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martes, 13 de octubre de 2020

Mon chien stupide: vaciar la casa.





Mon chien stupide es una película francesa del año pasado dirigida, escrita y protagonizada por Yvan Attal, la cual nos llega a México gracias al marco del Tour de Cine Francés, un Tour que siempre hace que nos llegue con más rapidez las películas más interesantes (comercialmente hablando) de los estrenos en salas del país francés.


La película se nos presenta a través de su personaje protagónico en toda su esencia: Henri Mohen. Un escritor de cincuenta y tantos que luego de escribir una gran novela en su juventud estando en Roma de la cual ya no pudo emular el éxito, salvo escribir literatura desechable, y algunos mediocres guiones de película, nos dice de manera directa, cínica y sobretodo honesta, su sentir por sus cuatro hijos y su esposa: ellos son los culpables de no tener inspiración a la hora de escribir. Pero es la llegada de un enorme perro, al que toda la familia cree que Henri fue quien lo llevó, pues le acababan de matar a uno; la que hace que la familia se vaya y deje la casa en paz al menos una noche, es ahí que Henri se da cuenta del gran poder que tiene el perro. Pero es a partir de ese acontecimiento, y el valor de victoria que para él significa ese enorme perro, y el porque es que ama tanto a los perros y lo que lo hacen recordar de su infancia, es que el sueño de Henri se va haciendo realidad, ya fuera porque las cosas encuentran su cauce en la vida, o porque sus hijos empiezan a rebelar una identidad que incluso ellos desconocían de sí mismos, y así como Henri, a su particular manera empieza a sentir el vacío que le hace bien para escribir, pero le va quitando sentido a lo que él creía, no es hasta que Cécile lo deja, que él opta por volver a escribir de verdad, tentando y yendo en contra de su propia naturaleza, dándole a su novela un final feliz, en vez de ser honesto, pero es entonces en el momento que él vuelve a ser honesto, que la ficción se cuela en su realidad, es entonces que el sueño de volver a Roma se hace realidad.


La película tiene varios valores que a mí me parece a bien desmenuzar y puntualizar porque es una película muy destacada, pero los quiero puntualizar más que nada por un motivo: la película no empieza de manera muy sólida. Se nos presenta, como ya lo comencé al principio, con un monólogo en voz en off del protagónico, pero no hay mucho a destacar en esta presentación, salvo la presentación, que a la larga sería importante de este personaje. Y así la primera tercera parte de la película es mostrada más como una comedia muy enredosa, con sus momentos buenos y sus momentos malos; pero conforme va avanzando, y sus personajes se van mostrando, es que la película empieza a tomar forma, en concreto, cuando los hijos se empiezan a ir, no es que haya habido un plan por parte de Henri, pero parece celebrar cada ida, y la celebra me parece por dos razones, la primera, porque así ya podrá sentir paz, esa paz que no ha sentido luego de 25 años; y la segunda, porque ve por fin a sus hijos crecer y no ser dependientes. Pero en cada despedida, aún con el grado de resentimiento que algunos de sus hijos puedan sentir por él, ellos le muestran que nunca lo ignoraron del todo, que al final, aunque no haya estado tan presente, le agradecen que hubiera estado y lo que hizo por ellos, es ahí que empieza a ver un cambio en Henri, pero no me adelanto, este punto quiero exponerlo al final.

Hay un valor técnico que no puedo dejar de mencionar porque en realidad me pareció sorprendente. Hay un movimiento de cámara que me pareció más que espléndido, esto aunado al muy atinado trabajo en el diseño de arte y todo lo que esto concierne (una paleta de colores finísima y una fotografía [sobretodo la de las sombras de Henri] deslumbrante). La música original compuesta por Brad Mehldau, es una pieza que en su sencillez radica su mayor belleza (incluso, por muchos momentos me recordó a la música de la gran película argentina El mismo amor, la misma lluvia de Juan José Campanella), verdaderamente un agasajo que jamás estropea ni el ritmo de la película, ni la trama.

Bien dicen que no hay arte sin un artista detrás de este en un estado visceral, y esta película es una muestra perfecta de ello, pues Yvan plasma en un guion co-escrito con Yael Langmann y Dean Craig, adaptado de la novela "Al oeste de Roma" de John Fante, mucho de sí. Partiendo por el hecho de que la protagoniza al lado de su mujer en la vida real: Charlotte Gainsbourg, con quien lleva casi 30 años de relación, y con quien tiene tres hijos, uno menos que en la película (cabe aclarar que no es la primera vez que trabajan juntos en una producción). A Charlotte la vemos más encantadora que nunca, con momentos buenos y malos, pero hay sobretodo uno más que destacado, que es cuando le dice quién es el que saboteó todo en la vida de Henri. En la película también aparece su hijo mayor en la vida real como su hijo mayor en la película, que curiosamente es el primero que se va, y así sucesivamente pasa con todos los hijos.

La forma en que se nos va mostrando el cambio de Henri es de manera casi imprevista, no hay como un sesgo de su cambio de actitud, de hecho, en el sentido figurado, jamás la hay, nada más hace falta ver el final de la misma, pero sin embargo claramente la hay, es sólo que no está presentada de manera edulcorada como en las comedias americanas, no hay pasar de un oscuro general a toda la gama de colores, no es pasar de la tristeza, la depresión y lo patético, a la gran felicidad, más bien la película ahonda y presenta un gris general y de qué manera, un personaje que al final, cuando narra a su editora el final honesto de su novela, nos muestra ese cambio, cómo en esencia no cambia, pero las cosas que creía lo hacían infeliz y lo importunaban, en realidad eran las que le daban sentido a su vida, uno no puede más que empezar a sentir empatía por este personaje, y que se merece ese final feliz que escribe en su novela, porque al final de cuentas, todos esperamos eso, y se los dice alguien que vive solo y es, de cierta manera, escritor.





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