-Léeme una de tus
cartas.
-Está bien, esta es
una que me gusta mucho. Dice:
Día 10.
Me acabo de despertar
de un sueño en el que tú estabas, lo cual me hace pensar que has estado pensando
en mi. (Si ya tienes un nuevo novio espero que te escriba cosas tan hermosas
como estas, y si no; que pena me daría ser tu novio y que alegría me daría
poder ser tu novio). Llevabas un hermoso vestdo blanco (jamás te llegué a ver
en un hermoso vestido blanco pero seguro te verías igual de hermosa que en mis
sueños, sabes el amor que llego a guardar y a atesorar en mis sueños, es otra
vida para mi). Sé que dijimos que nos escribiríamos todos los días durante este
año pero la verdad ya se me hace suficiente castigo no poder hablar contigo
siquiera por teléfono para además escribirte cartas que se que no puedes leer,
que no te puedo enviar, así que a partir de este día dejaré de escribirte
diario, y espero que tú también hagas lo mismo y vivas tú vida mi vida. Son las
tres de la mañana y espero dormir al menos seis horas más, y espero amor que tú
hagas lo mismo. Te mando un beso hasta donde quiera que estes y por favor,
descansa. Te amo, hasta mañana.
-Que te pareció.
-Me encantó.
-Léeme ahora una tuya.
-Está bien lo haré,
pero antes dejame hacerte una pregunta.
-Si, dime.
-Recuerdas si pudiste
dormir esa noche.
-La noche que escribí
esto.
-Si.
-¿Qué si lo recuerdo?
Como si hubiera sido antier.
-Será ayer.
-No, ayer no porque
ayer en la noche hicimos el amor.
-Está bien, esta bien.
Entonces, dime. ¿Pudiste dormir?
-En realidad no, hasta
que empezó a verse algo de luz. ¿Por qué me lo preguntas?
-Porque yo recuerdo
perfectamente la noche del décimo día. Ese día estuve a punto de tener sexo con
alguien. Estaba en Nueva York y salí a ver una exposición en una galería de
arte que se acababa de inaugurar una semana atrás y unas amigas me presentaron
al expositor, era un hombre apuesto. Así que este nos invito a un centro
nocturno y nosotras aceptamos. Era un lugar muy raro, digo; he estado en toda
clase de lugares pero este desde que llegamos me dio mala espina. Era un lugar
casi por completo a oscuras salvo por una luz roja que parpadeaba con el sonido
de la música del DJ y el color de unas pastillas que estaban dando y los tragos
en la barra, un lugar que tú odiarías sin lugar a dudas. Recuerdo que yo sólo
tomé un trago y al instante este desordenó y alteró todos mis sentidos. Empecé
a bailar con el tipo y entonces él me empezó a acariciar mientra yo lo tocaba y
lo masturbaba, él me dijo que su departamento estaba algunos pisos arriba, yo
le dije que me diera el piso en el que estaba su apartamento, él me lo dio y le
dije que subiera y que me esperara con una botella de vino rosado en lo que yo
me despedía de mis amigas. Así que él se fue y, la verdad es que yo estaba
totalmente excitada, estaba convencida de irme a la cama con él, así que al
dirigirme al lugar donde estaban mis amigas algo pasó.
-¿Qué? ¿Qué pasó?
-Te vi a ti.
-A mí. En la fiesta.
-No tonto, no
precisamente ahí en la fiesta, es como si tu recuerdo hubiera salido de mi
cabeza en ese preciso instante para salvarme de una nueva estupidez, y al
acordarme de ti sabes que fue lo primero que hice.
-No lo sé. Me imagino
que por lo que me estás contando seguro fue no subir a la habitación de ese
tipo.
-Sí. Pero, antes, lo
primero que hice en el instante que tú viniste a mi mente y no subir con ese
tipo y salir de aquel horrendo lugar sin despedirme de mis amigas fue, mirar mi
teléfono celular y ver la hora. ¿Sabes que hora era? Las cuatro de la
madrugada. Lo que quiere decir que por la diferencia de horario contigo eran...
-Las tres.
-Así es.
-Así que tomé un taxi
y empecé a andar por la ciudad, que por cierto me costó una fortuna por tu
culpa -ella ríe-. No tenía sueño ni tenía un lugar a donde ir, bueno; en
realidad si tenía un lugar a donde ir pero no era precisamente el lugar al que
quería ir en ese momento, en ese momento, sólo diez días después de habernos
despedido el único sitio al que quería ir, con la única persona que quería
estar en ese momento era contigo. Le dije al taxista que diera vueltas por la
ciudad, y yo creo el taxista se percató de inmediato que había tenido una mala
noche y que lo último que quería era hablar sobre eso, así que muy amable sólo
me sonrió y de vez en vez volteaba por su espejo retrovisor para cerciorarse de
que estuviese bien y de que no me quedara dormida, se portó muy bien, y
mientras pensaba en ti veía las luces de la ciudad y estas me iban
hipnotizando, empecé a verlas y pensaba en ti, en lo mucho que te encantan esos
paseos nocturnos cual sea el sitio en el que estés y lo mucho que te gusta
platicar con esta clase de gente y conocer sus historias e interpretarlas como
tuyas o de alguna manera crear una conexión con la tuya y la manera en que te
emociona venir a contarme y. En esos momentos no hacía otra cosa que pensar
en ti Juan. Y cuando se empezó a ver el cielo más azul y las luces ya no
brillaban tanto fue que decidí ir a mi apartamento a dormir, apagué mi celular
y me fui de Nueva York, y desde entonces no he vuelto. Pero antes de todo esto
y dormirme te escribí esto.
Juan tomó la carta
que Sofía sostenía en su mano que temblaba y le estiraba, la abrió y la leyó en
voz alta. La carta decía:
Día 10.
Te amo.
-Ese fue el primer día
que te empecé a escribir. Así que estarás contento con saber que yo tampoco te
escribí todos los días, de hecho fue lo único que te escribí en todas mis
cartas.
-En serio.
-Si.
-¿Cuántos días me
escribiste?
-No lo sé, poco más de
doscientos.
-En serio.
-Sí. ¿Tú cuántos?
-No fueron tantos,
déjame ver. Poco más de cincuenta, supongo.
-Pero seguro
escribiste miles de palabras más que yo.
-Pues sí pero, no dejo
de estar desilusionado.
-¿De qué? ¿De haber
escrito menos cartas que yo? Cuando vas a entender Juan que en esta relación la
mujer soy yo, ¡eh! Es lógico que yo haya escrito más cartas que tú. Pero eso no
te quita que tú seas el hombre más romántico del mundo y el hombre al que yo
más amo.
-Pues probablemente
sí, en eso tenas razón.
-Me lees la última
carta que me escribiste.
-No, eso no es justo.
Yo ya sé lo que dicen todas las tuyas.
-Por eso mismo quiero
que me leas sólo la última, te prometo que hoy mismo leeré todas las demás yo
sola. Además se lo que te fascina leerme mientras estoy sobre ti.
-En eso tienes toda la
razón. Bueno, está bien señorita. Veamos, esta comienza así.
-Espera, espera.
-¿Qué?
-Nada más dime una
cosa, ¿hace cuánto la escribiste?
-Fue hace exactamente
32 días.
-Está bien. Te
escucho....