No es necesario ser una habitación
para estar embrujada,
no es necesario ser una casa.
El cerebro tiene pasillos más grandes
que los pasillos reales.
Emily Dickinson.
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Antes de escribir formalmente sobre la notable ópera prima de Charlotte Wells, quisiera escribir sobre algunas reflexiones personales que se han venido suscitando en mi después de haberla visto hace unos días, porque siento que es preciso comentarlo para dar aún más sentido a mi análisis y el contexto que me hace escribir sobre ella como lo haré a continuación. Las cosas que nos importan, y los acontecimientos más importantes de nuestras vidas los son porque aunque los vivimos y experimentamos en primera persona, hay un halo sobrenatural que nos permite ver todas estas experiencias en un tercer plano, en tercera persona, como espectadores de nuestra propia película que es la vida, ya sea en reflexión, mientras lo vivimos, o en el recuerdo.
La película llega en el año en que he visto más cine, (más de 370 películas. En mi cuenta de IMDb se registraron 372 películas y series, pero fueron más) y por ello la película la he puesto en la décima posición de mi listado de lo mejor del 2022. Si esta película la hubiera visto en otro año en el que no hubiera visto tanto cine de calidad y que despertó muchas emociones en mí, quizá estaríamos hablando de una posición más privilegiada, sin embargo; esta película, que no sé si porque está muy reciente su visionado, o por otra cosa, no me la he podido sacar de la cabeza (esta película y "La fiebre de Petrov" son las únicas que han causado eso en mi de las que están dentro del top10).
La película la vi dos veces seguidas, porque hubo una especie de conmoción en mi que no me dejaba dormir, había algo en su argumento que me generaba muchas preguntas al aire y no me dejaban dormir, luego del segundo visionado, justo en la parte final de la película (la cual comento a detalle al final de texto), me descubrí con lágrimas en los ojos, algo que no me pasaba desde "Shoplifters" del gran director japonés Hirokazu Kore-eda.
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La película lleva por trama el viaje que Sophie (Frankie Corio) tiene con su padre Calum (Paul Mescal) a Turquía en unas vacaciones en los 90's, posiblemente las últimas vacaciones que tuvieron juntos. Y en este viaje vemos la bella relación entre padre e hija mientras se van suscitando situaciones que una Sophie adulta, presuntamente de la edad que su padre tendría en ese viaje, trata de rescatar para encontrar respuestas entre recuerdos y grabaciones.
La manera en que Charlotte nos adentra a esta historia hilvanando las grabaciones hechas por ambos personajes, y a su vez desde la narración impuesta por ella a través de la barrera que brinda una cámara de cine, atrapa; nos deja ver con fidelidad la infancia de Sophie de manera natural y su relación con Calum. Hay una magia que se logra a través del montaje que nos hace ser cómplices de una intimidad en el relato que parece imposible, de lo que ambos personajes viven en ese corto periodo y que cambia sus vidas para siempre, pero además narrado de una manera tan bella y sutil, que ni siquiera somos capaces de darnos cuenta lo que pasa, o pasará, hasta el final de los créditos, de la misma manera que la Sophie adulta, no dejando de pensar en ese viaje que es la película.
Sophie, que en muchos sentidos podría ser el alter-ego de Charlotte (se presume que la película tiene mucho de biográfica), rescata en este viaje inmerso de emociones y pasado, a un padre amoroso, pero también ausente, con todas las buenas intenciones del mundo, pero limitado, un padre que empieza a revelar el duro momento que seguramente atravesaba, y que de alguna manera abre la cloaca para ver su lado más vulnerable, su naturaleza depresiva, luego de que Sophie en su naturaleza curiosa, como lo es la naturaleza de una niña de 11 años, le hace un par de preguntas, a partir de ahí es que Calum tiene esta crisis que son el peso de la Sophie de 30 años ya siendo madre, con este bello recuerdo con trasfondo doloroso que formó su crecimiento y que la persigue en su vida adulta, este recuerdo que Sophie trata de acomodar, o con el que ella se quiere reconciliar, por no ver las señales que evidentemente una niña de 11 años no podía ver.
