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Astra es la séptima película del peculiar director
norteamericano James Gray, cuyo estreno mundial se realizó en el Festival de
Venecia. El film es una pieza más en el tablero de este director de películas
tan distintas entre sí, pero con un hilo conductor, como suele haberlo en la
obra de los artistas, pero no con eso quiero decir que la película sea un gran
trabajo, tampoco significa lo contrario.
Después
de un accidente ocurrido en la antena espacial terrestre, por la cual en un
futuro no definido los humanos intentan establecer un contacto con seres de
otros planetas, cae desde la atmósfera hasta tierra el ingeniero astronauta Roy
McBride, un hombre que todo el tiempo está hablando para sí mismo, que es
contactado por sus superiores para explicarle el motivo de este accidente y el
riesgo que corre la humanidad con lo que han descubierto.
Su
padre, Cliffor McBride, una leyenda entre los astronautas, quien 20 años atrás
se embarcó en un proyecto llamado Lima al planeta Neptuno con la finalidad de
contactar vida inteligente en el espacio exterior. Pero luego de dejar de
enviar señales, todo mundo pensó que la misión había muerto, incluso Roy, hasta
que empezaron estas descargas de antimateria que, de no ser controladas, pueden
poner en riesgo la estabilidad del sistema solar, y repercutir con la vida en
la Tierra.
La
misión que debe seguir el mayor Roy es mandar un mensaje a su padre desde una
estación subterránea en Marte en donde no ha sido dañada la comunicación por
las descargas, y con este fin dar con el paradero de su padre; pero durante el
viaje, y al emitir ese mensaje, se da cuenta gracias a terceros que sus
superiores tienen planes muy en concreto para su padre y que no le han sido
revelados.
De ver
ese hombre de pensamientos y emociones contenidas, empezamos a notar como brota
el ser humano que él creía no ser, y que tenía la esperanza que aún en la
distancia su padre sí lo fuera, ahora se embarca por cuenta propia en la misión
de descubrir qué fue lo que pasó a su padre.
Carlos
Boyero, en su crítica escrita el 20 de septiembre de 2019 para el portal de El
País sobre la película, menciona la similitud de esta y la extraordinaria Apocalipsis
Now, con el relato “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad. Ahora,
yo no he leído el relato (cosa que corregiré a la brevedad posible), por lo que
mi crítica no se enfocará en ese contexto, pero sí con ciertas similitudes y
no-similitudes que guarda esta película con la de Coppola, y el otro contexto
que a mi parecer es el más importante-poderoso: la soledad a la que se somete
un hombre por los traumas en su niñez a raíz de la falta de su padre.
Gray,
a diferencia de Coppola, nos muestra en un principio a su navegante, al
enviado, al buscador, como una persona de emociones mesuradas, de temperamento
controlado, y esto lo comprobamos en las constantes revisiones que le hacen
para medir su estabilidad psicológica, pues muchos casos son los que hemos
visto en otras películas con la demencia que viene en el aislamiento y soledad
en el espacio, y lo vemos todo el tiempo repitiendo que está bien y que no se
puede permitir perder el control por lo que siente y el trabajo que realiza.
Esto
se deja saber en los primeros minutos de la película: un hombre que habla en el
pensamiento (pensamientos que claramente van dirigidos al espectador, para
conocer y en su momento sentirse identificados con el protagonista, y en su
debido momento avanzada la trama, no necesitar de estos para saber por lo que
pasa el personaje) que apenas y tiene interacción con sus compañeros, un hombre
que se siente tranquilo y en paz solo con la inmensidad del espacio.
Coppola
nos presenta a su protagónico completamente diferente. Cómo olvidar esa escena
en la que se nos presenta al capitán Willard, destrozando todo a su paso en su
habitación por los traumas que le ha ocasionado la guerra. La cosa interesante
en el personaje de Roy es el cómo se va dando su cambio de personalidad a raíz
de irse adentrando a la oscuridad del espacio y los desafíos que se van
presentando, las pérdidas humanas que va dejando a su paso, sean causa suya o
no, lo trastocan, y van haciendo que sus emociones lo desestabilizasen y
empiece a cometer locuras que quizá su padre también cometió y que en la Tierra
ninguno de los dos se atrevió, en aras de buscar lo que ya se tenía.
Este
cambio se va presentando como el típico caso de las cinco etapas del duelo:
negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Cada una de ellas se va
presentando de determinada manera y van dictaminando el tiempo y la
trasformación del corazón de un hombre y sanar además la relación con el padre
del que es una imagen y semejanza (ciertas partes de la película se toca el
tema religioso en los tripulantes que lo llevan a marte, algo que podría
cuantificarse como similitud con Apocalipsis Now con el hecho de que el coronel
Kurtz era considerado por los camboyanos un semidios) al cual muy a pesar de
sus intenciones, sin llegar a asesinarlo (como sí ocurre en Apocalipsis…),
no puede salvar.
