Producciones "La Vieja Escuela" Presentan:

miércoles, 4 de marzo de 2020

Pieces.


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*Pie de nota.
En el siguiente texto los personajes no tienen nombre, y la razón de esto es que los personajes femeninos del relato están inspirados no sólo en una persona, sino en varias. Amigas, compañeras, primas, tías, madre, abuelita, vecinas, y demás mujeres que homenajeo y celebro por la importancia que le dan en su día a día a las cosas que creen importantes, que merecen la pena a pesar de la no-gratificación muchas veces por parte de nosotros. Hoy espero, este texto sea el principio de un reconocimiento y admiración que siempre profeso por ellas, pero muy pocas veces demuestro.
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El café no estaba tan lleno, algo demasiado raro para ser un 14 de febrero, quizá el hecho de que hubiera caído en martes había influido un poco, aún así no dejaba de ser raro, no había modo de que en martes la gente no estuviera enamorada.

La cosa es que había poca gente, la música no era del todo mala, y eso ayudó a que la charla entre aquellos tres amigos se suscitara relajadamente, armónicamente, sin contratiempos. A diferencia de la mayoría de los relatos, historias, cuentos que se cuentan por ahí, incluso películas, en los que por lo general siempre son dos hombres y una mujer los que protagonizan este tipo de encuentros, porque mucha gente sigue creyendo que es más importante tener más hombres que mujeres en nuestras historias, vaya falacia. Pero en esta ocasión eran dos mujeres y un hombre, ellas mayores que él además, y mucho más inteligentes, esta historia básicamente es sobre la generosidad de las mujeres hacia los hombres.

La edad no es importante, nunca lo ha sido, pero igual tenía, este servil narrador suyo, la necesidad de mencionarlo, para darle fluidez al relato como este mismo lo demanda, y no por una ocurrencia propia. No era mucha la diferencia de edad a decir verdad entre ellos, serían 4 años y cuatro años, como los ocho pasos que separaban a Romeo de Julieta fingiendo su muerte, no encontré otra alegoría más cursi a esta que no asimilara la profesión de estos tres personajes, que de teatro seguro no entendían mucho como de sus disciplinas literarias.

Él era escritor, uno no muy bueno, pero al fin escritor. Tenía lo más importante para hacerse llamar escritor: escribía todo el tiempo, incluso durante la reunión entre los tres, cuando ellas atendían mensajes que les llegaban a sus móviles, él fingía revisar cosas de su agenda, cuando en realidad lo único que hacía era estar escribiendo. La mayor de las mujeres era poetisa, una extraordinaria poetisa a pesar de no ser estudiada en las letras, sino una abogada de profesión, sus lecturas de toda la vida la habían hecho querer empezar a escribir, y le encantaba platicar con sus amigos de sobre esas lecturas que la habían formado. La otra chica era ensayista. En realidad ella era una escritora en todas sus vertientes, si bien el chico era un escritor de relatos cortos que sólo eran publicados en un pequeño sitio web dedicado a la literatura y reseñas de libros, y de una novela aún inédita; ella por otra parte había publicado cuentos, ensayos, poesía, novelas, incluso era una editora muy reconocida, por mucho la mujer más talentosa en la mesa en cuanto a las letras se refería.

