Un tranvía llamado nostalgia (No sé si me acuerdo de "Un tranvía
llamado deseo" o de "La ilusión viaja en tranvía")
Mini Novela. (Cuento corto)
Llegué a la estación a las 11:00am sin mirar el reloj, tengo el vago
recuerdo de haber visto el reloj antes de subir al tren; pero como decía mi
padre, nunca será lo mismo mirar que ver. El aroma a castaños era claro,
notorio; sobresalía del aroma a pan recién hecho de hogar francés, y del humo
de la locomotora que no quería encender por la humedad ocasionada por la
lluvia. Veía a través del vidrio pero en realidad no miraba nada, sólo veía,
llovía, fuertemente llovía; han visto esa escena de "Casablanca"
cuando Ilsa deja esperando a Rick en la estación y se va solo de París, pues
bueno esa no era mi historia pero me vino a la mente el recuerdo de esta
escena.
El tren salía a las 11:05am, así que fue un milagro que el
guarda asientos me dejara colarme, quizá fue porque estaba discutiendo con unas
señoras en un acento italiano muy molesto. Dicen que si vives en París o si vas
de turista y llueve no hay que llevar paraguas, y si llevar un sombrero con
mucho estilo y clase; pero con la lluvia que pegaba aquella mañana en París era
imposible no llevar paraguas, toda la gente corría a refugiarse como si esta
contuviera una especie de ácido o cianuro, o simplemente tal vez temían que la
lluvia revelara lo que realmente son. Una lluvia tan fuerte que ni la carta de
Rick hubiera podido resistir, esa lluvia que disfrazaran sus lágrimas, una
lluvia igual o más intensa que la que borraron aquellas palabras, la gente
corría durante su trayecto, algunos con paraguas, otros no eran de los pocos
elegidos; yo solo caminaba y sin paraguas pues he de aceptar que a pesar de
todo siempre he sido un romántico.
El tren empezó a andar por fin cinco minutos después, cinco minutos que
si a mi me lo hubieran preguntado yo hubiera respondido que parecería que pasó
mas de una hora (El tiempo siempre es relativo)
Ese día había sido muy extraño, tenía la necesidad de salir, de huir, de
escapar, de olvidar; pero no sabía de que, tenía que ir a trabajar, pero no
fui. Nunca he tenido problemas, tal vez no sea el más buscado, pero me
relaciono bien con todos, todos me respetan, aunque ninguno sienta algún tipo
de cariño o afecto especial por mi, como muchos de ellos si lo sienten entre
compañeros. Pero de pronto, de repente bajo un impulso incluso desconocido deje
la parada de autobus y salí corriendo hacía la salida para ir a la estación de
trenes. Olvidar, ojalá tuviera lago que olvidar, ojalá hubiera habido una Ilsa
que me hubiera rompido el corazón pero no la había, o una mala mujer como
Summer para odiarla y olvidarla, pero tampoco la había; simplemente trepé el
tren y no supe más. ¿Y mi reloj? Que raro. Creo que lo olvidé en mi cajón
junto a el calendario y el ordenador. Ni siquiera se a donde va. Es extraño
no, cuando estamos tristes, en verdad no vemos hacia que destino va nuestro
cuerpo, la mente analiza toda la vida pasada, no tiene cupo para pensar en
nosotros.
Dormí por unas cuantas horas, no tengo precisamente el tiempo tomado de
lo que dormí, creo que fueron un par de horas pero no tengo compañero ni
compañera en mi asiento para respaldar esa información. Ni siquiera se a que
hora escribí lo que llevo escrito en mi libreta, lo que a pasado y todo lo que
está borroneado y dibujado en las hojas anteriores a está en la que ahora estoy
escribiendo. Han visto esa famosa película de Michel Gondry con nombre largo
("Eterno Resplandor De Una Mente Sin Recuerdos" una de las
mejores películas "Únicas" de la historia junto con "Punch Drunk Love" de Paul Thomas Anderson y "El Gran Lebowsky" de
los Hermanos Coen.) donde el protagonista no recuerda al estar en la playa
escribiendo, cuando había arrancado las hojas anteriores que le faltaban a su
cuaderno; pues bueno yo no se a que hora aparecieron estas. Tal vez mientras
dormía la muerte o esa parte que me falta cuando estoy triste por nada y las
escribió por mi.
Pasan minutos y parecen horas, las viejas villas europeas y sus verdes
praderas y valles traen algo de paz, de esperanza en que el mundo de allá
afuera no existe, que solo ha sido una mala pesadilla de veintiocho años. Te
hace pensar que el mundo de allá afuera, el de las ruidosas ciudades no es
real, la realidad duele, asusta, no debería de existir. Tanta miseria, pobreza,
guerra, mala música, adulterio, drogas, violencia; desaparecen al ir mirando a
través del vidrio el verde del cielo y el azul del pasto, te lo juro; es una
lástima que este viaje no sea de veinticuatro horas para ver de que color son
las estrella, por lo menos desde el tren.
Hay una manera de ver y hacer un mundo desde el vagón de un tren.
