La película nos revela desde un principio el discurso que pretende explorar y que hasta cierto punto expone de manera correcta, además del magistral trabajo fotográfico y como de manera muy simbólica muestra la importancia que tendrá la naturaleza en el desarrollo de la historia; y ese discurso que explora y expone la trama que se desenvuelve en el guion del propio Francisco Paparella, es el de la violencia. Más aún en particular, el de las violencias masculinas.
Las violencias que ejercemos sobre otros, las violencias que ejercemos sobre nosotros mismos, las violencias que ejercemos por demostrar que somos hombres, las violencias que ejercemos con tal de no sentir vulnerabilidad, las violencias que ejercemos para no sentir remordimientos, las violencias que ejercemos para no pensar en el pasado.
La forma en que se dota a estos tres hermanos de un sufrimiento particular que pretenden tapar con actitudes machistas, pero que se destapan cuando el hermano mayor regresa a la casa de los padres, y esto empieza a hacer que cada uno de ellos muestre su verdadero rostro y se quiten la careta para luchar con sus demonios, el más chico queriendo violentar a través del ruido, del sexo y de la fuerza para reprimir los deseos que le suscitan las luchas grecorromanas y los sentimientos que le despierta su mascota, el mediano que carga con la responsabilidad de llevar a cuestas el legado familiar y que hace todo por subsistir, y que ha raíz de un diagnóstico hace que manifieste su hombría de la manera más ruin, y que quizá sea la consecuencia de su desenlace, y el exilado que a su regreso lucha con el origen de los males de los tres: la inexplicable muerte de su madre, y los maltratos que ejerció su padre sobre ellos, y que trata de reprimirlos con el abuso de droga, además del propio hecho de luchar con su propia ausencia siendo padre.
Un estudio de personajes que de alguna manera expone que no importa cuál fuerte sea la avalancha, con algo de perspectiva se puede ver y trabajar sobre lo mal que hemos hecho como seres humanos, o quedarnos estancados tratando de enterrar todo con ruidos estridentes y golpeando y sometiendo lo que esté a nuestro paso, hundiéndonos cada vez más en ese pozo que más temprano que tarde, nos dejará sin luz.
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