Técnicamente
la película es impecable, sonido perfecto, visualmente correcta, como lo fuera
una Gravity, pero no tan impresionante o innovadora como lo es Interestelar,
y ni qué decir la más grande joya de este género en el cine: 2001 Odisea al
espacio. La fotografía de Hoyte van Hoytema nunca decepciona, es destacable
como los colores que emplea en determinadas circunstancias hacen que entone
cada emoción y etapa de duelo por la que atraviesa nuestro protagonista.
Por
ejemplo el rojo cuando abre su corazón y manda el mensaje que hace que
encuentren la señal de su padre, o ese blanco resplandeciente al ver morir a un
hombre en la Luna, o el azul cuando llega a Neptuno y alcanza a distinguir el
objetivo, o el amarillo cuando entra sin permiso a la nave que va en busca de
su padre; y esto no hace más que hacer lucir aún más a nuestro protagónico.
Brad
Pitt siempre me ha parecido un buen actor, sin embargo nunca lo consideré de
los más destacados, la única actuación que yo resalto es la que hace en El
Curioso Caso de Benjamin Buttom, y con esto no quiero decir que no me guste
en Fight Club, en 12 Monos o en Seven; sin duda alguna es
extraordinario, pero considero que en estas películas la actuación no es la que
lleva la voz cantante.
Si bien
en Once upon a time in Hollywood tiene una buena actuación, es en esta
donde firma su mejor trabajo hasta ahora, (en determinada parte incluso se le
ve venido a menos físicamente) y la película está hecha para ello, desde sus
líneas, sus monólogos y sus escenas emotivas lo confirman. De los pocos
problemas que tengo con la película es que ciertas escenas nos las quieren
meter a fuerzas con la música de acompañamiento y hacer que el espectador que
aún no se ha amoldado del todo con el viaje del protagónico con sus diálogos y
sus pensamientos de lo que dejó en la Tierra, empatice con la historia.
James
Gray, con su corta y discreta filmografía que empezó hace 25 años (con sólo 25
años de edad hizo su ópera prima en 1994: Little Odessa) ha mostrado una
versatilidad y un dominio del arte tras la cámara que valdría la pena ponerle
más atención. Su película anterior, Z: la ciudad perdida, es
extraordinaria, un cine expedicionario por demás fascinante, y también tiene
entre sus películas una adaptación a Noches Blancas de Dostoyevski, que si bien
no se puede presumir ser mejor que la joya del cine italiano dirigida por
Luchino Visconti en 1957, o la también excelente Cuatro noches de un soñador
del maestro Robert Bresson, tampoco es una copia barata de estas.
Es
interesante la puesta hecha por Gray, y con la actuación del siempre soberbio
Joaquin Phoenix (quien además ha protagonizado otras tres de sus películas). Y
lo comento porque con sólo estas dos películas y leyendo sobre las otras, veo
que el hilo conductor entre estas, a pesar de los diferentes géneros, siempre
hay un sentido de búsqueda y soledad en sus personajes, y este camino que se
hace por encontrar los hace cambiar en el transcurso de la película, ahí reside
el verdadero valor de estas, más que en el final como tal.
Finalmente
la película es un ejercicio interesante sobre los acontecimientos que vive a diferente
escala un humano para sensibilizarlo y hacerlo darse cuenta que el contener las
emociones y dar valor a la soledad sólo porque sí, o un estado de prioridad, no
vale la pena, ese viaje interno para sanar las cosas que no estaban en nuestras
manos y nos hicieron ser como somos.
Cómo
el hecho de buscar lo que creíamos perdido, como la figura de un padre ausente,
nos hace sacar tanto el odio, la rabia, la ira contra él por no haber querido
estar, y la empatía al ver que quizá en circunstancias muy parecidas, habríamos
hecho lo mismo. Y el hecho que de todo viaje, por muy lejos que este sea,
siempre se vuelve más introspectivo, y sana el interior, como el interior de
esas bitácoras que a todos nos acompañan y solo nosotros sabemos lo que está
escrito en ellas.
Parece
aún más interesante la forma, la propuesta y la narrativa de Claire Denis y su High
Life, o el poder de esa última parte de la relación padre-hijo en la
extraordinaria Parasite, pero por supuesto siempre se aplaude una
película bien hecha, pues muchos directores interponen la técnica sobre el
discurso, y James Gray no, expone la fragilidad del ser humano a través de la
relación padre e hijo, en un género que ayuda mucho a atenuar la metáfora de la
soledad, como también lo expuso Denis, pero más inclinado al lado de la
supervivencia como especie a través de la procreación y sexualidad.
El
tema del espacio siempre ha ido de la mano con la soledad del hombre y el
existencialismo, y Gray crea un buen drama espacial revitalizando ambas partes
de una manera sencilla. Esta película nos hace revivir otras extraordinarias
películas y nos hace dar lectura a la obra de un director, y descubrir nuevos
textos qué leer, y eso se agradece.
Interesante reseña. Es una buena premisa la de la película
ResponderBorrarAsí es Demiurgo. Gracias por comentar. Saludos.
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