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lunes, 9 de enero de 2023

"Bardo" de Alejandro González Iñárriti: crónica de un delirio de incertidumbres.





Creo que no miento al decir que la más reciente película del laureado mexicano Alejandro González Iñárritu, alias "el negro"; es quizá la más comentada de los últimos años, hablando de una película mexicana, creo yo, incluso sobre la admiradísima (y también algo polémica) Roma de Alfonso Cuarón. Y sobre toda la polémica y comentarios que ha desatado desde su estreno al público tanto en salas de cine como en la plataforma Netflix, decidí tomarme un tiempo después de verla por primera vez, para volver a verla en una segunda ocasión y así escribir sobre ella sin caer en el comentario fácil o en las palabras huecas y obvias que la mayor parte de la gente utiliza para referirse sobre ella o su autor: pretenciosa, egocéntrico, whitexican, vende humo, etc. Mi intención es, al menos en un principio, hacer un ejercicio amplio y bien detallado de todas las virtudes y las vicisitudes y excesos, no quiero utilizar la palabra "errores" para referirme a la película de Alejandro porque claramente todo está como está por alguna razón, a la mirada de Alejandro todo está en su lugar, pero desde la mirada de un tercero, puede haber engolosinamiento en algunos recursos tanto técnicos como narrativos, de modo que empiezo ahora mismo con la que es mi lectura de la película.


Quizá la mejor forma de partir con el análisis es dando por hecho que Alejandro es el director más provocador de los tres amigos, y esta es la razón por la cual es del que más respeto su trabajo (hablando en el estricto sentido de los tres amigos, pues hay muchas  y muchos más cineastas mexicanos a los que yo admiro y respeto). Los trabajos de Alejandro siempre retratan historias de personajes excluidos, con una condición social a la que hay que decir abiertamente, él de lejos ha sido parte, pero que por su condición de migrante, exiliado y mexicano, nadie le podría reprochar que no conoce, desde una mirada privilegiada por supuesto, pero los conoce.

Bardo es la película más libre de Alejandro en todos los sentidos: narrativa y técnicamente hablando, pareciera que no se sujeta a ninguna regla antes establecida, y esto hace que su naturaleza sea completamente onírica, y que por supuesto empalma perfectamente con la trama. Partiendo del hecho que la película es como tal un viaje del inconsciente de un hombre en coma, en este sentido todo es ilógico, nada es real, pero se fundamenta con veracidad; en el que todo lo vivido en semanas lo recrea en dos espacios de tiempo diferentes, unos minutos cuando sus seres queridos lo acompañan en la cama en que está postrado en la Ciudad de México, y el tiempo que dura la película. Esto podríamos suponer, justifica todo lo que pasa en la película, y en cierto sentido esto es verdad, y que se pueden dar por sentado si analizáramos la película episodio por episodio, pero hay elementos y excesos que en su conjunto se notan, sobresaltan y a veces molestan en la narrativa general de la película.


"La memoria carece de verdad, sólo es emocional"


Podríamos empezar comentando el hecho de que, aunque Silverio está plagado de todas las inquietudes y está hecho de Alejandro a su imagen y semejanza, el uno no es el otro. Si bien a Silverio le aquejan las mismas incertidumbres que a Alejandro, y siente el amor por su familia como Alejandro ama y detiene si mirada en ciertas figuras de esta como la escena con la hija en la alberca armonizada por la espléndida canción de José José, pero vamos más adelante a ello), hay una barrera que crea la ficción donde uno fácil puede tomarse como personal todo lo que es Silverio, pero que obviamente no es completamente la obra un reflejo idéntico de su creador.




Muchas de las influencias cinematográficas para la creación de Bardo son obvias, pero hay otras que es un juego y un deleite poder descubrirlas, incluso hay varias que se revelan con más facilidad si se da lectura a la película episódicamente, estas corresponden sobre todo con la propia obra previa de Alejandro. Un ejemplo es el principio de la película, con el vuelo sobre el desierto, uno puede referir directamente a una de las escenas más emblemáticas de 8 1/2 de FeFe (la escena del globo sobre la playa), pero también, por la esencia sensorial que propone esta, uno puede encontrar una línea directa con Carne y arena, pero también me parece un guiño a la forma en que fotografía el maestro y su grande amigo Emmanuel "el chivo" Lubezki. En la primera escena de los peces es donde me parece empieza a jugarle desde mi perspectiva una mala jugada la grandilocuencia técnica en su discurso, pues si bien de alguna forma intuitiva los que conocemos su obra sabemos que esto es una especie de sueño, el hondar esto con la forma en que retrata el plano con un gran angular y divide el espacio-tiempo en dos partes opuestas, no hace más que hacer redundante lo que algunos ya sabemos, y eso de alguna manera cansa es cansado.

