Producciones "La Vieja Escuela" Presentan:

jueves, 12 de diciembre de 2024

"Malta" de Natalia Santa: qué poder ejercemos sobre los deseos de huir.

 


La pieza colombiana de Natalia es una de esas películas que, aún teniendo una sinopsis bien escrita sobre la trama de la historia, y que no se deja cosas ocultas o entre líneas de lo que el argumento desarrolla a lo largo de esta, es una película que de buenas maneras no te esperas.


Mariana quiere irse lejos de Bogotá, lejos de su familia, pero sobre todo lejos de sí misma. Malta es un lugar por donde empezar. Antes de llegar allí tendrá que adentrarse en otros territorios.


En esta película vemos en un personaje como Mariana tan real como complejo, pero también tan enigmático, que sin tener un lugar donde estar, tanto físicamente como emocionalmente, siempre está con un constante deseo de no ser, de no estar, buscando cada noche un refugio en otro cuerpo que habitar, un hombre con el cual estar e irse a su cama para no volver a la dura realidad de su familia (sus hermanos, su abuelo) y la prisión que le representa la mirada de su madre, pero también el incesante y creciente deseo de soñar que puede irse de su propio contexto, de su propia realidad. Un completo estudio de personaje preciso, interesante.

En ese deseo de no estar, está un estudio de la soledad por demás estimulante, que a su vez se acompaña no sólo de la extraordinaria interpretación de Estefanía Piñeres, sino también de la fotografía de Iván Herrera que, además de dispersa por momentos (a propósito) e incluso ambigua (recurso empleado de manera extraordinaria) la elección de Natalia de utilizar planos objetivos y subjetivos precisamente para ampliar y fijar aún más el espectro un tanto vacío y emocional de Mariana, es verdaderamente impresionante, y es justo donde digo que uno no sabe lo que se espera con esta película.

Un refuerzo y equilibrio para la catarsis del personaje de Mariana, y como permea e impregna de ese sentimiento al espectador, es sin lugar a dudas el personaje de la mamá, interpretado magistralmente por Patricia Tamayo (en definitiva lo mejor de la película) que con sólo la mirada transmite toda la dureza, pero también los sentimientos y emociones posibles de una madre frustrada, arrepentida, rebasada por la vida que eligió y no la recompensó. Vemos en Mariana en cierto punto de la película, en el desarrollo inicial (primer acto. Comentar que es una película que, aún dentro de su sencilla narrativa, tiene sus tres actos bien definidos), expresar algo de rencor por su madre, por al persona en que se convirtió por sus posibles errores en la vida, para después encontrar que lo que ella recuerda, sobre quien fue quien en la historia de sus padres; quizá no sea del todo la historia que ella se repetía por su propia lucha, por su propio ensimismamiento. Ambos personajes tienen un sinfín de momentos a lo largo de la película que nos muestra la complejidad de las relaciones entre padres e hijos que no se saben comunicar ni perdonar, pero sobre todo, que no saben reconocer lo parecidos que podemos llegar a ser, o llegaremos a ser.

Malta, o cualquier otro lugar soñado en el mundo en el cual vivir, puede ser, o ser reemplazado con el reconocimiento, con reencontrarnos en nuestro propio sitio, con la pérdida de alguien a quien se ama; o un lugar que jamás llegaríamos a imaginar.


lunes, 9 de diciembre de 2024

“El mirador” de Diego Hernández: las múltiples posibilidades del cine.

 


Antes de acatar del todo mi análisis sobre esta película, debo hacer una aclaración que suele ser muy común en este espacio, de modo que las siguientes palabras no serán sorpresa para los adeptos, pero pueden ser importantes y reveladoras para los que no lo son: suele ser muy complicado para su servidor, más de lo normal, escribir sobre una película cuyo autor o autora; es alguien a quien admiro en demasía, conozco en persona, o puedo considerar un amigo. En el caso concreto de Diego, puedo decir que cae en los tres apartados, pero luego de dos largometrajes y un cortometraje que en muchos sentidos son una escuela para mí, siento que con El mirador, su tercer largometraje; había una deuda que saldar. 


