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viernes, 4 de septiembre de 2020

La casa de los conejos


 


La casa de los conejos, ópera prima de la directora Valeria Selinger estrenada este año en varios festivales, entre ellos el Vancouver Latin American Film Festival, fue la última película en ser exhibida de manera presencial en dicho festival, de las seis películas que estuvieron dentro de la sección New Directors Competition, y es una película a la que hay que mirar bajo una mirada especial y detenida, y darle su espacio muy particular fuera de la obra en que se basa, ahora me explico.


El contexto histórico de la obra nos pone en el año de 1975, en la región de La Plata en Argentina, en una época muy particular de la dictadura argentina y de un grupo de militantes contra esta, en la que se encuentra Laura, una pequeña niña que, a través de su mirada infantil, y un tanto mágica, se nos va relatando todas las pericias que tiene que sortear este grupo de gente para seguir con sus actividades, entre las que están crear una imprenta clandestina, comandada por su madre, con una cuartada como lo es una casa dónde venden conejos, los conejos se vuelven pieza central, incluso desde antes de estar, para Laura, pues es a través de estos que se empieza a dar una especie de despertar temprano en su niñez, tanto por la asimilación de lo que es la lucha en que están involucrados, que viene desde tener a un padre que es preso político, como por las relaciones que empieza a sostener tanto en el interior de la casa, como con Diana; como en el exterior; estos últimos, pequeños lapsos que hacen que la organización tiemble sin darse cuenta que es sólo una niña, una niña con un primer amor muy particular, una niña con la esperanza de tener bebé en la casa de los conejos al que va a poder cuidar, pero planes de su abuelo y de su madre la alejan de ese lugar antes del fatídico final, que se vuelve doblemente fatídico por motivos que explicaré al final.


La película cuenta con grandes atributos que a uno no pueden dejarlo indiferente ya sea del autor que venga, pero saber que estos manejos y ejes que emplea y propone la película son de una directora novel, dan mucho hype para querer ver lo que vendrá después de este debut.

Podría empezar hablando de su lenguaje cinematográfico que propone desde la cámara en mano. Tomas muy versátiles, con una propuesta fotográfica desde el encuadre y la atmósfera que incide por la paleta de colores empleada, hacen que uno sienta desde el minuto cero de la película la tensión que seguramente los personajes de esta revolución.

El soundtrack es otro elemento que juega muy a favor de esta atmósfera creada, no es molesto en ningún momento, y tampoco se siente como sólo música de acompañamiento. Hay incluso, ciertos momentos en los que transmite y habla mucho más que los mismos diálogos que se dicen en la película, y los diálogos, incluso por momentos, pareciera son más que nada secretos que muchas veces los niños no alcanzan a escuchar de sus padres, y desde ese punto la película también propone, pues desde muchos puntos la película es la perspectiva de la niña ante la situación y ese periodo particular, la película no sólo son los ojos de la niña; la película, también es sus oídos. Y en consecuencia la película es en su totalidad la forma en que comprende y entiende la niña los grandes cambios que se avecinan.

Las actuaciones son más que destacables, empezando por la niña protagonista: Mora Iramain Garcia, que en su ingenuidad y su ser espontaneo (de hecho, su debut actoral), se ve que hay un trabajo bien elaborado desde el casting, o dicho en otras palabras, la elección de la protagonista es perfecta. Guadalupe Docampo (Madre de Laura), Paula Brasca (Diana), Verónica Schneck (la vecina), todas están por demás estupendas, incluso el gran Dario Grandinetti, con un papel muy pequeño, pero de gran importancia, por lo que representa en su momento para la niña, y en el final, es una muestra de lo que este hombre puede hacer en una o dos escenas: robarse completamente la película.

Como lo comenté en un principio, si bien el final no es el gran problema de esta, sino la secuencia previa al final, después de que se sabe que Laura y su madre se separan de la organización, para que Laura se vaya con sus abuelos mientras su madre se salvaguarda en el extranjero, y que de alguna manera Laura sabía el desenlace que tendría la casa de los conejos en la escena en que está con la vecina, la comentada secuencia que falla, es una muestra quizá no tan fuerte y drástica de una verdad dolorosa para el pueblo argentino, quizá lo que la directora quiso hacer fue retratarla desde la mirada aún de una niña, pero entonces estaría de más la visión de Laura del nacimiento del bebé de Diana, algo que al final se nos muestra en forma de dedicatoria.

Pero aún con esta versión del final que de igual manera tiene su grado de valía y de riesgo en una proporción más o menos equilibrada, la película es una pieza del cine argentino que para muchos será una lectura muy pocas veces vista de este periodo histórico, incluso a mí me parece una pieza única. Retrata un duro pasaje de su historia, desde una mirada sin prejuicio alguno, salvo el de su mirada en crecimiento; una película que sostiene otra de sus grandes virtudes en hablar muy poco de odio, guerra o muerte, en cambio su lenguaje se sustenta, sin ser lacrimosa o demasiado sentimental, en el lenguaje de la mirada del amor, de la familia, en la mirada de una niña en un mundo de adultos, que aún sin entender mucho, sabe de las revueltas que ellos tienen que afrontar, sabe de la dictadura, de la opresión, pero su mirada es inocente, y así se mantiene por casi toda la película, a pesar de los cambios, del dolor, de muchas veces no comprender el peligro que los demás sentían cada vez que ella salía, aunque al final quién más repudiaba las acciones de la niña, fuera quien se doblegara primero. De ahí que, como lo mencioné al principio, la atmósfera creada desde los valores técnicos propuestos por la dirección del proyecto, sean tan valiosos para ponernos en el contexto histórico, y esa exquisita música tan argentina. 


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