Carlos
Reygadas es un director que desde su primera película dejó muy claro algo: a él
no le interesaba hacer películas para el público en general, pero tampoco para
un público en particular (o quizá sí, pero eso es algo que no voy a tocar en
este texto). A él lo que le interesaba hacer con su cine era exponer sus
obsesiones personales, que son muchas de las obsesiones que la mayoría de las
personas podemos tener, y que muy pocas veces nos atrevemos a confesar.
Desde Japón,
y pasando por cada una de las películas de su filmografía (hoy día ya puedo
decir que Reygadas se une a la muy corta lista de directores de los que conozco
todas sus películas, por muy increíble que esto parezca. Quizá un día de estos
les haga la lista de estos directores) es muy recurrente ver aspectos muy
particulares en todas ellas: el erotismo, el sexo explícito, el lenguaje
poético, su carga existencial, el suicidio como elección, la vida rural (la
única que se sale de este esquema es Batalla en el Cielo, y quizá sea
uno de los factores por los cuales sea la única de Reygadas que no me gusta,
aunque la entienda profundamente), pero detrás de todo esto está otro común denominador
con el que la mayoría de los espectadores a los que no les gusta su cine se
escudan: la provocación.
Reygadas
no es un director al que le guste ser complaciente, porque es en lo excéntrico
y explícito donde él oculta lo implícito y lo poético, es donde Reygadas hace
del acto su sello, y de su obra de autor el retrato del arte mismo como la fragilidad
del ser humano en la vida y la muerte y sus pensamientos y deseos. Llegado a
este punto, es que quiero hablar de la que a mí me pareció su película menos
provocadora para bien, su más reciente película, Nuestro Tiempo.
Reygadas
bien pudo haberle puesto nombre al prólogo de la misma y haberlo titulado
"La batalla de los sexos". Vemos un grupo de chicos jugando en una
pequeña laguna, explorando y haciendo precisamente cosas de chicos: corriendo,
atrapándose, buscando cosas entre el lodo. Acto seguido estos deciden atacar a
un grupo de niñas que están en lo que parece ser una gran balsa inflable justo
en medio de la laguna haciendo cosas de chicas: hablando de la escuela, de sus
padres, mascarillas y demás. Estas son atacadas y vemos la lucha que se da
entre ellos.
Después
somos trasladados a un grupo de jóvenes que están tomando y fumando “mota”, al
parecer hermanos mayores de los chicos en la laguna. Entre ellos está Juan, un
chico algo introvertido que moja el pelo de una chica con cerveza, ella corre
tras él y le dice que tiene que lavarlo, él accede y se meten a la laguna, se
siente la química entre ellos dos, pero no pasa nada, ambos se observan pero
Juan no va tras ella, pues está acompañada por su novio, con quien rato después
de salir del agua se va para tener sexo. En este prólogo ya se nos ha contado
la peculiar historia del otro Juan, el padre de Juan el joven, el poeta; y su
crisis de pareja con su esposa, la otra mitad del medallón, y esta crisis a su
vez encierra muchas crisis más en la vida de Juan.
La
relación entre estos dos es descrita por más de uno como la relación perfecta,
y así lo parece, ambos son los que mandan en su rancho, con sus toros, pero
esto cambia cuando Juan se da cuenta que su esposa luego de un viaje con el
nuevo entrenador de caballos del rancho, un "gringo" llamado Bill,
empieza a ocultarle cosas, cosa que no debería pues desde siempre habían tenido
lo que parece ser un acuerdo sobre su relación abierta, en la que los dos
podían estar con quien quisieran siempre que se tuvieran la confianza de
decirlo y sabiendo que ambos se amaban.
Juan
empieza a notar la irritabilidad en ella por no poder estar más tiempo con su
amante. Está pegada todo el día en el celular, se dice enferma, él sabe lo que
tiene que hacer, y quizá su sensibilidad de poeta lo hace afrontar las cosas de
otra manera distinta, haciendo todo lo posible porque su mujer tenga lo que
necesita para ser feliz. Es claro que él prefiere que su mujer tenga el control
para que todo vaya bien en el rancho, aunque eso signifique que él debe ser
sumiso, asumiendo ese papel femenino que todo hombre tiene, aunque no se atreva
a decirlo o expresarlo, algo que cualquier otro hombre negaría completamente,
pero nadie puede saber con certeza cómo reaccionará hasta verse en esa
situación.
Pero a
pesar de ello Juan se da cuenta que las cosas no mejoran, que no van para bien,
en un acto de reflexión final, acompañando a su amigo moribundo, quien está
rodeado de las personas que lo aman, Juan se libera, su alma sentimental habla,
diciendo que quizá el que ya no sentía amor desde un principio era él ¿Cómo es
que esto puede ser contado en casi 3 horas? ¿Realmente Reygadas es un director
lento, pesado y pretencioso? A mi parecer no.
