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lunes, 23 de septiembre de 2019

Ad Astra.





Ad Astra es la séptima película del peculiar director norteamericano James Gray, cuyo estreno mundial se realizó en el Festival de Venecia. El film es una pieza más en el tablero de este director de películas tan distintas entre sí, pero con un hilo conductor, como suele haberlo en la obra de los artistas, pero no con eso quiero decir que la película sea un gran trabajo, tampoco significa lo contrario.


Después de un accidente ocurrido en la antena espacial terrestre, por la cual en un futuro no definido los humanos intentan establecer un contacto con seres de otros planetas, cae desde la atmósfera hasta tierra el ingeniero astronauta Roy McBride, un hombre que todo el tiempo está hablando para sí mismo, que es contactado por sus superiores para explicarle el motivo de este accidente y el riesgo que corre la humanidad con lo que han descubierto.

Su padre, Cliffor McBride, una leyenda entre los astronautas, quien 20 años atrás se embarcó en un proyecto llamado Lima al planeta Neptuno con la finalidad de contactar vida inteligente en el espacio exterior. Pero luego de dejar de enviar señales, todo mundo pensó que la misión había muerto, incluso Roy, hasta que empezaron estas descargas de antimateria que, de no ser controladas, pueden poner en riesgo la estabilidad del sistema solar, y repercutir con la vida en la Tierra.

La misión que debe seguir el mayor Roy es mandar un mensaje a su padre desde una estación subterránea en Marte en donde no ha sido dañada la comunicación por las descargas, y con este fin dar con el paradero de su padre; pero durante el viaje, y al emitir ese mensaje, se da cuenta gracias a terceros que sus superiores tienen planes muy en concreto para su padre y que no le han sido revelados.

De ver ese hombre de pensamientos y emociones contenidas, empezamos a notar como brota el ser humano que él creía no ser, y que tenía la esperanza que aún en la distancia su padre sí lo fuera, ahora se embarca por cuenta propia en la misión de descubrir qué fue lo que pasó a su padre.


Carlos Boyero, en su crítica escrita el 20 de septiembre de 2019 para el portal de El País sobre la película, menciona la similitud de esta y la extraordinaria Apocalipsis Now, con el relato “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad. Ahora, yo no he leído el relato (cosa que corregiré a la brevedad posible), por lo que mi crítica no se enfocará en ese contexto, pero sí con ciertas similitudes y no-similitudes que guarda esta película con la de Coppola, y el otro contexto que a mi parecer es el más importante-poderoso: la soledad a la que se somete un hombre por los traumas en su niñez a raíz de la falta de su padre.

Gray, a diferencia de Coppola, nos muestra en un principio a su navegante, al enviado, al buscador, como una persona de emociones mesuradas, de temperamento controlado, y esto lo comprobamos en las constantes revisiones que le hacen para medir su estabilidad psicológica, pues muchos casos son los que hemos visto en otras películas con la demencia que viene en el aislamiento y soledad en el espacio, y lo vemos todo el tiempo repitiendo que está bien y que no se puede permitir perder el control por lo que siente y el trabajo que realiza.

Esto se deja saber en los primeros minutos de la película: un hombre que habla en el pensamiento (pensamientos que claramente van dirigidos al espectador, para conocer y en su momento sentirse identificados con el protagonista, y en su debido momento avanzada la trama, no necesitar de estos para saber por lo que pasa el personaje) que apenas y tiene interacción con sus compañeros, un hombre que se siente tranquilo y en paz solo con la inmensidad del espacio.

Coppola nos presenta a su protagónico completamente diferente. Cómo olvidar esa escena en la que se nos presenta al capitán Willard, destrozando todo a su paso en su habitación por los traumas que le ha ocasionado la guerra. La cosa interesante en el personaje de Roy es el cómo se va dando su cambio de personalidad a raíz de irse adentrando a la oscuridad del espacio y los desafíos que se van presentando, las pérdidas humanas que va dejando a su paso, sean causa suya o no, lo trastocan, y van haciendo que sus emociones lo desestabilizasen y empiece a cometer locuras que quizá su padre también cometió y que en la Tierra ninguno de los dos se atrevió, en aras de buscar lo que ya se tenía.

Este cambio se va presentando como el típico caso de las cinco etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Cada una de ellas se va presentando de determinada manera y van dictaminando el tiempo y la trasformación del corazón de un hombre y sanar además la relación con el padre del que es una imagen y semejanza (ciertas partes de la película se toca el tema religioso en los tripulantes que lo llevan a marte, algo que podría cuantificarse como similitud con Apocalipsis Now con el hecho de que el coronel Kurtz era considerado por los camboyanos un semidios) al cual muy a pesar de sus intenciones, sin llegar a asesinarlo (como sí ocurre en Apocalipsis…), no puede salvar.

