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martes, 12 de mayo de 2020

No quiero dormir sola, de Natalia Beristáin.




Hablar hoy día de la importancia, relevancia y calidad de las películas realizadas en nuestro país, no es exclusivo de unos pocos, o de distinguidos círculos de intelectuales y críticos de cine; hoy día, más que nunca, se podría decir que vivimos en una época privilegiada no solo por la gran calidad técnica con que se producen las películas en México, sino también por los "fondos" que se tocan en estas, y que la gran mayoría de la audiencia podemos percatar esa pequeña gran luz que nada entre el mar de entretenimiento de televisión llevado a la pantalla grande que también abunda. Pero si hay que destacar algo por sobre todas las cosas en este nuevo fondo y forma de nuestro cine es la presencia de la mujer.

Hay muchos nombres que figuran en la lista de directoras que en los últimos diez años han dado un golpe de autoridad en base a su trabajo, esfuerzo y la manera en que exponen la delicada y detallista mirada de cómo ven la vida. Yo podría decir, sin temor a retractarme, que hay tres nombres por encima del que ustedes me digan, tres mujeres que hoy día son de las voces más certificadas e influyentes de nuestro cine, y las tres con solo dos películas en su haber: Alejandra Márquez, Claudia Sainte-Luce y Natalia Beristáin, de quien ahora escribo sobre su ópera prima.

La primera vez que vi esta película recuerdo que me dejó una grata impresión, pero no escribí sobre ella. Y ahora que lo hago menciono esto porque en aquel entonces, a pesar de verle muchos valores a la propuesta de Natalia, no me atrapó tanto, en específico, y la razón por la que creo importante escribir y exponer la tesis de esta, es por su desenlace, que seguro causó y seguirá causando discusión.

La trama de la película va sobre Amanda, una mujer de entre 25 y 35 años, que por algún motivo no puede estar sola por las noches, lo que la lleva a buscar compañía en más de un amante. Su rutina de soledad diurna sin aparente ocupación se ve trastocada cuando se tiene que hacer cargo de Dolores, su abuela paterna, una mujer que vive de sus glorias pasadas como actriz de cine, a pesar de presentar problemas de memoria, y su adicción a la bebida alcohólica. En la constante convivencia entre ambas surgen desacuerdos, pleitos, reproches, pero con el pasar del tiempo aparecen además de canales de comunicación, semejanzas que van más allá del lazo de sangre, y con estas semejanzas, cual si fueran espejos en el tiempo, surgen la necesidad de querer ayudarse.

Partiendo de la mirada incisiva, muy similar a la de las otras dos directoras antes mencionadas (y de algunas otras más, por ejemplo, en esta película me parece hay una similitud en cuanto a la composición, que evoca con la más reciente Restos de viento, de Jimena Montemayor), pero claramente hay una diferencia en cuanto a formas hablando en los planos efectuados y el lado estético de su puesta, y  fondos en el sentido del discurso; hay una importancia al detalle que hace que uno fije su atención a través de la mirada ordenada por la directora y ejecutada por la cinefotógrafa (en este caso la encargada que atiende este departamento es Dariela Ludlow, que también realizó la gran fotografía de Los Adioses).

Justamente este acercamiento al detalle hace que uno encuentre aún más empatía, sin llegar al melodrama barato o el empalagamiento, de la que nos podrían provocar vista de manera más general la historia de estas dos mujeres, ambas con una depresión que se manifiesta no tanto en el hecho de no querer dormir solas, sino en no estar solas de noche, y lo que esta representa. Si bien ambas durante el día pueden estar solas, con alguno de sus recursos para escapar y que anestesian ese dolor y vacío que arrastran, y que en las dos surge de la figura de un hombre, el mismo hombre, para Amanda en forma de padre y las obligaciones que le exige, y para Dolores en forma de hijo y su abandono, llegada la noche saben que ambas están en igualdad de circunstancias, en estados muy semejantes.