Luego de esta introducción, quiero hacer un apartado, para empezar a enumerar las grandes cosas que tiene esta película en particular, y el apartado va un poco definiendo en lo que para su servidor es la objetividad del crítico, y la subjetividad del cinéfilo. Suele ocurrirme que, con muchos de los directores que más admiro, la película que más me gusta y la película que considero yo como su mejor obra, no suelen ser la misma. Algunos ejemplos podrían ser Fellini, que amo a La dolce vita, pero 8 1/2 es a mi parecer la mejor película en la historia del cine. O Bergman, de quien amo Fresas silvestres, pero El séptimo sello es indiscutiblemente su obra maestra. En el caso de Diego me pasó algo similar, pues aunque me parece que El mirador es en definitiva su mejor película al momento por muchas razones que (ahora si) iré exponiendo, no podría decir que es mi favorita por razones que también expongo. 




Annya y Guillermo son actores que dan pasos con dificultad en su vida adulta: Guillermo trabaja en un Call Center y Annya es conductora de Uber. Tras un malentendido, Annya acepta el viaje de un director que acaba de regresar a Tijuana para producir su nueva película.




Si bien la sinopsis de la película se podría decir que es lo que pasa en la película rigurosamente hablando, o mejor dicho, nos dice de manera clara el qué de la película, justamente entre esas líneas se esconde el cómo, y ahí es donde Diego no solamente hace su película más libre en cuanto a la narrativa se refiere, sino que también de entre ese cómo nos muestra su película mejor hecha técnicamente hablando. 


Quizá partiendo de obviedades de las que obviamente se tiene que partir, hay que hablar de la prodigiosa fotografía por parte de Sebastián Molina, pues no sólo es un trabajo dotado de una exquisitez que pulula verosimilitud, sino que es un trabajo donde la composición está todavía más elevada del cuidado que Diego siempre tuvo con sus anteriores películas, pero acá va más allá, con una total comprensión de cómo la fotografía está al servicio de la historia, y las formas en que se va contando la historia. O dicho en otras palabras, el trabajo fotográfico, todo lo referente a lo técnico, y el gran guion escrito entre Diego y Melissa Castañeda (también productora), va mutando conforme la película; y la narrativa en esta, va mutando de igual manera. Explico a continuación lo que desde mi perspectiva y lectura es, el recurso más propositivo de Diego con El mirador: acá hay más de una película. 





Es rico descubrir cómo Diego presenta estas tres películas (o posibilidades de hacer una película), que giran entorno a la misma historia y que yo las defino de la siguiente manera: la ficción, la ficción dentro de la ficción, y el documental. 



La ficción es tal cual la historia de Annya y Guillermo: sus rutinas, sus amigos, sus trabajos, cosas que nos pasan a todos sin tanta grandilocuencia, y el cómo conocen al director que los invita a ser los protagonistas de su película. Es justo mencionar que, si bien tanto en esta ficción como en la ficción dentro de la ficción, los protagonistas juegan un papel preponderante, es en la ficción que Annya y Guillermo, literalmente siendo Annya y Guillermo (palabras del propio Diego) dotan a sus personajes de una carga perfectamente equilibrada entre realismo y dramatismo, a lo que seguramente sirve el hecho que de alguna manera ambos están inmiscuidos en el arte. Son ellos, en un contexto que también es de ellos y que conocen a la perfección, pero que Diego interviene con una historia dentro de esa realidad, y en la que quiere exponer de maneras muy firmes y claras, como las violencias están, impregnan y permean nuestro día a día con decisiones tan simples, cotidianas y mínimas que uno cree que siempre ha sido así, pero que quizá hace 10 años la gente no reconocería. Creo que la química entre Annya y Guillermo en muchos sentidos hacen la película, mejor dicho: no concibo esta película sin ellos dos. 


La ficción dentro de la ficción corresponde al elemento más ficcionado de la película: el director y su película de la violencia en Tijuana. Y es a través de este personaje que Diego hace una de las críticas más finas al oficio no sólo de lo pretencioso que puede ser para algunos el oficio de la producción audiovisual, sino que muestra toda la figura del artista-turista que cree conocer una ciudad y su historia, sólo con haber vivido en ese lugar antes de tener el privilegio de poder salir, un posible clásico hijo de la oligarquía que cree que puede ser y hacer una diferencia significativa con una película en la que todos los mexicanos que no sean de tez blanca son delincuentes, y que intenta conmocionar a toda Europa llegando a Cannes. En este recurso de la ficción dentro de la ficción es que vemos lo complejos y reales que son Annya y Guillermo, pues si bien ellos quieren sumar y apoyar en un proyecto en el que creen, incluso al grado de hacer a un lado sus proyectos de vida, o al menos acomodarlos para que estos no se interpongan en la oportunidad de hacer su primera película, es que vemos un cambio en ellos conforme se van dando cuenta que la película no refleja en lo absoluto su realidad, porque quién mejor que ellos para conocer su ciudad. Hay una escena preciosa en la que estando en un departamento, el crew de la película festeja el final del rodaje, y vemos como Guillermo mira la vista de la ciudad de noche desde la ventana del departamento que está en lo alto, luego vemos como Annya se para junto a él, y ambos, sin decir nada, sólo con una sonrisa, que acaso podrá simbolizar la mueca de la resignación, chocan sus vasos y miran su ciudad, esa ciudad real de la que tantas veces se habían negado a contar su historia y sus múltiples realidades, hasta que Diego empezó a hacer cine. Incluso creo que es el momento para decir esto: si la película termina en ese momento, habría sido un final perfecto. Pero el final que tiene también me parece el final que requería la película.


