martes, 29 de enero de 2019
-Quiero una fiesta como las de Jep Gambardella . . . .
-¿Cómo? -Dice ella, incrédula al no querer creer lo que él ha dicho.
-Si. Una fiesta donde haya todo tipo de personas. Podrías invitar a todos tus compañeros de trabajo, a tu familia, a las vecinas de tu mamá. Yo puedo invitar a los del club de lectura, a los de la oficina, a la familia del jefe, a mis amigos de la infancia.
-Pero la casa es muy chica, el patio no nos daría para tanta gente. Sin contar con el hecho de que el deposito que hemos dado quedaría ahí para los desperfectos del día después, si invitas también a tus primos.
-Eso no importa, se supone que nos quedaremos a vivir aquí para siempre. ¿Qué acaso es que ya te quieres ir?
-No, pero. Haber como haríamos con el espacio. -Decía ella volviendo a tomar la libreta que segundos antes había botado hasta la silla de enfrente de la mesa. Arqueaba su perfecta anatomía para llegar a ella, él no decía nada, ni la miraba de manera directa, pero sin duda no había otra cosa a la que él le pusiera atención, ni siquiera a ese cuento que estaba armándose en su cabeza.
-Tenemos el techo. La barandilla de herrería que tiene, seguro la pusieron para eso, para que jóvenes parejas como tú y yo invitaran a sus amigos a parrilladas y fiestas locas como esta. Anda, te juro que no te arrepentirás.
Ella no dijo nada, pero hizo un gesto que daba por entendido que la idea desde un principio no le había disgustado tanto, pero conocía perfectamente su papel, tenía que hacer la contraparte, por más que amara a aquel hombre que se empeñaba en levantarse tarde y no rasurarse ni peinarse y al cual le diría que sí a cada una de sus locuras, tenía que contradecirlo en más de una ocasión para que su ímpetu no los metiera en problemas.
El fin de semana siguiente la casa estaba repleta de personas, de todos tamaños, colores, empaques; podías ver a la mamá de una mamá de una mamá conversando con un poeta que no hacía más que aludir a sus sueños con un lago que fue a visitar de niño justo un año antes de que murió su padre, veías al director de una firma de abogados muy importante discutir de futból con un alcohólico mecánico que a pesar de su apariencia sucia y vieja, tenía su misma edad, a un oficinista bailar con un par de bailarinas gemelas, al director de una pequeña revista con una pareja de hombres que acababan de pasar su luna de miel en Rio de Janeiro y le narraban las noches bohemias en las calles llenas de samba, a la conductora de espectáculos del canal local de televisión platicar con el hijo del presidente municipal. Era como el anfitrión lo había soñado, aquello era la misma encarnación del infierno de Dante, era una réplica perfecta no sólo de la fiesta de Jep Gambardella, sino de la ciudad, del mundo.
Ella a lo lejos lo miraba con cierta fascinación y desprecio, pues le molestaba un poco que siempre se saliera con la suya, cosa que pensaba y se decidía a hacer, le salía a la perfección, siempre estaba satisfecho con lo que pasaba en la realidad, nunca lo había visto siquiera un poco decepcionado, y eso le irritaba mucho. Pero su fascinación no podía disimularla cuando él la volteaba a ver, era tan atinado su tiempo que cuando no estaba con ella, y ella lo miraba en la distancia, sólo bastaba que girara la cabeza a una sola dirección para encontrarla, no tenía que estar buscando entre la gente, o volteando a ver de aquí para allá hasta que segundos después la visualizara, lo suyo, desde un principio había sido cuestión de una sola mirada.
-Estás contento. -Le decía ella mientras llegaba por detrás de él y lo rodeaba con sus brazos.
-¿Tú que crees?
-Que eres un fastidioso. -Ambos ríen, él toma una de sus manos, la derecha, con la que escribió la lista de invitados y la besa.
-No te creo.
-No sientes que nos faltó algo.
-Quizá sólo unas putas y algo de droga.
-Eso se puede solucionar, -dice ella y se para a un costado de él y se gancha a su codo, ambos saludan a un señor cuarentón y panzón con aspecto de político que va acompañado de dos tipos vestidos de negro- puedes llamar a tu amiga la morena que siempre me ha caído mal y yo a mis ex novios de la prepa. -Vuelven a reír.- ¿Cómo es que se llamaba?
-¿Quién?
-Tu amiga.
-Viviana.
-¿Por qué no la has invitado? No querías que descubriera las miradas incomodas entre los dos.
-Siempre estuviste celosa de ella, ¿verdad?
-¿Celosa? ¿Por qué tendría que estar celosa? No creo que haya motivos para estarlo. Aunque lo niegues yo sé que hubo algo entre ustedes dos antes de que yo llegara a tu vida, no sé por qué te empeñas en negarlo, ¿sólo que aún sientas...?
-Ya terminaste.
-No. -Dijo ella en tono molesto.
-Entonces. -Dijo ella cuando sintió que el silencio empezaba a separar lo que los brazos aún tenían unido- No me has dicho por qué no invitaste a tu amiga.
-Quizá no lo recuerdes porque ahora estás molesta, pero hace como seis meses supimos que se había casado y que ahora vive en Carolina del Sur.
