Maestro: "...Y nuestras conexión es tal, que trasgrede el tiempo y el espacio. Me encuentro en lo que -tú- escribes, y te encuentras en lo que -yo- escribo."....
Viernes 22 de marzo
Corrí veinte metros para alcanzar el ómnibus y quedé reventado. Cuando
me senté, creí que me desmayaba. En la tarea de quitarme el saco, de
desabrocharme el cuello de la camisa y moverme un poco para respirar mejor, rocé
dos o tres veces el brazo de mi compañera de asiento. Era un brazo tibio, no
demasiado flaco. en el roce sentí el tacto afelpado del vello, pero no lograba
identificar si se trataba del mio o el de ella o el de ambos. Desdoblé el
diario y me puse a leer. Ella, por su parte, leía un folleto turístico sobre
Austria. De a poco fui respirando mejor, pero me quedaron palpitaciones por
todo un cuarto de hora. Su brazo se movió tres o cuatro veces, pero no parecía
querer separarse totalmente del mio. Se iba y regresaba. A veces el tacto se
limitaba a una tenue sensación de proximidad en el extremo de mis vellos. Miré
varias veces hacia la calle y de paso la fiché. Cara angulosa, labios finos,
pelo largo, poca pintura, manos anchas, no demasiado expresivas. De pronto el
folleto se le cayó y yo me agaché a recogerlo. Naturalmente, eché una ojeada a
las piernas. Pasables, con una curita en el tobillo. No dijo gracias. A la
altura de Sierra, comenzó sus preparativos para bajarse. Guardó el folleto, se
acomodó el pelo, cerró la cartera y pidió permiso. <<Yo también
bajo>>, dije, obedeciendo a una inspiración. Ella empezó a caminar rápido
por Pablo de María, pero en cuatro zancadas la alcancé. Caminamos uno junto al
otro, durante cuadra y media. Yo estaba formando aún formando mi frase inicial
de abordaje, cuando ella dio vuelta la cabeza hacía mi y dijo: <<Si me va
a hablar, decídase.>>
Domingo 24 de marzo
Pensándolo bien, qué caso extraño el del viernes. No nos dijimos los
nombres ni los teléfonos ni nada personal. Sin embargo, juraría que en esta
mujer el sexo no es un rubro primario. Más bien parecía exasperada por algo,
como si su entrega a mí fuera su curiosa venganza contra no sé qué. debo
confesar que es la primera vez que conquisto una mujer con tan sólo con el codo
y, también, la primera vez que, una vez en la amueblada, una mujer se desviste
tan rápido y a plena luz. El agresivo desparpajo con que se tendió en la cama
¿Qué probaba? Hacía tanto por poner en evidencia su completa desnudez, que
estuve por creer que era la primera vez que se encontraba en cueros frente a un
hombre. Pero no era nueva. Y con su cara seria, su boca sin pintura, sus manos
inexpresivas, se las arregló, sin embargo, para disfrutar. En el omento que
consideró oportuno, me suplicó que le dijera palabrotas. No es mi especialidad,
pero creo que la dejé satisfecha.
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