El documental es el recurso donde vemos el real impacto de los alcances de la violencia en personas reales, y una vez más, la forma en que Diego logra llegar a este discurso, es magistral. A modo de investigación en el contexto de la película dentro de la película, Diego recaba testimonios de personas cuando la violencia a alcanzado topes extremos en el sexenio de la llamada Guerra contra el narco, donde las balaceras se daban en zonas conurbadas, escolares, o en colonias populares, aquí es que Diego vuelve a los discursos personales de manera muy inteligente, a los temas que le ocupan y son importantes para él, pero en lugar de caer en el efectivismo de una ficción desmesurada, hay toda una forma y un fondo que hacen que de manera muy implícita, nos diga exactamente todo lo que él quiere referir sobre el tema, y lo hace. Así de simple. 





Otro elemento que yo lo considero más ligado al documental que a la ficción, y que además es genial, divertido y muestra esa libertad con la que Diego se mueve en el cine como un artista que sabe que es lo que quiere decir más allá de pretensiones estéticas y filosóficas, es los ejercicios que hacen Annya y Guillermo de improvisación, tanto juntos, como con otras personas, como de manera individual. Cine que se hace de instantes, de momentos cotidianos, de amigos. 



Cierro este análisis tratando de exponer de la manera más correcta el porqué aún creyendo que estamos ante la mejor película de Diego, no es mi favorita, y para no alargar aún más las palabras, debo decir que se debe al hecho de que no me puedo sentir más identificado con el discurso que Diego desprende en “Agua caliente”, sobre lo que para él es el cine, para lo que sirve el cine, y lo importante que son las personas más cercanas en el proceso de ser los artistas que somos o pretendemos llegar a ser, y en consecuencia, los seres humanos reales que queremos llegar a ser. Ahora, con esto no quiero decir que “El mirador” sea totalmente impersonal, ahí están temas que a Diego le importan, como ya lo mencioné, y si bien hay un desprendimiento en el sentido de que él no es ahora uno de los personajes principales, si tiene una aparición bastante importante y peculiar, un personaje el cual aún siendo Diego, yo describiría en cierta medida como la conciencia del creador, pues en las apariciones que tiene su personaje con Annya y Guillermo, siempre está para decirles, platicarles y hacerles las preguntas precisas y pertinentes que los hacen pensar, incluso hacerlos que se cuestionen sobre las decisiones que van a tomar. 


domingo, 1 de diciembre de 2024

Breve comentario sobre “Una historia de amor y guerra” de Santiago Mohar Volkow

 


Empiezo escribiendo que, si bien “Good salvaje” tenía algo, está no tiene casi nada. Pero tiene. 


Empezando con los actores, hay un compromiso tan grande por parte de ellos, que es muy creíble y disfrutable lo que hacen. Ahora, además de Andrew, no sé qué tanto habrán sabido el resto de actores sobre lo que sería esto. 


Si bien es verdad que visualmente es poderosa, hay que decir que es una especie de poder hueco, pues en muchos sentidos todo ese despliegue no está al servicio de la historia, algo que si pasa en el cine de Anderson, los padres de Anderson (por supuesto me refiero a Tati y Andersson) y Kaurismaki [no Kiarostami, ese es otro dios el cual se volvería a morir si lo compararan con Anderson o Mohar].


La película es una completa ridiculez y sin sentido la mayor parte del tiempo, para bien y para mal. Pero tiene momentos bastante interesantes en un discurso que liga no sólo a las dos últimas producciones de Mohar, sino a toda su obra: los alcances de la violencia. 


