“Girasoles silvestres” de Jaime Rosales no sólo es una de las películas más interesantes de la 74 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional, sino también una de las películas más interesantes que se presentaron en San Sebastián en el 2022, según críticos de la talla de Carlos Boyero, Luis Martínez, entre otros. La película es un melodrama clavado de esos que al menos a mí me ponen muy mal, y no es porque sea una película mala, todo lo contrario, creo que es una película buena, interesante, en cuya trama se abordan situaciones importantes y con una destreza correcta, pero por momentos es tan intensa y fuerte en su desarrolla dramático, que salpica, además muchos de ustedes sabrán que yo soy más de hacer el romance y no el drama.
Pero bueno, resumiendo un poco la trama y el discurso que se desenvuelve en ella, la película va sobre la vida de una joven madre con dos hijos (con un complejo de estar perdida) que se involucra en relaciones amorosas (algunas peligrosas) en las que la engañan, dañan y vulneran; reflejando el patrón que esta chica repite, por carencias que que jamás se explican pero pueden ir desde lo íntimo, lo profundo y la infancia; y que en algún punto ella repite no sólo por el hecho de que llega un punto en que se vuelve un espejo de todo lo que absorbió en su pasado, sino por el propio peso de su condición y su carga, pero como toda etapa o proceso en la vida, todo se supera si se tiene paciencia para cambiarse a sí mismo, comprender lo que no se puede cambiar fuera de nuestro alcance en uno y los otros, y reconocer la empatía, el amor y el esfuerzo de quien decide estar a nuestro lado.
La propuesta de Jaime es sencilla y directa, muestra las situaciones como son, con toda su crudeza, sin cargar de un lado o de otro la balanza, sin ser juez y parte, no hay escenas innecesarias de intimidad y eso es de agradecer. Deja correr la cámara y registra a través de desplazamientos simples y naturales, nada que sobrecargue o sobresalte esa noción de naturalidad, uno cree que lo que ve es real, en ningún momento se siente el artilugio del cine, y eso es difícil de lograr, sobre todo en un melodrama.
Anna Castillo logra la actuación de su vida, si bien al principio parece entrar fría al personaje (el montaje también por algunos tramos pudo haber sido más detallado y menos brusco), rápidamente se hace de Julia y crea a través de ella una complejidad emocional que cala, sobre todo en la escena en que explota y refleja todos los demonios que la han menospreciado. El final, es una belleza por su sencillez y por lo que para mí representa, que es la serenidad del encuentro con la paz y conexión familiar, manteniendo una caminata en calma, lejos de los bajos del lago, y los picos de la montaña, me recordó a “Aruitemo, aruitemo” de Koreeda.
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