Para
empezar con los halagos lo haré en algo muy banal: la fotografía. Hoy día
hablar de una fotografía bella quizá sería el menor de los atributos, pero en
verdad si algo hay que valorar del cine de Reygadas es esto (incluso a quien no
le gusta su cine confiesan que si algo ellos pueden rescatar de este es la
fotografía de su obra) y está perfectamente ensamblado con la fotografía todo
lo que vemos en la trama.
La
vida del rancho y cómo la naturaleza es un reflejo poético y un dictado
metafórico de lo que pasa en la relación entre Esther y Juan es algo que en un
principio es muy poderoso, quizá en la parte final no resalta tanto, o ya no le
dan tanta importancia y valor (salvo en el final, ahí es el sentido literal de
la relación acabada con el toro bravo cayendo de la barranca) pero es un valor
narrativo muy impresionante, aunque no se le de tanta relevancia y continuidad.
Otro
gran valor es como Reygadas maneja las escenas en las que hay un enfrentamiento
directo entre Juan y Esther, donde las discusiones de pareja llegan a ser
reales y hay que resaltar dos puntos para entender por qué son tan importantes
y tan bien llevadas: la primera, es que se ve un trabajo de autor influenciado
por otros grandes autores (Bergman, Tarkovski, Dreyer, Lynch). Aquí las peleas
no se ven de melodramatismo barato de televisión, hay un manejo total de la
acción, de la escena, desde el tono, la puesta, la intensidad: se nota que no
es gente actuando, se siente real, y aquí viene el otro gran acierto de
Reygadas: el hacer que su mujer fuera la protagonista al lado suyo.
No es
un secreto a estas alturas del tiempo para nadie que quien sería el protagónico
de la cinta era el escritor Xavier Velasco, y tampoco es un secreto para nadie
cómo terminó la cosa (no profundizaré en esto, si les interesa saberlo pueden
investigar al respecto que aún es fresca la noticia y seguro la encuentran
rápido) así que el propio Reygadas le entró literal y metafóricamente al toro
por los cuernos, y enhorabuena porque para mí hace una estupenda actuación.
Realmente
se le puede ver fluir de manera armónica y muy natural en los momentos en que
le demanda su lado histérico (toda la parte de la fiesta donde ve a Esther y
Bill tener sexo es descomunal, y como a raíz de este encuentro nace en Juan un
fetichismo brutal y bien elaborado) cumple con lo que a mi parecer el personaje
debía encarnar en ese momento, y sin duda alguna su complemento no se queda
atrás: Ester también hace un trabajo más que impresionante, no hay ni un ápice
de pudor en su persona, y enhorabuena.
Había
un escena que a mí en su momento me había dejado un shock, en el que mientras
seguía viendo la película y en estos largos ratos en los que Reygadas
utilizando la voz en off de su hija pequeña en la narración (como la escena del
portón, de la que seguro muchos dirán que es una pérdida de tiempo, yo les
diría que para mí está a la altura de la escena del pay en A Ghost Story
o de la plática en el estacionamiento en Columbus, es decir:
descomunales, aunque a estas personas seguro tampoco les gustan estas dos
películas). Me preguntaba: "pero que carajos le pasa a Reygadas".
Pero luego de un rato logré comprender. La escena en cuestión es la de las
partes internas del motor andando, que no son más que el reflejo de los
recuerdos del encuentro sexual entre Esther y Bill que son las que mueven los
sentimientos y pensamientos de ella, así como las partes del motor van moviendo
el vehículo que la lleva hasta su hogar con Juan y sus hijos.
Hay
escenas en particular que se alejan del relato, pero que a la vez le dan una
fuerza en su conjunto, que por sí solas son impresionantes, como la escena del
recital, o la del avión acompañado con las palabras de Ester para Juan. El
recurso onírico no está tan presente, o tan literal, pero está.
Sin
ser provocativo sólo porque sí, aunque sí lo sea, pero justificadamente,
Reygadas confirma que es un director único de nuestro cine mexicano ¿Qué si es
el mejor de los contemporáneos? La verdad no me interesa responder eso. Lo
único que puedo decir es que con la excepción de Batallas en el Cielo su
cine es un cine que disfruto mucho, en el que me gusta reconocer y apreciar
varias preguntas que incluso yo me he llegado a hacer, y que en su cine no
encuentro la respuesta, pero aun así me respondo, y para mí es de las cosas más
importantes del arte: encontrar.
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