La escena inicial es como la violencia, cuando es construida a tu servicio, te alcanza a llegar tarde o temprano, que es justo lo que pasa con el cerdo rosado fascista y capitalista en todo el segundo acto. Y si bien en el tercer acto se alcanzan cosas aún más interesantes como el asunto de la violencia generacional, el pago por los pecados de los opresores, el limbo de los desaparecidos y el amor que espera una eternidad y jamás se llega a consumar (con un final además precioso acompañado de una digna pieza musical), no alcanza para pagar la horrenda y nefasta escena del soborno. Esa si, literal y metafóricamente; es una completa mamada. Además del montón de incongruencias, inconsistencias, totalmente anacrónica y errores de continuidad. Y ahí le paro, porque si no me voy a poner a parafrasear al maestro Ernesto Diez-Martínez cuando dice: “ando embergao”. En fin, demasiado fársica para mi gusto. 

viernes, 29 de noviembre de 2024

“Formas de atravesar un territorio”, de Gabriela Domínguez Ruvalcaba.

 


Me resulta un poco imposible empezar a escribir sobre el documental de Gabriela, sin mencionar algunos documentales contemporáneos realizados por mujeres directoras porque, además de que son muy contemporáneos, retratan temas y fondos símiles, pero a través de formas muy diferentes. Y el documental de Gabriela me parece una obra de arte más arriesgada, pero a la vez, más profunda e incluso me atrevería a decir, más personal. Me explico. 


“Lachatao” de Natalia Bruschtein y “El eco” de Tatiana Huezo, son los dos documentales que pongo como ejemplo, más no así como punto comparativo; sobre lo que quiero exponer del trabajo de Gabriela. Por una parte tenemos a Natalia que, como ya lo había expuesto por acá, el hacer un documental con distancia, incluso con algo de desapego, es una arma de doble filo, que si bien no está mal esa manera de registrar, a Natalia no le favoreció del todo desde mi perspectiva. En cuanto a Tatiana, si bien las buenas intenciones están visiblemente expuestas de la gran labor de la cineasta, desde mi percepción, se toma libertades que para mi gusto, o lo que yo busco en el cine; no considero del todo válidas en el cine documental. Pues si bien se puede apelar a la premisa del cinema verité, a mí me parece las razones de están corresponden a cuestiones más de dramatismo, pues ya lo había dicho Kieslowski: “quien soy yo para documentar las lágrimas de las personas”, imagínense lo que habría pensado de documentar la caída de una mujer de la tercera edad que después derivaría a documentar su funeral. 


“Formas de atravesar un territorio” no sólo es un documental cercano, sino una declaración de principios en más de un sentido. Desde el comienzo hay una proximidad, la barrera de la intuición y el temor se rompen, y esto claramente se intuye desde la forma en que la cámara, a través del lente apremia a lo que el ojo de Gabriela quiere que el espectador capte: los detalles. La cercanía del detalle, y cómo este detalle de captar detalles, hace un discurso narrativo cargado de sensibilidad, una sensibilidad que yo siempre asociaré al corazón femenino, que además se confirma discursivamente al doble de lo que Gabriela expone, en el sentido que casi toda la película fue hecha por mujeres tanto frente a la cámara como detrás de la cámara.


Poco después somos testigos de momentos realmente valiosos, hermosos y muy emotivos. El primero, es en una reunión de las mujeres de la comunidad donde una de ellas le expone al resto, hablando su lengua materna (tsotsil) lo que Gabriela quiere hacer con ella, lo que quiere grabar, como lo quiere grabar, cuándo lo quiere grabar, con cuántas mujeres lo quiere grabar, y algo que a mí me pareció importante de ver documentado: vemos cómo la joven mujer le dice al resto de mujeres, que Gabriela quiere pedirles permiso para que le permitan formar parte de su película a través de su labor, pero que también le permitan a ella formar parte de sus actividades y su día a día. 


Más delante vemos, ya en un estudio más ensayístico-autoral, valiéndose de recursos narrativos en demasía propositivos como el uso de fotografías de archivo que no sólo forman parte de este por añadidura a través del montaje, sino de una forma muy particular, muy viva, como quien mira fotos del álbum familiar y al encontrarte una que te detona un hermoso recuerdo, la saca por unos segundos del álbum para sostenerla en tu mano, y después la devuelves a ese cúmulo de historia. Gabriela nos muestra un poco el origen del porqué hacer un documental sobre estas mujeres, sobre su labor en el pastoreo, en el telar, porqué esa necesidad de querer hermanarse con ellas, de conocer sus historias, cumplir ese deseo de romper la barrera, de cumplirle ese deseo a la Gabriela pequeña, feliz desde entonces de saber que en algún momento las iba a conocer. 


