirse además de molesta, manipuladora.
Lo único que puedo decir es que si este es el futuro de Lila Avilés como directora, y nos seguirá mostrando este tipo de cine sencillo, contemplativo, directo y hermoso, yo encantado de volver a ver una película tan bellísima como a mi me resultó ser La Camarista.
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