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miércoles, 6 de julio de 2022

Nuestras madres.





Hace unos meses, cuando escribí sobre Nudo mixteco, tocaba el tema de cómo a los festivales europeos les encanta tener y premiar a películas latinoamericanas que tocan temas densos y que ellos pueden disfrutar cómodamente desde su butaca y su visión primermundista, y cómo muchas veces esas películas retratan precisamente estas historias de manera sensacionalista o sólo con el simple objetivo de poder ganar premios en los festivales por los que pasan, como es el caso de Nuevo orden o Chicuarotes.

Afortunadamente también dentro de ese cine que llega a Europa con esta bandera, hay películas realmente destacadas que retratan esas historias de pueblos originarios que duelen y que se muestran con fidelidad, tal es el caso de la ya mencionada Nudo mixteco, y también de la película de la que escribo a continuación: Nuestras madres de Cesar Díaz, película ganadora de la Caméra d'or en el Festival de Cannes en el 2019 (y que curiosamente este año lo ganó la película Way Pony de Riley Keough y Gina Gammell, sobre un par de jóvenes de una reserva de indios nativos en Estados Unidos)


La película expone como, a la par de que se llevan juicios políticos en contra de militares que asesinaron a muchísimas personas durante la guerra civil en Guatemala, los forenses investigan, descubren y desentierran fosas clandestinas a lo largo del país. Uno de ellos, Ernesto, se encuentra con el testimonio de una mujer que le da la ubicación de donde los militares llegan a su pueblo tras los guerrilleros que ya se habían ido, y matan a bebés, niños y hombres, entre ellos su marido. Es después de que la señora le enseña una foto donde aparece su marido con los guerrilleros, que Ernesto se toma personal el caso, pues uno de los guerrilleros que aparecen en la foto es su padre, desaparecido como miles de personas más en ese espeluznante episodio de la historia guatemalteca. Entonces es a partir de ahí que Ernesto va descubriendo cosas, y en este viaje emocional su madre con él, revelándosele cosas que, como en su momento le diría su madre, no le contaría ni aunque estuviera bajo tortura, pero que al final de cuentas lo hace, por justicia propia y por justicia para los demás.


Lo primero que poderosamente me llama la atención de la película de Cesar Díaz es el control que tiene de la tensión y la trama a través de la estética que propone. Es una película que estéticamente es fuerte y directa en los momentos más duros, hay una propuesta estética que hace que uno vea de cerca la situación, a los personajes y las reacciones que ellos tienen ante los testimonios que dan y los testimonios que escuchan, y eso se siente cuando uno ve la película en una sala de cine, pues es en estos momentos en los que no se escucha ni siquiera a una persona en la sala comer sus palomitas de maíz. Jamás se podría decir que es una película que se ve "bonita", porque lo que cuenta no es para nada bonito, es una película que se muestra de manera correcta, y cuya propuesta visual ayuda al móvil de lo que la historia requiere, siempre con un respeto y un cuidado que impresionan y uno agradece. Por momentos hace recordar al cine de Dumont y de Ozon, y quizá de ahí venga el apoyo y el cariño de Francia hacia esta película.

Las actuaciones de Armando Espitia (quien está hecho un actorazo) y Emma Dib son realmente extraordinarias, ambos encarnan a la perfección la lucha interna que sufren sus personajes. Por una parte Armando en Ernesto refleja esa intensidad de la búsqueda de la figura paterna que jamás conoció, y que la sabe arrebatada por un Estado que ya no existe, pero que no deja de tener manchas en la política actual, como esas trabas que tiene que pasar para desenterrar a los muertos de esa comunidad y dar con el paradero de su padre, porque la burocracia siempre está rindiendo cuentas a alguien. Vemos el duelo por el que atraviesa cada vez que se siente impotente y lejos de su objetivo, a demás de la lucha con su madre que no quiere destapar la cloaca del pasado que vivió al no querer testificar en el juicio que hace el pueblo contra las figuras de sus pesadillas y que busca justicia y no perdonar ni olvidar. En el caso de Emma con Cristina, es muy similar la lucha a la de Ernesto, pero siempre desde la calma y la mesura, por el miedo que le provoca el exponer hasta a su hijo por las represalias del pasado. La vemos siempre dar vueltas a temas delicados con Ernesto, no querer acompañarlo en la búsqueda, siempre deslindarse y siendo distante, pero la transformación de ocultamiento a aceptación en ella es triste pero liberador en ese culminante testimonio fulminante, liberador hasta en nosotros los espectadores, como las escenas en las que Ernesto descubre la verdad sobre su padre.

La película recuerda a obras como El silencio de los otros, Flor de otomí e Incendies por la temática que aborda, pero la forma en que lo hace Cesar, me parece nos pone ante un realizador latinoamericano que dará muchas historias con fondo y forma que enriquecerán aún más nuestra filmografía como pueblos con historias potentes por sacar a la luz.

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