Adquieres una capacidad infinita de crear miles y miles de historias. Ves
tantas personas, diferentes de color, de piel, de ojos, de edad, pero a la vez
tan iguales. Personas solas viendo a través de la ventanilla como yo, otros
igual solos pero sonriendo mientras llevan a su nariz un pañuelo, no hace falta
decir la importancia y la relevancia que tienen los pañuelos en las viejas y
clásicas historias de amor europeas. Ancianas intercambiando quejas del mundo
moderno mientras ven a un joven lleno de tatuajes que va acompañado de la que
parece ser su novia con el pelo morado y llena de perforaciones, las ancianas
se ríen de uno que otro comentario sarcástico que lanzan entre si. Vemos el
amor en tan diferentes maneras, en tantos aspectos, un par de hermanos
pequeños, niño y niñas más o menos entre tres y cinco años respectivamente,
primero van peleando por lo que parece ser una paleta de juguete, el niño le
pega sin intención a la niña, ella llora y el niño para sanarla y hacer que ya
no llore su hermana por haberla hecho sufrir le da la cura universal, un beso
en el área afectada, el mejor analgésico del mundo. No puedo negar que sonreí y
me olvidé por completo de mí al ver esta escena, este cuadro de fotografía,
pero llamó mi atención un par de jóvenes que se iban besando y golpeando,
besando y jalando los pelos mientras escuchaban música y cantaban una rara
canción. Y tras de mi, como a tres asientos de distancia, un par de adultos;
marido y mujer por lo que se miraba en sus manos, tenían poco tiempo de
casados, hablándose al oído, él decía algo y ella lo miraba sin que él se diera
cuenta mientras acariciaba su pelo y sus orejas, ella lo miraba con esos ojos
de amor de una doncella quinceañera esperando impaciente a su primo que traía
noticias de la carta que su amado caballero le prometió tres días antes cuando
a punto estuvieron de ser descubiertos por el papá de la doncella. Nunca me ha
gustado ser fantasioso pero he de aceptar que desconectarme del mundo real y
crear uno nuevo en aquel vagón de tren me ha dado una felicidad que hace años
no recordaba y que nunca había experimentado; una felicidad que no creía que
fuera capaz de volver a sentir.
Pasaron más horas, o minutos simplemente. ¿Por qué huía en realidad? ¿De
qué huía? La verdad no tenía ni idea, solo sabía que huía. No quería olvidar,
en realidad no había nada que olvidar. Tal vez huía del hecho de que no tenía
nada que olvidar, ningún recuerdo, nada había en mí; tal vez por eso todo lo
miraba maravilloso con los ojos de amor, porque nada era mio, nada era algo que
yo reconocía, nada pertenecía a mi realidad. Hoy era el día en que anunciarían
mi ascenso en la empresa, un joven de 28 años haciéndose cargo de la empresa
francesa más grande en producción de tazas de porcelana, tal vez huía de las
responsabilidades, pero no creo; siempre afronté los problemas de frente, tal
vez huía de lo que no era.
Praga fue el destino, es una maravilla de lugar a pesar del frío, y a
pesar de tener mucho tiempo libre nunca había venido, en repetidas ocasiones
compañeros y compañeras de trabajo me habían invitado a venir pero nunca había
querido, había tantas cosas que hacer y en realidad no había nada, o por lo
menos nada importante. Tanto trabajo y demasiadas cosas por realizar, me
olvidaba de mi y de aquel dicho tan sabio que mi padre me había regalado alguna
vez como tantas cosas me regaló en la vida: "El mundo es un libro, quien
no viaja lee sólo una página". Mi padre era un marinero, creo que en otra
ocasión escribiré de él.
Empezó a bajar toda la
gente y yo bajé al final. Salí de la estación y me senté en la primera banca
libre que encontré, empecé a ver y a mirar a la gente que pasaba por frente de
mi, gente que llegaba, gente que se iba, gente que esperaba, todos se veían tan
felices, no puedo negar que llegué a sentir un poco de envidia, pero de esa que
te da felicidad por cosas que le pasan a la demás gente aunque nunca te lleguen
a pasar a ti. Nunca nadie en mi vida me había recibido así, nunca; o tal vez si
y estaba tan ocupado pensando en otras cosas que me perdí estos momentos. Nunca
he estado solo, siempre ha habido gente muy buena conmigo, en mi lado y a mi
lado; familia y amigos y colegas, pero tal vez la realidad sea que el hecho de
que yo sienta esto es que nunca he hecho algo como para hacer que me extrañen.
tal vez el que no estaba en aquellos momentos era yo.
Se acercó una joven a mí mientras estaba sumergido en mis pensamientos y
me preguntó en francés que si era del grupo de excursión pero no le contesté,
no supe como, después ella me preguntó lo mismo pero esta vez en portugués y
español; yo solo le sonreí pero en verdad no sabía que contestarle. Por último
me dijo que ha que venía a Praga, esta vez en inglés; me pregunto que si
viajaba por vacaciones o trabajo, fue entonces que descubrí porque había subido
a ese tren ese martes por la mañana, porque había ido a parar justamente a
aquella banca de aquella estación de trenes. Miré a la chica creyendo que
sonreía y le contesté: "Vengo a encontrarme a mí mismo". Ella me miró
sonriendo y me dijo: "Quieres unirte a nosotros" y yo contesté que
si. La verdad no sé desde donde estoy escribiendo ahora, solo se que sigo
buscando entre estaciones esa parte de mi que se ha perdido en el tiempo, esa
verdad que ha todo hombre se le ha negado al nacer, esa parte que encontraré
con todas las pistas que durante mi infancia mi padre me dejó para que me
esforzara en encontrar eso que tengo que encontrar como él encontró su parte
entre puertos aún lejanos de este mundo. Buscando ese mundo en el que pueda
quedarme por siempre. Ya sea en la Francia de los treinta, o en el México de
los ochenta, o en la China en la que aún ni siquiera existían vías férreas.
Sigo buscándome en este mundo en el que dice Jean Pierre Jaunet:
"Son tiempos difíciles para los soñadores". Sin aparatos que
me aten, y solo plumas y papel, a veces propias, a veces ajenas, sigo
buscándome; ya no salgo ni huyo ni quiero olvidar, solo sigo buscándome, solo
quiero encontrar....
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