Charlotte y su padre, en un viaje de vacaciones que tuvieron a Turquía en los 90's, como en la película. |
La película es también en muchos sentidos un coming of age al que se descubre Sophie de una manera un tanto forzada, si bien no de una manera dura o dolorosa, si en el sentido de una crisis que su padre sufre y trata de reparar, y que de alguna manera él lo hace con ella, aunque las secuelas son las secuelas. Las condiciones de esa convivencia en un lugar alejado, apartados de gente que conocen, llevan a que ese despertar en Sophie sea natural pero forzado por la situación, y no por la trama, como pasaría si esta fuera una película con tratamiento convencional y un director de fórmula.
Al igual que el montaje es vital para la narración no convencional a la que Charlotte somete su película, me encanta la manera en que ella utiliza la cámara, tanto en los desplazamientos, como en los encuadres (tiene encuadres que en verdad son hermosísimos, de ensueño) e incluso en los colores. La película, o la narración en tercera persona (que en realidad es un disfraz para la narración en primera persona, es decir, la narración de Charlotte) tiene un tratamiento fotográficamente hablando, que comunica de manera muy directa con las grabaciones de video (narración en primera persona de ambos personajes), pues incluso se utilizan recursos muy poco explorados en los que la limpieza y la justificación de los planos ejecutados no sea adecuada académicamente hablando, pero que son hermosos narrativamente hablando (o sea, comunican mucho) y funcionan discursivamente, incluso esto se puede ver en la saturación de colores y el granulado al usar ISO's muy elevados en escenas oscuras, y esto a mi parecer le da un matiz muy honesto a la película. Aunque no haya perfección en el estricto sentido de la palabra, hay mucho amor y corazón en estas acciones. Una narración además plagada de silencios que tienen mucho poder y presencia.
La película en muchos sentidos, además de hablar entre líneas sobre los procesos de construcción del pasado y sanar las cosas pendientes con las figuras que amamos y que jamás llegamos a conocer del todo, es una película que habla sobre paternidades y lo difícil que es esta responsabilidad a cierta edad, cuando uno no sabe que hacer con la propia vida, vemos en Calum a un padre que trata de dar y hacer lo mejor por y para su hija, pero que le cuesta mucho. Lo vemos tratar de distraer su mente en la lectura y en la práctica de Taichí, pero de un momento a otro la paz que trata de construir, lo derrumba y vuelve a la pesada realidad. Me pareció interesante ver ciertos paralelismos con la película C'mon c'mon de Mike Mills (también en mi top10 de las mejores películas vistas en el 2022), sobre todo en los personajes de Sophie y Jesse, pues en una parte de la película en que Calum se va a bucear, Sophie se queda en la embarcación diciendo que no sabe si su padre volverá, y con un nerviosismo notorio al despedirse y cerrar la grabación empieza a decir en repetidas ocasiones "Good bye", en C´mon c´mon, cuando Jesse agarra el equipo de grabación de su tío Johnny, este al final empieza a decir luego de dejarle un mensaje "C´mon c´mon" en repetidas ocasiones; y si bien en la segunda se trata de la relación de un tío con su sobrino, a través del cual trata de enmendar la relación con su hermana y su pasado con la fracturada relación con sus padres, está precisamente ese tema sobre la mesa: sanar heridas personales (incluso no lo había pensado hasta ahora, pero "La fiebre de Petrov" también habla de las heridas generadas por la relación entre padres e hijos, y como los hijos siendo adultos, curan estas heridas a través del amor que ellos dan a sus hijos, y que en su momento ellos carecieron y añoraron).
Las actuaciones y la química entre Paul Mescal (que verdaderamente es un pedazo de actor, para mí, el Marlon Brando de este siglo) y Frankie Corio, realmente desbordan la pantalla, no parece que estuvieran actuando, pareciera que realmente estamos viendo a un padre y una hija de vacaciones, incluso parece que estuviéramos viendo grabaciones reales hechas hace veintitantos años, y eso es algo que evidentemente hay que aplaudirle a Charlotte y todo su equipo, tanto por la producción, y por el casting.
Finalizo diciendo que la parte final de la película es una cosa realmente hermosa y dolorosa en la misma proporción, es un final que se lee de diferentes maneras, y en diferentes tiempos, me atrevería a decir incluso que no hay cronología lineal para entender la razón por la que Sophie (o Charlotte) quiso escarbar en sus entrañas, recuerdos y grabaciones, para reconstruir a ese padre al que le encantaba bailar, y que al son de Under pressure de David Bowie y Queen, seguro hizo llorar a más de un espectador.
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