Ella se quedó callada, ahora que lo mencionaba se acordaba de aquel día, estaban saliendo de un café en el que habían pasado una tarde lluviosa de septiembre, una de esas tardes que tanto disfrutaban en aquel café, se escuchaba 16 años de Julio Iglesias, él llevaba en la cabeza su boina gris, ella llevaba puesta su larga gabardina oscura y a la salida se habían encontrado a uno de los hermanos de Viviana, iba con su familia, una mujer muy chaparrita en comparación a la estatura de él y dos clones de él que seguramente eran sus hijos. Ella no hizo más que mirarlo a los ojos y con una mirada brillosa como quien está a punto de llorar. No tuvo garganta para decir nada, pero él dijo justo lo que necesitaba decir para que ella volviera a morderse el labio que lo hacía saber que todo estaba bien.
-Ya se está haciendo tarde. No tarda en comenzar a desaparecer toda la gente. Entonces ya tendré tiempo de atenderte y hacerte saber lo que la primavera hace con los cerezos.
La habitación era una cosa muy descriptible, pero no por eso era muy común. Habían decidido dejar las paredes blancas como se las entregaron, aunque él lo era más, al grado de a veces ser molesto, ambos eran muy minimalistas, no les gustaban las cosas con mucha algarabía, de ahí que les encantaran las películas de Andrei Tarkovski y las canciones de Cole Porter, aunque suene a cliché, amaban la poesía de Carlos Williams y de Jaime Sabines. Un par de posters en su habitación de dos películas que él amaba: Amelie y Lady Bird; un tocador con un espejo pequeño, una silla y una mesita de té como las de los monarcas de Reino Unido del siglo XVII, una cama matrimonial sin cabecera, con sabanas y colchas blancas como las paredes, y en completa oscuridad, estaban ellos dos haciendo el amor.
Ella sentada encima de él sentado, sus manos estaban en su pecho, el de él, mientras las manos de él estaban en el pecho de ella, sus gemidos no eran fuertes, pero eran prolongados, él parecía que dejaba de respirar mientras ella sabe de donde sacaba aire para seguir exhalando su gemido, él no dejaba de decirle cosas: la intimidad de las palabras en estos momentos jamás hay que describirlas ni volverlas a repetir, aunque sean de alguien mas. La jalaba hacia él para volver a besar sus labios, no había cosa que lo hiciera sentir más vivo que besarla a ella, ni escribir, ni correr, ni llorar en el cine, nada lo hacía sentir más vivo que besarla a ella. Sentía que no tenía nada cuando no la besaba en un largo periodo de tiempo, como cuando ella viajaba fuera por su trabajo y él se quedaba solo en casa sólo escribiendo sobre los momentos especiales que habían vivido juntos.
Sus siluetas hacían parecer a cierto ángulo a contraluz, cuando él se posaba por detrás de ella y empezaba a acariciarla y besarla en el cuello, que se unían, que los dos se hacían uno. Ella se aferraba de donde podía a su presencia, la de él, el dolor no le importaba, le importaba sentir, y en esos momentos del sexo era cuando más sentía. Al final él terminaba encima de ella, ella se enroscaba a su espalda con las manos y sus muslos, y así se quedaban por un lapso de alrededor de diez minutos, sin hablar, sólo sintiéndose, palpándose, acariciándose, escuchando su respiración, sintiendo correr y mezclarse el sudor de uno con el otro. Esa noche ambos querían sacar cosas que habían quedado pendientes en la fiesta.
-Perdóname por lo de hace rato.
-¿Por qué?
-Por lo que te dije, sobre Viviana. Te conozco bien, sé que jamás habrías tenido algo con ella si así me lo dices.
-Sabes que puedes confiar en mi, jamás te mentiría, no tengo derecho a hacerlo. -Estaban aun en la posición en la que habían terminado. Él se acostó al lado de ella sin notar que ella aún no quería que la dejara de apretar contra el colchón, la abrazó y le dio un beso en la mejilla- Aunque no te voy a negar que me gustó mucho que lo hicieras.
-¿Qué cosa?
-Que te enfadaras conmigo.
-¿Por?
-No sé, te parecerá tonto lo que te voy a decir pero, a veces siento que todo el tiempo estoy soñando, que tú, mi vida, como sucede todo, es un largo sueño, y que tarde o temprano voy a despertar, y es que no concibo el hecho de que sea tan perfecta, te tengo a ti, trabajo poco y gano bien, escribo que es lo que siempre he querido hacer desde que tengo uso de memoria, toda la gente que amo desde que era niño aun vive, nadie a muerto de mi familia, ni mi bisabuela. Todo lo que pienso, y quiero hacer, pasa al más mínimo detalle. Y es entonces cuando discutimos, o te enojas, o te hago llorar por mis estúpidas reglas o manías que me hacen poner a pensar por qué te enamoraste de mi habiendo en el mundo infinidad de hombres mejores, más guapos y ricos que yo, y tú me elegiste a mí. Es cuando discutimos que sé que no estoy soñando, porque de estar soñando jamás discutiríamos. No sabes el tormento que paso todas las noches al dormir y pensar que en la mañana despertaré sin ti.
-Eso jamás va a pasar. -Dice ella con lágrimas en los ojos, aunque él no las pueda ver, quizá si sentir luego de que ella lo besa en los labios- Ahora durmamos.
A la mañana siguiente, con algo de resaca, y mucho que limpiar después de la fiesta, él despertó.
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