I saw the light, I saw the light
No more darkness, no more night
Now I'm so happy, no sorrow in sight
Praise the Lord, I saw the light
La ópera prima de esta realizadora me parece es, aún con algunas cuestiones narrativas jugándole en contra por la naturaleza de la misma, una de las más destacadas y prometedoras dentro de la escena indie norteamericana.
Antes de abordar mi lectura de esta magnífica película, creo pertinente compartir la sinopsis de la película que se comparte en la mayoría de sitios web:
Tras la súbita muerte de su padre, Haas conoce a Will. La historia de dos jóvenes desconocidos y solitarios que se encuentran a través del vasto paisaje de EEUU..
El enojo agreste subyace y se define no sólo a través de la melancólica y parca presencia de los primeros dos personajes que se nos presentan, por un lado tenemos al padre de Haas completamente perdido por las peripecias de la vida y el destino, que espera cumplir el sueño de su juventud y con la ayuda de un dios que lo miró a los ojos. Por otro lado tenemos a Haas que fue arrastrada por su padre en su desgracia, un cuadro familiar compuesto si de manera particular en el contexto de la película, pero no tan especial en el contexto real por la gran cantidad de historias que se conocen con respecto al sueño americano que no arrastra solo a inmigrantes llegados a este país, sino también a los propios relegados en los campos y valles de cada región de esa dura, áspera, fría tierra a veces tan llena de tragedias y calamidades, aún con la luz que la baña.
El enojo agreste también está en cómo la cámara comandada por Marian enmarca, conduce y dirige la mirada tanto a los personajes de carne y hueso como al gran personaje que es el espacio donde estos se mueven, y como se reafirma su influencia atmosférica por medio de la composición, del montaje y de la corrección de color, pocas veces se ve en una paleta fría y melancólica, una luminosidad tan cegadora y desgarradora, que vemos y justificamos en la dura expresión de Haas, que siempre corre cuando el cielo se le viene encima, antes de la muerte de su padre, en el regreso a la que ya no es su casa, y en el viaje a darle entierro en el lugar que él eligió en vida, y como la vida de la propia Haas se ilumina con la presencia de Will, cuya presencia podría ser un raro y fascinante viaje en el tiempo para que Haas aprenda sobre los sueños que tienen las personas en su juventud y como estos pueden fallar, o simplemente una coincidencia y reafirmación de que uno atrae la historia que nos corresponde.
La falta de diálogos, o la prominente presencia de silencios, aunada a estas secuencias extensas y contemplativas, hacen que la película ahonde en la naturaleza de estos personajes que por momentos parecen sacados de los cuadros de Magritte, Hoover y de Wood, en el que el expresionismo se manifiesta en todo su esplendor. Incluso me hizo recordar en muchos sentidos a los primeros y mejores trabajos de Terrence Malick.
Una película que reluce y saca todo el provecho posible a sus 76 minutos de duración, con esta historia pequeña y anecdótica, pero de propuesta argumentativa bastante interesante por las posibles lecturas que el espectador puede hacer de ella, sobre las razones de cada uno de los personajes y la dualidad del enojo avenido de la esperanza, y como posterior a este viene otra dualidad: un estado de tristeza y/o felicidad avenido de los encuentros y la metaforización de estos.
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