-¿Qué hacen ustedes cuando se quedan en blanco? -Preguntó él un poco al aire mientras los tres estaban muy concentrados en el postre que estaban terminando. Quizá lo había hecho precisamente para romper ese silencio que se había formado para disfrutar plácidamente ese último trozo de pastel, ese último sorbo de café, la verdad él nunca había sido muy amante de lo dulce, por muy cursis que fueran sus relatos. Bien dicen que los cómicos por lo general suelen ser personas muy serias fuera de personaje.
-Supongo que te refieres a cuando escribimos. -Respondió la ensayista levantando ligeramente la mirada hacia él, fue sólo un microsegundo para volver a atender a ese último trozo de pastel de zanahoria, apresuró ese bocado antes de que alguien más hablara.
-Claro, ¿a qué otra cosa podría referirme?
-A quedarte sin dinero para un proyecto. Que si yo sé de eso. -Dijo la poetisa al tiempo que dejaba ese último trozo de pastel para poner atención al chico que seguía con la mirada en una parte que no era ni su pay de queso, ni su celular, ni la mesa, ni la mirada de ellas. La poetisa se veía muy interesada en seguir la plática, quizá se debía a que también le molestaba tanto silencio en la mesa, quizá su pastel de chocolate no estaba tan bueno, o quizá sólo quería terminar hasta el último su último trozo de pastel, vaya uno a saber la razón.
-No. Me refiero a la otra opción. ¿Qué hacen ustedes cuando quieren escribir y las palabras no salen?
Respondió primero la poetisa
-Yo en lo particular intento no pensar en el asunto, dejo mi ordenador y busco la distracción inmediata. Lo que mejor me sirve es ponerme a pintar. Amo pintar, si no fuera esas dos cosas que soy en la vida, y que amo ser; me hubiera gustado ser pintora. Lo soy en cierta medida, lo sé, pero me hubiera gustado haberlo sido de tiempo completo.
-¿Qué te gusta pintar? -Preguntó la ensayista.
-El mar. Todo el tiempo estoy pintando el mar. Y el atardecer, por supuesto. No podría pintar amaneceres, son muy diferentes, no los tenemos además nosotros de este lado de la bahía. Además los amaneceres son morados, y odio ese color, me recuerdan mucho las caídas que sufría de niña por no querer llevar gafas, a pesar de saber lo mucho que las necesitaba. En cambio los atardeceres me gustan por el color naranja, de ese color son las naranjas. Leer a Saramago me funciona mucho.
-Pues yo me pongo a leer por lo general cuando me pasa eso. -Dijo la ensayista mientras cruzaba sus piernas y acomodaba su espalda en el respaldo de su silla. -Suelo leer a mis escritoras favoritas. Me enfrasco en esas novelas que he leído una y otra vez, y en cuestión de días puedo devorarme decenas de libros, y de pronto, se abre el switch. Tú como haces, ¿estás pasando por una crisis creativa? Deberías ver más películas, a ti que te gusta mucho eso del cine.
-Algo así. Pero no hago gran cosa honestamente. El cine no me sirve mucho cuando estoy en estas circunstancias. Cuando tengo ideas claras y sé lo que quiero escribir, el cine me gusta mucho para reforzar ideas, ver el planteamiento mismo de la historia que escribo desde otra perspectiva, la de cómo le haría el director de la película que estoy viendo para contar mi historia. Esto me ayuda a detectar y corregir errores narrativos -Él sonríe claramente por algo que viene de su memoria- Recuerdo que siendo niño, cuando en la primaria nos encargaban en clase escribir una historia, iba a casa de mi abuelita, a la que siempre recuerdo cuando veo Sonata de Otoño de Ingmar Bergman. Entonces iba a su casa y me sentaba frente a los libros de mi tía, la que es menor que mi mamá, con sólo verlos escribía, jamás me atreví a tomarlos por pensar que en ellos había cosas prohibidas para mi, pero de imaginar precisamente esas cosas prohibidas, es que creaba mis historias, y mis profesores siempre me decían que tenía mucha imaginación, lo decían con una gran sonrisa que siempre creí que ese comentario era para bien. Ya estando más grande, en secundaria y preparatoria, leía esos libros, que siempre iban cambiando, nunca había los mismos, ni en el mismo lugar, yo creía ya tener edad para leerlos todos en aquellos años, ahí descubrí a García Márquez.
-Yo amo "El amor en los tiempos del cólera". -Dijo la ensayista.
-Yo creo que es el único libro que jamás terminaré de comprender. -Respondió el escritor.
-¿Y qué otros autores lees? -Preguntó la poetisa al escritor.
-Me gusta mucho Hemingway. Latinoamericanos particularmente amo a Benedetti. Sus novelas me fascinan, pero su poesía es vida para mi.
-Yo prefiero como poeta a Neruda. Siendo estudiante me fuí becada a estudiar seis meses a Colombia. Años después estuve en Chile también. pero la novela de Benedetti la respeto mucho. Sobre todo La Tregua. -Replicó la poetisa.
-La Tregua es la única novela que me ha hecho llorar. -Dijo el escritor con la mirada agachada, como mostrando pena ante la confesión ante dos mujeres.
-¿En serio?
-Si.
-¿Por? -Preguntó la ensayista.
-El final. Es lo único que te puedo decir. Pero si hablamos de una novela que en realidad me haya marcado la vida, al grado de hacerme ver y concebir el amor de una manera a como lo venía concibiendo toda mi vida, esa es Rayuela.
-Yo no la he leído. -Dijo la ensayista.
-Debes hacerlo. -Respondió la poetisa.

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Al salir de la cafetería, después de que los echaron de esta por la hora de cerrar, (que ganas de haber estado en el París de las películas de Eric Rohmer decía el escritor) apenas pasadas las once de la noche, los tres caminaban por la calle para dirigirse a sus respectivos destinos. Hablaban de lo interesante que sería escribir un cuento lleno de referencias literarias. Entonces de la nada la poetisa le dijo al escritor:

-Oye, al final ya no nos dijiste cómo haces cuando tienes un bloqueo mental de no poder escribir.
-Es verdad. En realidad cuando esto me pasa sólo busco encuentros con personas queridas, busco pláticas profundas, paseos diferentes con personas conocidas, conocer otras personas. Los encuentros suelen ayudarme mucho para encontrar ciertas piezas que necesito a la hora de escribir. Por ejemplo ustedes, ustedes esta noche me ayudaron a querer empezar a escribir justo ahora un cuento, y se los agradezco.
-¿Y se puede saber de qué va?

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