Una parte en la que la grandilocuencia funciona y además con este tono irónico e hilarante que representa el humor dramático en el cine de Iñárritu, es en la parte de Los niños héroes, pues hay un juego bastante interesante de metacine, y que se logra de manera magistral en otros tantos momentos de la película (la escena de Cortés, que ya la comentaré más delante, es una de ellas), en el que incluso llega a romperse la cuarta pared con una naturalidad brillante.


                                                              "Si no lo veo, no lo creo"


La naturaleza de Silverio es realmente rica si la contextualizamos con la propia figura de Alejandro, y hay muchos elementos que me parece resaltan aún más la naturaleza controvertida de Alejandro. Es un hecho que él sabe lo que mucha gente opina de él, de su obra, y no teme a mofarse de ello, incluso a él autocriticarse en el acto, tanto en la misma figura de Silverio, como en la de los cercanos a este, como su esposa, su hijo, (la escena del desayuno con este, por un lado es extraordinaria porque hay un doble juego de crítica en el que se revela el amor-odio de Silverio por México, criticando gobierno y religión, pero resaltando la riqueza cultural sobre la de Estados Unidos que le quiere implantar a su hijo, pero también demerita todo ese discurso por grandilocuencias técnicas que me parece están demás, o pareciera trataran de desviar la mirada del discurso que se está creando entre los dos personajes) pero sobre todo con el personaje de Luis Valdivia, este personaje que se siente abandonado, robado y menospreciado por su antiguo colega, figura cuya inspiración bien podría haber sido inspirada en Guillermo Arriaga (yo así lo percibo, honestamente) el cual no deja de decirle esas "verdades" que sabe Alejandro para algunos es el santo y seña. El hecho de que Alejandro haya dado como profesión a Silverio la de periodista y documentalista (la escena dónde Silverio está haciendo el documental de los migrantes que desaparecen remonta a una escena clave de La dolce vita donde dos niños dicen que vieron a la virgen y sólo se están riendo de la gente, que en Bardo se contextualiza con el rapto de este grupo de personas por parte del crimen organizado) es precisamente para recalcar aún más la crítica al sistema, pues en un país donde el documental durante muchos años (afortunadamente, ya no tanto) fue castigado y muy menospreciado, y el periodismo se ha convertido en una profesión de riesgo, pues México es uno de los países donde más periodistas se matan; el hecho de que una persona de este gremio sea reconocido en el extranjero, es algo que contrasta absurda y tristemente con la realidad que vivimos, al menos en este país. La autocrítica en su punto más álgido.


"Un país muerto en el que no morimos"


Una persona conocida e hizo un comentario sobre algo que a mí en el primer visionado no me brincó pero que en la segunda lo pude notar, y esto es en la secuencia de la habitación con su mujer (para mí una clara referencia a Tarkovski, y si me lo preguntan, toda esta parte bien pudo haberse borrado en el corte final), cuando ambos están desnudos y acostados en la cama de perfil, claramente se le ve a Silverio blanquísimo, aún cuando en la propia película, en este episodio donde Silverio imagina que fue al programa de Luis Valdivia, este dice que sufría bullying por parte de su propia madre que le decía negro, pero partiendo del hecho que Silverio no es Alejandro, y de que El negro verdadero es un provocador por excelencia, siento que esto lo hizo deliberadamente, y es genial, porque acá trasgrede y refuerza el discurso de la obra, pero sin grandilocuencia absurda y sobrada.




