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lunes, 30 de enero de 2017

La ventana del hotel (Primera Parte)


 Cuando desperté estaba en completas tinieblas, sumergido en una oscuridad tremenda, no acostumbraba a despertar a esta hora de la madrugada, porque para empezar nunca estaba dormido a esta hora de la madrugada.

La ventana no se veía, mejor dicho, la luz de la ciudad que entraba por la ventana no se veía. Quizá ella había cerrado las cortinas, algo que jamás pasaba tampoco en aquella habitación, que mas que habitación, parecía ser ya mi casa, pero por esta noche, la sentía mas como un hogar, donde estaba con alguien a quien le importaba, y lo mas importante, que a mi me importaba.

Ella, es difícil hablar de ella, aun mas difícil escribir de ella, mas no pensar en ella. Sentía su respiración en mi hombro, no se escuchaba, al menos yo no la escuchaba, pero si la sentía, como el sonido de un grillo, el sonido del viento entre los pastos secos crecidos a la orilla de la carretera y que los sientes al cerrar los ojos, así la sentía a ella. Yo no la abrazaba, ni ella me tocaba, pero sentía su respirar en mi hombro, me moría por poder volver a tocarla, pero no quería despertarla, no quería que se fuera aun, y si la tocaba lo mas probable era que se despertara y se fuera.

Me levanté con cuidado, desnudo, entre las tinieblas, me dirigí hacia la ventana, quería mirar el reloj, pero para que verlo, el tiempo no es mas que una etiqueta que inventaron para los que no viven de verdad el momento, la intensidad, la pasión, yo había sido así alguna vez, lo fui hace muchos años atrás, cuando tenía amigos, cuando me divertía, cuando trabajaba, pero ya no era así, me encargaba de que la vida fuera algo más ahora.

Abrí la ventana, mejor dicho, las cortinas de la ventana, no había mucha gente, pero si había gente, lo cual hacía pensar que no era tan de madrugada, estaba desnudo, pero no me importaba, la gente que andaba a esas horas en la noche no andaba buscando ni milagros ni lluvia en el cielo, aunque fuera abril, y fuera una ciudad como... Bueno, no creo que sea pertinente ni les importe la ciudad en la que estaba. Pensaba en esas parejas que pasaban, en esos solitarios con sombrero y bolsa de cartón que eran abrigados por sus chaquetas y el licor barato, aunque no era tiempo de frío, por alguna razón aquella noche hacía mucho frío, y yo lo estaba pasando teniendo a alguien en mi cama. Pasaba un joven con un café en mano, este si volteaba a ver al cielo, o mas que al cielo, a las ventanas de los edificios, se le veía un tono melancólico, podría apostar mi existencia a que seguro era escritor, o un pintor, algo tenia de artista o poeta, quizá estaba buscando algo en las ventanas, algo de inspiración, cuando el joven atravesaba por mi edificio escuche la voz de ella a mi espalda diciendo:

-Te vas a resfriar. Te van a arrestar por exhibicionista.
-Ya no hay tanta gente en la calle.

Me senté en la ventana, por la parte de adentro, era una ventana muy grande, y en ella tenía algunos libros, el edificio parecía un hotel, y aunque lo era, las habitaciones del último piso eran departamentos, yo tenía el más grande, el trabajo de traductor en este momento me daba para eso, al menos hasta este mes, el siguiente ya veríamos.

El joven ya había pasado y quien sabe si me habrá visto desnudo, ella se levantó de la cama y se dirigió a mí, con esa mirada felina que tenía, no por lo rasgado de sus ojos, aunque si los tenía rasgados, sino por el color. Sus ojos eran tan parecidos a los de Alejandra, pero tan diferentes, no sé como explicar esto, es sólo que, tenían este brillo que hacían que no quisieras que te quitaran la vista de encima, eran esa clase de miradas que te hacían querer ser una mejor persona, parafraseando a Jack Nicholson en Mejor Imposible. Llegó hasta mí con la colcha de la cama, ambos nos cubrimos con ella y se sentó encima mío.

-¿No te molesto?
-No.
-Soy como los gatos. Siempre tengo que estar molestando ha alguien. Necesito estar en contacto con alguien, rozando otra piel, me encanta que me acaricien.
Para ese momento yo ya había empezado a acariciar sus brazos, después de la noche que habíamos pasado, la única parte de su cuerpo que había descuidado o dejado de acariciar habían sido sus brazos.

-Mi trasero es enorme. -Dijo de la nada después de estar unos segundos en silencio.
-Tu trasero es hermoso.
-Pero no es perfecto.
-Para mí es imperfectamente perfecto.
-¿Por qué no me case contigo?
-Quizá porque llegué muy tarde a tu vida. Me conociste muy mayor. Quizá si nos hubiéramos conocido hace, no sé, cinco años; quizá nuestra historia sería diferente.
-¿Te hubiera gustado conocerme mas joven?
-No lo sé.
-A mí si.
-¿Aunque no te hubiera gustado?
-Me gustaste desde el primer momento en que te vi, ¿y sabes algo?
-¿Qué?
-Me enamoré de ti desde el primer momento en que te oí hablar.
-No te creo.
-Te lo juro.
-¿Aun con mis dientes feos?
-Aun con esos imperfectamente perfectos dientes feos. ¿Qué acaso no lo viste en mi mirada?
-Tu mirada todo el tiempo refiere amor. Aun a los mendigos y drogadictos del puente les regalas amor cada vez que les regalas una moneda. Por eso me enamoré de ti.
-Yo pensé que había sido por mi enorme trasero.
-Y tu falta de pechos.
-Si. -Dijo ella riendo, y acto siguiente besándome. -Deberíamos fugarnos.
-¿A dónde?
-No lo sé. Buenos Aires, tal vez. Una amiga, Karla, dice que es una ciudad preciosa. No tengo hijos que dejar, a mi marido no lo necesito, ni él me necesita; esta muy ocupado con sus demás novias. ¿Tú dejarías a tus demás novias por mi?
-No son mis novias.
-Bueno, a tus musas.
-Conoces la respuesta.
-"Sin dudarlo". ¿Por qué no eres como los demás hombres?
-¿Como?
-No lo sé, mentiroso, deshonesto; así no me dolería tanto dejarte cuando me tengo que ir.

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¿Por qué me gustaran tanto las mujeres preguntonas?

2 comentarios:

  1. ¡Ah, bueno! No sabía que escribías tan bien. Sabía tan solo de tus buenas lecturas.
    Arrancó muy bien la historia, una situación no tan cotidiana que nos va metiendo en clima y personajes, vamos a ver para dónde dispara.
    Abrazo!

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