Si hay
una película mexicana que generaba expectativas en 2018 además de Ana y Bruno, y antes de que empiecen a murmurar eruditos (lo digo con cariño)
estoy diciendo las que más expectativas generaban y no las más esperadas,
porque en ese caso podría mencionar desde la estrenada iniciando el año en México
La Forma del Agua, de Guillermo del Toro, o Roma, de Alfonso Cuarón,
o Nuestro Tiempo, de Reygadas, o incluso podría mencionar Cómprame un Revolver, lo nuevo de Julio Hernández Cordón. La película de la que les
escribiré es Museo, la segunda cinta de Alonso Ruizpalacios después de Güeros.
La
película de Ruizpalacios narra de manera muy libre un acontecimiento real que
pasó en México en la década de los 80's después del terremoto de 1985 en el
Museo de Antropología, y es que desde un inicio se advierte al espectador que
la cinta que verá a continuación es la réplica de una historia real, ni es una
biopic, ni como tal una película histórica o de época, es más una adaptación,
es una especie de tributo al tiempo perdido, al sentimiento de pérdida, pero
sin serlo. Vayámonos por partes y veamos qué hace de Museo una de las
mejores cintas mexicanas del 2018 en un año más que grato para el cine
nacional.
La
película cuenta con muchos valores técnicos a disposición de la narrativa, que
buscan contar la trama de la película. Si se dice que es una adaptación muy
libre de la historia es porque lo es en todos los sentidos, por ratos muy
lúcida, por otros muy onírica; hay un par de situaciones en la película que se
nos narran de una manera muy peculiar, una involucra escuchando la acción
mientras vemos a los personajes como si estuvieran en fotografías, y la segunda
más avanzada la trama, involucra una pelea.
Este
par de escenas quizá en las manos de otro director habrían caído en el
ridículo, (como en Casa de mi padre, pero Ruizpalacios las desarrolla
armónicamente), y si por algo funcionan sin lugar a dudas es por el par de
actores en ellas en donde se ve, aun sin ser algo que se tenga que ver en
escena, la confianza de Gael y Leonardo en Alonso, quienes dicho sea de paso
entregan un par de actuaciones memorables.
Ortizgris
este año nos ha entregado un par de buenas películas, esta y El Club de los Insomnes, y de Gael yo no podría decir, como algunos críticos han asegurado,
que esta película representa su mejor actuación de los últimos años, pues
proyecto en el que se ha involucrado en los últimos años es proyecto en el que
entrega una extraordinaria interpretación, salvo por la antes mencionada Casa
de mi padre.
La
película se mueve mucho en lo común, en lo ordinario, incluso en un retrato
claramente nostálgico por una década que fue especial en México para bien y
para mal, como los vicios y virtudes de una familia de clase media mexicana, y
uno teme que en cualquier momento o situación se vaya por el lado fácil, por la
tangente que los clichés del cine actual mandan.
Pero
en Güeros Ruizpalacios ya nos había enseñado que si algo no le gusta es
irse por el convencionalismo, que dicho sea de paso me parece que habrá
eruditos (lo digo con cariño) que dirán que muchos directores de cine recurren
a este tipo de narrativas por no saber contar una historia o no saber contar
buenas historias, nada más alejado de la realidad me parece.
Y
ahora que tocamos el punto de Güeros, me parece hay un par de cosas que
unen a estas cintas; la primera, es a estos personajes perdidos que se
enfrascan en un agujero metafórico para perderse más y así encontrarse. Y la
segunda es la presencia de "el tigre". Si han visto Güeros y
ven ahora Museo, ya sabrán a lo que me refiero (algunas escenas se
manejan en la oscuridad, en voz en off; además del narrador y los flashbacks). Además
del hecho de que al igual que en Güeros, la película gira en torno a un
acontecimiento real que no influye en la trama, sino que gira en torno a ella,
es el pretexto perfecto para contar una historia.
La
fotografía es excelsa. La música también es grandiosa y es un acompañamiento
armónico con la acción, no con la trama o los sentimientos. De las actuaciones
principales ya hablé, pero cabe destacar a todo el cast por completo, y de
sobremanera a la actriz Lisa Owen, quién con muy pocas apariciones hace una
interpretación descomunal, así como al crítico y actor británico Simon Russell
Beale, quién con una sola escena muy alargada nos muestra el gran actor que es.
Quizá
sea la escena, junto con la de la primera pieza robada en el museo, la más
propia de la película, que si bien rompe un poco el ritmo donde no hay tantas
libertades, donde le dice a su espectador: "esto también es una película
seria", no incomodan, pues el espectador lo sabe desde un principio.
También hay algunas muy chuscas como la de Gael y el soldado. Las escenas de
cuando entran al museo al sonar de la música de extraordinario Silvestre
Revueltas, y la que involucra a una playa y una actriz, y el prólogo, así como
la presentación de los créditos iniciales, son para la memoria colectiva de
todo cinéfilo.
Además
de las referencias cinematográficas que emplea como recurso, como en la misma
escena del prólogo y en las escenas a oscuras, de aspiraciones más grandes que
en Güeros, sin embargo no tan entrañable en fondo y forma como la antes
mencionada. La tesis entregada al final es muy efectiva, y nuevamente hacen que
uno caiga en el juego que quería Ruizpalacios, que es la del rescate, la de no
dejar morir la historia; la de pagar por lo que se hace, por lo robado, aunque
esto haya sido robado por otros a otros. La de "nadie sabe lo que tiene
hasta que lo pierde".
Pero
quizá la mejor parte de la película es la que pocos han mencionado, y esta es
la de la amistad, y la complicidad que se crea en ella, con sus vicios y
virtudes, por muy dura y sincera que a veces sea, y como al final siempre hay
un amigo que protege al otro, por el simple hecho de que no cualquier amigo nos
acompaña por un camino al que desde un principio se sabía no tenía un buen
destino, como el culparse por un incendio, pues al final de cuentas, como dice
la película, si contáramos la verdadera historia, nos estaríamos perdiendo de
una gran historia.