Quizá la parte que yo más disfrute en todos los sentidos fue la parte de "el baile", pues en esta no sólo se ve el espíritu mexica de Alejandro en todos los sentidos, sino que además se dan varias partes medulares de la película, o las hilvanan. Una de ellas es la discusión de entre Silverio y Luis, donde hay unas reflexiones por parte de Silverio existencialistas muy profundas, así como el juego del metacine más que presente, y la autocrítica a todo lo que da (donde además hay referencias clavadísimas a su obra, sobre todo a Babel, Biutiful y Birdman) y en el mismo baile, donde se da un momento mágico armonizado por Let's dance de David Bowie, y de ahí nos conduce a un par de episodios realmente emotivos con su padre y su madre, del hecho del "Silverio niño", sólo comentaré que, como ya lo dije antes, "es ilógico, nada es real", porque esa es la naturaleza de toda la película, además, como en un sueño, cuando tienes un encuentro con tu padre, o un ser querido fallecido, aún lo sueñes de la misma forma en como era cuando tú eras niño, en el sueño tú no puedes aparecer como un niño, apareces como eres en tu realidad, con las vivencias y contexto que tienes en el momento en que lo sueñas, aunque puedas ver a la persona desde la perspectiva de un infante (no sé si clara referencia, pero esto también lo aplica Michel Gondry en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, y siento en este ejemplo lo que hace Alejandro se justifica).


                                               "Qué hermosa esta ciudad tan fea"


El siguiente episodio quizá sea el más potente que viene desde que Alejandro sale a una Ciudad de México desierta (hay un plano, casi al principio de la secuencia donde a Silverio lo vemos de espaldas y podemos ver prácticamente a Alejandro en ella de espaldas) que de a poco se empieza a llenar de su bullicio característico, y en este punto la crítica es verdaderamente punzante, partiendo del tema de las desaparecidas y la violencia, y como lleva al inicio de esta, donde se le culpa de esta a Hernán Cortés, (previo al encuentro de estos dos, hay una toma a Giménez Cacho [que acá hay que mencionarlo, que estupenda actuación por el que para mí es el mejor actor mexicano hoy por hoy] que recuerda mucho a su papel en Cabeza de vaca) y donde además la alegoría entre los dos, si bien comentadísima y polémica, es clara y justificada, donde además el juego del metacine y el creador es clarísima, sin mencionar esa montaña de cuerpos que nos remite a Revenant.


"Venimos del norte, del infierno"


Fellini sigue presente en la película tanto al principio de la escena en la playa con la familia, como en el episodio del documental con los migrantes desaparecidos, con clara referencia a La dolce vita. Es en la escena de Silverio y su hija (en este comentario abro un paréntesis para hablar de las grandes actuaciones de todas las actrices en la película, sobre todo Ximena Lamadrid [hija], Griselda Siciliani [esposa] y todas las hermanas de Silverio) donde, si bien ya se habían plateado las ideas y cuestiones de la identidad y el orgullo mexicano en Silverio, este es cuestionado por su hija Camila, por haber querido ser parte de todo lo que se perdió por no poder vivir en México, el hecho implícito de no ser ni de aquí ni de allá, esa identidad que le hubiera gustado tener y vivir de primera mano, no por lo que su padre les dice a ella y su hermano (con el que Silverio también tiene un momento de reflexión en la siguiente escena sobre la ausencia de este por estar todo el tiempo fuera haciendo sus películas) sobre el orgullo de ser mexicano. Luego se viene la hermosa escena de cómo liberan a ese hijo que no quiso venir al mundo (en la primera escena hay además un elemento muy la fórmula secreta bien ensamblado en la trama que se desenvuelve en esa parte) y del cual no se puede desprender tanto El negro como toda la familia.




La parte final de la película, con la escena del tren, ahora en el plano de la realidad, y la sucesión de esta, es donde de alguna manera Alejandro revela la tesis de la película, el querer desprenderse de la realidad, de la dolorosa realidad, de la tortuosa y asfixiante realidad, en la que se deja ir en el inconsciente y ese limbo (otro momento Fellini, incluso Bergman, con esa caminata por el desierto con todas las personas de su vida) en el que puede emprender su viaje, donde hay que aprender no sólo a levitar, sino a volar, verlo todo desde esa perspectiva en las alturas, y desde la cual es más fácil (no sé si sencillo) plantearse todas las incertidumbres de un hombre para el que el peor de sus fracasos es haber alcanzado el éxito, creando así una película biográfica como ningún otro director la haya hecho jamás, con esa libertad creativa narrativamente hablando en todo su esplendor.

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