La cuarta película de la realizadora veracruzana Claudia Sainte-Luce no sólo figurará para el fin de año como una de las mejores películas mexicanas que figuró en festivales importantes de cine en el 2022 (pues nada más tiene en su recorrido a la Berlinale, al FICG y al Festival del Nuevo Cine Mexicano de Durango), sino también como una de mis favoritas, y una película que representa fielmente la idea de que en el cine caben todas las historias posibles, sin que estas tengan que ser violentas, intensas, dramáticas o trasgresoras; es la fiel representación que el cine también puede reflejar esas historias simples llenas de cotidianidad, juegos y retratos que rayan en las realidades de muchas personas en lugares muy pequeños y lejanos, desde la trinchera del cine independiente mexicano tan lleno de corazón.
Neimar tiene ocho años, vive en un pequeño pueblo y está ilusionado por hacer su primera comunión, ya que su abuela le ha asegurado que ese día conocerá a Dios. Su vida transcurre tranquila entre cuidar caballos de carreras, de los que es fanático; trabajar en un tope pidiendo dinero y ayudar a su mamá a vender tamales los fines de semana junto a su mejor amiga, Demi. Toda esta serenidad en el entorno de Neimar cambia de pronto. Su vida se va llenando de decepciones que harán que reconsidere su entorno, dejando de lado su inocencia.
El discurso y la narrativa en la película de Claudia es tan sencilla como efectiva, pues vemos tal cual toda la trama y el desarrollo de la historia contada de una manera que se siente natural y orgánica, esto quizá se deba al hecho de que la película tiene como propósito mostrar una situación de crecimiento, más que un discurso complejo. Hay una universalidad en la historia de Neimar, que vemos capturada esa infancia con la que pocas veces los adultos podemos conectar si no es con películas como esta.
Hay una suerte de espontaneidad que hace que lo que veamos no se sienta como un montaje o algo que está planeado o escrito, se siente como si estuviéramos ante un pedazo de realidad, como si más que una ficción, lo que viéramos fuera un documental (por muchos momentos me hizo recordar a Cosas que no hacemos de Bruno Santamaría), y esto se debe en mucho al trabajo colaborativo entre directora y fotógrafo, pues vemos en cada plano, en cada secuencia y en cada encuadre (que por momentos logran unas composiciones realmente hermosas), una chispa de intuición sobre lo que Neimar está viviendo y está haciendo ante cámara, su interacción con su entorno, con los animales que tanto ama, con las personas, y eso es algo que tiene una belleza tan gozosa que no necesariamente se tiene que describir, Neimar es un niño con y por el que reímos, y con y por el que lloramos, además de que está plagada de personajes realmente humanos, auténticos y honestos, como la abuelita de Neimar o al hombre que pasa a saludar todos los días a su ventana.
El conocer más el contexto y las inquietudes que hicieron a Claudia querer hacer esta película, uno puede intuir porque el trabajo logra conectar de las formas que conecta y las emociones que nos hace pasar a los espectadores, que van desde lo personal (la película se rodó en Tlalixcoyan, lugar de donde es originaria Claudia, Diego Armando Lara Lagunes, el niño que interpreta a Neimar, es su sobrino en la vida real, y ella también sale actuando en la película) hasta la forma en que ella defiende el cine, pues esta película fue realizada sin ningún apoyo económico (es decir, sólo con recursos de ella, equipo conseguido por el productor, y apoyos en especie) y se rodó sólo con muy pocas personas involucradas en el crew técnico, con no-actores que vivían en el mismo Tlalixcoyan, todas estas cosas que abonaron a una forma más liberada y poco convencional de hacer cine según lo dicta la industria (incluso el hecho de no tener como tal un guion literario y diálogos previamente escritos al rodaje), les dio una libertad creativa que lograron asentar perfectamente, y que logra saltar de alguna manera de la pantalla y el espectador es testigo ocular y auditivo en todo momento de esta magia, esta película confirma la máxima de que en el cine siempre, menos es más, cuando sabes lo que con tu discurso quieres comunicar.
La forma en que Claudia concibe el cine, ha hecho que en ocasiones critique la forma en que opera el cine industrial y comercial, y todo lo que este conlleva como aspirar a fondos de realización, postproducción y distribución, cuestión que incluso muchas veces a llevado a hacer declaraciones públicas al respecto (acá un video al respecto), de ahí que ver esta película que en muchas maneras dignifica y además es congruente con el discurso de Claudia tanto en las formas como en los fondos de las historias que Claudia ha retratado hasta ahora en el cine, esta película es un baldazo de agua fresca este año en un cine mexicano tan necesario de historias simples, cercanas, bellas y empáticas; con todas las realidades que caben en nuestro país.
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