Producciones "La Vieja Escuela" Presentan:

domingo, 24 de abril de 2016


Los dos caminaban y esta vez no decían nada, volteaban a mirarse y sonreían, caminaban por lo que parecía era una parte vieja de la ciudad, porque en la estructura de los locales entre los que caminaban se veían como hechas por verdaderos hombres en años más prosperos, vigas de madera y estructuras metálicas como en las antiguas estaciones de trenes. Una palomilla nocturna hacía sombras con el foco al cual atacaba, buscaba su alma gemela en ella misma, la luz siempre nos trae espejismos que en la oscuridad suelen develarnos los ojos, nos hacen vernos a nosotros mismos, ver en la oscuridad lo que son y somos en realidad, insectos con alas que buscamos nuestro par, almas aladas que van de paso siempre buscando la luz al final.
Sin ellos darse cuenta cuando salieron corriendo jugando sin saber a que jugaban y llegaban justo donde segundos antes una palomilla nocturna había muerto por acercarse tanto a su sol, los observaba un anciano que era acompañado por cuatro perros, todos color café y él cargaba una bolsa donde parecía llevaba la comida que juntaba para él y para sus "hijos". Llegaron ellos sin darse cuenta de nada salvo de que sus labios se volvían a unir una vez más, él la abrazaba, y ella lo golpeaba.

Yo no debería de estar narrando esto, simplemente yo no debería hacerlo ya que cada vez que uno cuenta una historia de estas es irremediablemente imposible amar y odiar a la vida a la vez. Amarla más por saber que esta clase de historias, esta clase de cosas son reales, y odiarla por no hacer que el tiempo se congele y este relato y esta historia haya mucho tiempo más. Yo no debería de narrar esta parte pero las farolas cuando alumbran de la manera en que alumbraron aquella noche, a la hora en que aquel par de extranjeros extraños deambulaban por aquella calle, por aquella fachada, no se puede hablar mucho en realidad.

Quien vino a interrumpirlos y los hizo volver a hablar fue el anciano que los había estado observando, los saludo muy respetuosamente, ellos lo hicieron igual, "Sarah", si es que en realidad así se llamaba aquella chica de la que ustedes tendrán entendimiento sólo por este texto; reía del nerviosismo, como si aquel anciano le fuera a contar a todo el mundo al amanecer que presenció a un par de jóvenes enamorados besarse, cuando estos jóvenes eran jóvenes y ya no volvieran a verse jamás al salir el sol. El viejo sacó de la bolsa interna de su grande y por su apariencia muy acogedora chamarra, una pequeña rosa artificial, se la dió a Abraham y con la mirada le dijo que se la diera a ella. Abraham lo hizo y ella le agradeció al viejo, entonces este les dijo:
-Saben algo, uno puede estar lo más enojado con el mundo, o puede despreciarlo o estar molesto con la vida por lo que nos hizo vivir o lo que nos quitó por haber hecho lo que alguna vez hicimos y tuvimos que pagar. Pero cuando uno ve las muestras de amor que se entregan personas como ustedes, que no sólo buscan algo el uno del otro, sino que comparten todo lo que tienen en su mirar, lo poco e insignificante que tienen como lo es la vida y el tiempo, uno no puede más que agradecer por estar vivo. Les agradezco jóvenes por regalarme más vida y más felicidad esta noche.

Acabó de decirles esto y se marchó. Sarah acarició al último de los perros que pasó junto a ellos, parecía que quería ser acariciado.

1 comentario:

  1. Te digo como el anciano, gracias por regalarnos más vida y más felicidad.
    Un beso!

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