Hay muchos elementos que embellecen a la película de sobremanera y que logran que su discurso sea muy bien ejecutado y más valioso incluso que la obra posterior de Beristáin. Si bien en Los Adioses hay una mirada mucho más sutil y que dota de belleza real a la artista retratada, incluso en sus momentos más difíciles que también se manifiestan por la figura de un hombre, en No quiero dormir sola es aún más crudo el conflicto de los dos personajes, es más externo el golpe, no hay nada implícito, a pesar de haberlo en un plano metafórico y conceptual como lo puede ser la misma tesis de Persona, y esta es el miedo consciente al principio de la relación entre ambas mujeres, de verse reflejadas a sí mismas, ya sea en el pasado o en el presente (la escena de las regaderas es tan impactante por lo bien lograda que está, como por su concepto en el hecho mismo), y esto me hace tocar el tema de las actuaciones de ambas actrices.

No sé si Natalia desde la concepción de su guion buscó que este par de actrices interpretaran a sus personajes, pero no hay duda de que quedaron como anillo al dedo. Ambas representan de manera atinada cada una de las etapas de estas mujeres en crisis, sin que esta se manifieste incluso en grandes momentos dramáticos. Es sutil y agudo su trato y gesto ante su problema interno (mucho de esto se debe por supuesto a la increíble dirección de Natalia).

Mariana Gajá como Amanda muestra su personalidad introvertida, su angustia y su ansiedad al morderse las uñas, pero también en los momentos en que se enfrenta con el alcoholismo de su abuela muestra su enfado y sufrimiento no sólo por ella, quizá también por un recuerdo de infancia que involucra a su padre, con el que también hay una manera de expresarse, y que corporalmente hablando hay un gran trabajo de Mariana, al igual que el de Adriana Roel, que también lleva como extra el ver de cierta manera este trabajo con una línea autobiográfica (incluso para la misma Beristáin se  le podría dar esta lectura, ya que Amanda se dedica a la fotografía y el papá de ésta es director de cine y además interpretado por el padre de Natalia) y que en su momento ganó el Ariel a la Mejor Interpretación Femenina.

El final de la película me parece es muy oportuno para entablar temas de conversación importantes como el de las formas en que lidiamos con crisis personales en torno a nuestros deseos y tiempos pasados, la forma en que se manifiestan nuestras carencias para saber comunicarnos y expresar los problemas no superados, cómo buscamos en el otro, una vez entablado un canal de comunicación, la salvación propia, o la de quien quizá está en nuestros zapatos ¿Ayudamos al otro al precio que sea, esperando que alguien más nos ayude de la misma manera en su determinado momento? Solo es una de las preguntas que hay que hacer/contestar a nuestra conciencia y nuestra moral una vez que vemos a Dolores tomar su medicamento y a Amanda tomando un baño de tina.

Y, para terminar, porque no quería dejar de comentarlo, es que es evidente cómo los directores noveles son cobijados por las personas del medio cuando por fin logran conseguir los apoyos para realizar su ópera prima. Ejemplos hay muchos, a bote pronto podría mencionar al ya reconocido Ernesto Contreras, que cuando realizó Párpados Azules, en la escena en la que la pareja protagónica sale a bailar, toda la gente que está en el salón es gente de staff, maestros y compañeros de generación de Ernesto, que sin el apoyo de esa gente que no recibe nada por estar en la película, simplemente muchas óperas primas no se podrían realizar, no darían a luz a directoras como Natalia.

En esta película podemos ver, por ejemplo, al productor ejecutivo (Kyzza Terrazas) interpretando a uno de los amantes, escuchar al actor Pedro de Tavira haciendo la música para la película (y que también actuaría y haría la música en la ópera prima de Jimena Montemayor En la sangre) y a Claudia Sainte-Luce como extra en el bar donde trabaja otro de los amantes de Amanda, interpretado por Leonardo Ortizgris.













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