Técnicamente la película es impecable, sonido perfecto, visualmente correcta, como lo fuera una Gravity, pero no tan impresionante o innovadora como lo es Interestelar, y ni qué decir la más grande joya de este género en el cine: 2001 Odisea al espacio. La fotografía de Hoyte van Hoytema nunca decepciona, es destacable como los colores que emplea en determinadas circunstancias hacen que entone cada emoción y etapa de duelo por la que atraviesa nuestro protagonista.

Por ejemplo el rojo cuando abre su corazón y manda el mensaje que hace que encuentren la señal de su padre, o ese blanco resplandeciente al ver morir a un hombre en la Luna, o el azul cuando llega a Neptuno y alcanza a distinguir el objetivo, o el amarillo cuando entra sin permiso a la nave que va en busca de su padre; y esto no hace más que hacer lucir aún más a nuestro protagónico.

Brad Pitt siempre me ha parecido un buen actor, sin embargo nunca lo consideré de los más destacados, la única actuación que yo resalto es la que hace en El Curioso Caso de Benjamin Buttom, y con esto no quiero decir que no me guste en Fight Club, en 12 Monos o en Seven; sin duda alguna es extraordinario, pero considero que en estas películas la actuación no es la que lleva la voz cantante.

Si bien en Once upon a time in Hollywood tiene una buena actuación, es en esta donde firma su mejor trabajo hasta ahora, (en determinada parte incluso se le ve venido a menos físicamente) y la película está hecha para ello, desde sus líneas, sus monólogos y sus escenas emotivas lo confirman. De los pocos problemas que tengo con la película es que ciertas escenas nos las quieren meter a fuerzas con la música de acompañamiento y hacer que el espectador que aún no se ha amoldado del todo con el viaje del protagónico con sus diálogos y sus pensamientos de lo que dejó en la Tierra, empatice con la historia.

James Gray, con su corta y discreta filmografía que empezó hace 25 años (con sólo 25 años de edad hizo su ópera prima en 1994: Little Odessa) ha mostrado una versatilidad y un dominio del arte tras la cámara que valdría la pena ponerle más atención. Su película anterior, Z: la ciudad perdida, es extraordinaria, un cine expedicionario por demás fascinante, y también tiene entre sus películas una adaptación a Noches Blancas de Dostoyevski, que si bien no se puede presumir ser mejor que la joya del cine italiano dirigida por Luchino Visconti en 1957, o la también excelente Cuatro noches de un soñador del maestro Robert Bresson, tampoco es una copia barata de estas.

Es interesante la puesta hecha por Gray, y con la actuación del siempre soberbio Joaquin Phoenix (quien además ha protagonizado otras tres de sus películas). Y lo comento porque con sólo estas dos películas y leyendo sobre las otras, veo que el hilo conductor entre estas, a pesar de los diferentes géneros, siempre hay un sentido de búsqueda y soledad en sus personajes, y este camino que se hace por encontrar los hace cambiar en el transcurso de la película, ahí reside el verdadero valor de estas, más que en el final como tal.

Finalmente la película es un ejercicio interesante sobre los acontecimientos que vive a diferente escala un humano para sensibilizarlo y hacerlo darse cuenta que el contener las emociones y dar valor a la soledad sólo porque sí, o un estado de prioridad, no vale la pena, ese viaje interno para sanar las cosas que no estaban en nuestras manos y nos hicieron ser como somos.

Cómo el hecho de buscar lo que creíamos perdido, como la figura de un padre ausente, nos hace sacar tanto el odio, la rabia, la ira contra él por no haber querido estar, y la empatía al ver que quizá en circunstancias muy parecidas, habríamos hecho lo mismo. Y el hecho que de todo viaje, por muy lejos que este sea, siempre se vuelve más introspectivo, y sana el interior, como el interior de esas bitácoras que a todos nos acompañan y solo nosotros sabemos lo que está escrito en ellas.

Parece aún más interesante la forma, la propuesta y la narrativa de Claire Denis y su High Life, o el poder de esa última parte de la relación padre-hijo en la extraordinaria Parasite, pero por supuesto siempre se aplaude una película bien hecha, pues muchos directores interponen la técnica sobre el discurso, y James Gray no, expone la fragilidad del ser humano a través de la relación padre e hijo, en un género que ayuda mucho a atenuar la metáfora de la soledad, como también lo expuso Denis, pero más inclinado al lado de la supervivencia como especie a través de la procreación y sexualidad.

El tema del espacio siempre ha ido de la mano con la soledad del hombre y el existencialismo, y Gray crea un buen drama espacial revitalizando ambas partes de una manera sencilla. Esta película nos hace revivir otras extraordinarias películas y nos hace dar lectura a la obra de un director, y descubrir nuevos textos qué leer, y eso se agradece.


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