Los sábados por la mañana era un espectáculo ver entrar a esa mujer por la puerta, nunca se quedaba a dormir conmigo hasta el amanecer, alegaba que suficiente tenía desvelándome entre semana traduciendo, para que el viernes que ella venía no durmiera otra vez. Se iba yo calculo dos o tres horas antes del amanecer, y volvía cerca de las nueve de la mañana. Para esa hora yo ya estaba mas que despierto, con las cortinas que me separaban de la ciudad abiertas, la habitación era blanca y la luz era incontenible. El paraíso cuando ella llegaba, un simple cuarto blanco y luminoso cuando ella partía.
El ritual era siempre el mismo, yo la imaginaba haciendo la misma escena antes de que entrara a la habitación, la imaginaba caminando por la calle como Eva Green en Casino Royale, mi Femme Fatale caminando al son de This Boots Are Made For Walking mientras pasaba por la cafetería a la que entraba a comprar dos cafés, un americano amargo para ella y un capuchino doble para mí con una de azúcar, dos pequeños croissants de jamón de pavo con queso mozarella, y un beso de chocolate para ella justo antes de regresar a su realidad. Saldría del café aproximadamente diez minutos después de la hora que entró, caminaría quizá, en cerca de diez minutos dos cuadras más hasta llegar a mi apartamento, entraría a recepción y saludaría a las chicas que estaban ahí, ellas la verían sólo pasar sin contestar, una admirando su saco largo color rojo, otra su desfachatez, pues llevaba su anillo de bodas, y era mas que obvio que no estaría en aquel hotel llevando desayuno y oliendo de aquella manera para ver a su marido.
Rara vez fumaba pero el olor no se iba del todo de sus ropas. La imaginaba subiendo las escaleras, era poco probable, pero yo la imaginaba haciéndolo como lo hacen las pequeñas niñas, saltando, escalón por escalón, no queriendo llegar al consultorio del dentista. Entonces justo cuando yo la imaginaba llegando hasta la puerta y tomando la perilla, esta se giraba en mi realidad como por arte de magia. Entonces ella entraba, aquel ángel tan perverso vestida con lo que parecía sólo con aquel saco largo color rojo sin nada debajo de él, y aquellas gafas de las que apenas y se desprendía al llegar al espejo que estaba en el tocador, antes de dejar la bandeja de cartón con aquel par de cafés y la bolsa con el par de croissants y el beso de chocolate, yo hacía como que no la veía, pero la verdad estaba viendo cada detalle que la hacían tan predecible todo el tiempo, tan predecible como el exterior no la dejaba serlo. Cómo uno se vuelve tan predecible en la libertad, uno creería que es al revés, que la rutina te hace predecible y la libertad te hace... libre, la mentira mas recurrente.
Siempre que ella llegaba yo estaba leyendo un libro, y yo la sentía observándome en la distancia, viéndose en el espejo mientras se quitaba el saco, me veía de reojo y se sonreía. Con los años, uno no hace mas que recordar las miradas de las personas. Mas que su aspecto, o sus palabras, o los momentos vividos en común, lo que uno se lleva a la tumba son las miradas, y las de ella seguro serían las que más placer me darían en mis últimas horas antes de morir. Desde la distancia yo sentía el aroma de su piel. Es verdad lo que dicen, mejor dicho: nadie te lo dice, pero cuando uno se enamora en verdad de una mujer, el aroma de su piel se vuelve peculiar, único; no lo encuentras en ninguna otra persona, y es una especie de narcótico, te haces adicto en cierta medida a ese aroma. Se daba la vuelta y segundos después ya la tenía sentada junto a mí mirándome de frente, yo fingía no hacer caso de su presencia y ella sólo sonreía, un instante después me contagiaba la sonrisa y hacía que mis ojos se desprendieran del libro y olvidara todo lo que implica vivir.
-¿Te cuento un secreto? -Dijo ella sin mirarme.
-Si.
-Pero no se lo vayas a decir a nadie.
-No tendría porque hacerlo.
-Esta bien. Eres mi escritor favorito.
-¿En serio?
-Si.
-¿Te puedo contar ahora yo un secreto a ti?
-Seguro.
-Acércate un poquito para decírtelo.
Ella se acercó, no esperaba que la tomara entre mis brazos y le diera una vuelta en la cama hasta dejarla aprisionada entre el colchón y mi cuerpo, ella moría de risa, entonces empecé a acariciar su pelo, mientras ella repetía y copiaba mi método.
-Tú eres mi libro favorito.
_________________________________________________Creo que esta vez no hay nada que añadir.
Primera parte: