viernes, 10 de mayo de 2019
La Coleccionista.
Si el cine de Eric Rohmer se pudiera definir en una frase, seguro que sería esta:
"Dejar que el tiempo pase".
Esto definiría a la perfección el cine de uno de los exponentes más serios, firmes y exquisitos de la Nueva Ola Francesa. Pero sin duda alguna si otra cosa define el cine de Rohmer sería: la elaboración. Pero es una elaboración tan perfecta, meticulosa y precisa que uno creería que en sus películas nada está elaborado, escrito, manipulado, es una elaboración tan perfecta que uno ve fluir las cosas en todo aspecto como la vida misma, y llegar a este punto de elaboración es casi imposible, vamos, sólo los grandes pueden hacerlo.
En La Colleccionista, película de 1967 que comprende la cuarta entrega de su grupo de películas denominado "Seis Cuentos Morales" (que en realidad fueron concebidos antes de ser filmados como los capítulos de una novela, pero que al ver muchas cosas tenían que ser vistas para ser entendidas, las palabras no eran suficientes) nos presenta a través de tres prólogos (extraordinarios por cierto) a nuestros personajes principales, su presencia en el filme, sus ideas y lo que buscan en la vida. Haydée, Una chica que va de aquí para allá, Daniel, un pintor nihilista y conflictivo, y Adrien un joven no tan joven, que se dedica al arte y que quiere montar su galería de arte y que tiene que lidiar durante un mes en la casa que tienen el y Daniel en la costa del mar Mediterráneo preparando todo para ganarse a un coleccionista que podría financiar su sueño, pero a la par de esto lo atormenta el hecho de que su novia tenga que pasar ese mismo tiempo en Londres cuando él quisiera pasar ese mes con ella, porque sólo con ella desea estar. Sin su novia a su lado decide entregarse al ocio, al no hacer nada, a no pensar, pero como suele ser en los artistas, e los intelectuales, la nada, es lo que más inspiración nos provoca crear cosas, elaborar planes. Eso se convierte Haydée para Adrien, luego de una presentación poco usual entre ellos, él al poco tiempo se da cuenta que la chica es una especie de coleccionista, y él cree que ella quiere tenerlo entre su colección, cuando en realidad no hay nada que defina esto como cierto, es entonces que Adrien hace un plan elaborado para que ella se despegue de él, él se cree superior como para caer en sus garras, al final hace todo para que ella se aleje, incluso cuando su amistad y su entendimiento es mejor y lo beneficia. Al final queda solo, algo que en el fondo no quería, y decide ir en busca de la mujer que ama.
Hay algo que muchos podrían juzgar y criticar sobre esta película, y sobre muchas de las películas de Rohmer en particular: ¿Por qué todos sus personajes suelen ser seres hermosos, ricos, intelectuales, inteligentes, artistas? La respuesta se divide, es fácil, sencilla, simple; incluso en el prólogo de Adrien se habla sobre la belleza, lo subjetiva que suele ser para algunos, como una suma de conjuntos, y para otros llega ser tan tajante que lo reducen a lo superficial, pero la belleza en los personajes de Rohmer va más allá de lo ordinario: nos resultan bellos esos seres porque a pesar de su belleza física, encontramos belleza en sus pensamientos, en sus dudas y conjeturas existenciales, vemos nuestros pensamientos reflejados en ellos, y eso hace que aunque no sean figuras griegas con belleza tildada de perfección, a nuestros ojos (y sobre todo, pensamiento) son bellos. Pauline Kael hablaba también al respecto sobre esto en su ensayo sobre Bonnie And Clyde de su libro Kiss Kiss, Bang Bang, (en el que también refleja mucho el amor que siente por todo el cine de los direcores de la Nueva Ola Francesa, y su desprecio a muchas de las películas de Antonioni y por Ordet de Dreyer, aunque a sus otras obras las consideras las mejores del séptimo arte) en el que dice que uno empatiza más con personajes bellos, a uno le duele más ver morir la belleza, a uno le alegra mas ver feliz a la belleza, pero a mi parecer va mas allá. (Y miren que no estoy contradiciendo a la master Kael, aunque no le gustara Ordet de Dreyer.) Para nosotros son bellos por sus pensamientos, porque en ellos pasa lo que por nuestros pensamientos pasa, por el lapso en que dura el pensamiento, o sea la belleza, nosotros somos parte de esa belleza, nosotros somos bellos, y no tiene nada que ver con lo físico al final de cuentas.
Con muy pocas películas (ya no digamos directores) me dan unas inmensas ganas de volver a ver una película por segunda vez en un corto lapso de tiempo porque siento que algo se me ha escapado, muy pocas películas me producen el placer como las de Rohmer. Sin duda alguna Rohmer será un director que seguirá cautivando y sumando adeptos de su cine, por lo pronto estará muy presente en las páginas de este blog, sin duda alguna es ya uno de nuestros directores franceses favoritos junto con Bresson y Ophuls.
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