La escena de la mujer exponiendo cómo fue su infancia con los citadinos, la imposibilidad que ella tuvo de estudiar, que si bien no le creo ningún rencor hacia su padre, si le nació la determinación de que sus hijas estudiaran hasta la universidad aunque no quisieran, hace que al mismo tiempo que ella agradece que Gabriela esté allí, uno también agradece lleno de emoción, el conocer a gente cuyo vínculo con la tierra haga que la amen, la valoren y la cuiden, también a través del amor a su gente, a su familia. 


Uno podría decir que el documental como tal está completo en los fondos, y los motivos personales de estos, pero Gabriela lleva este ensayo más allá de los convencionalismos y los límites siempre cuestionables de lo permitido en documental y en ficción, que ya en clave de ensoñación y fantasía, crea fragmentos oníricos y poéticos cargados de una belleza visual (valor agregado es como se destaca en estos el uso de película de 16mm y el maravilloso recurso y la forma en que utilizar la luz natural, a través del trabajo fotográfico) en donde plasma justo la belleza de la madre naturaleza, a través de de estas mujeres, su trabajo y sus ovejas, pero también a los problemas que se enfrentan las poblaciones que viven en estos lugares mágicos de nombres hermosos y reales, como lo es la minería. 


En resumen, Gabriela crea con este documental un testimonio de las diferencias que no-separan a las personas de ciudad y pueblo, cuando lo que uno hace y crea, es para intentar dejar un mundo mejor del que nos tocó recibir, derribando barreras de pensamiento que no permiten el bienestar de todo ser vivo de nuestra comunidad, de nuestro entorno, de nuestro mundo. Gabriela sigue sorprendiendo gratamente y nos permite disfrutar de su cine de memoria y emociones, haciéndola, al menos para su servidor; una referente a la cual seguir. 

Breve comentario sobre “Good salvaje” de Santiago Mohar Volkow

 


Pero, ¿qué le hicieron a Mohar Volkow? Y ojo, esto no es una queja en lo absoluto. Impresionante ver el viro que hace Santiago a su cine para los que lo conocimos con aquella insuperable y poco comprendida ópera prima “Los muertos”, aunque aclaro, tampoco sé qué tanto les gustaría este nuevo cine del Santi a sus detractores. 


Más pegada a la comedia fársica que a cualquier otra cosa, logra tocar temas bastante complejos, interesantes e importantes, algunos con atino, otros con algo de irresponsabilidad a mi parecer que se aleja de todo precepto y lenguaje cinematográfico. 


También hay que decir que hay algo de valentía por parte de Santiago al acercarse a este cine, pues sin ser cine de comedia burda con una línea totalmente comercial y que permita que se le considere un proxeneta del arte, si que se acerca peligrosamente por la poca comprensión de los públicos conocedores en el céntimo de que la comedia puede ser buen cine.  


Es interesante como Santiago suma a este juego/experimento a, ademas de notables (o famosos, si así lo quieren llamar), buenos actores. Darío Yazpik, Manuel Rulfo, Andrew Leland, y una Naian que, además de venir a suplir a su hermana en el cine del Santi, está en su mejor etapa en todos los sentidos; todos se suman al juego/experimentos con total dedicación y entrega. No sé hasta qué punto pudieron imaginarse lo que esto iba a ser mientras lo realizaban, pero de que seguramente se divirtieron, no tengo ni la más remota duda. 


Lo basado del arte y el artista, en todos los extremos, para bien y para mal, la ridiculización del depredador extranjero que cree que su falta de cultura le permite apropiarse de las historias ajenas, la cultura del narcotráfico tratado sin decoro ni respeto desde la caricaturización, son sólo algunas de las líneas que Santi despliega y que van desde lo más prodigioso a lo más lamentable, y viceversa, y que lo dejan a uno pensando qué está permitido o no en el arte, en el cine, o en esto; y que derivan en “cine” más libre por parte de Mohar Volkow, pero sí con un dejo de pretenciosidad que al menos, yo le perdono.


Dariela desde la cámara y la gente de arte hacen un trabajo sencillo, discreto, fino, pero extraordinario. 

jueves, 28 de noviembre de 2024

Breve comentario sobre “Lachatao” de Natalia Bruschtein.

 


Se nota que las intenciones de la Bruschtein con este documental en el sentido de no querer tener incidencia en la narrativa salvo en el montaje, y el registro cuasi naturalista de las acciones y las personas que las desarrollan; se deben precisamente a no querer que se sintiera un trabajo maniatado o manipulado, pero desafortunadamente en el registro que hace, a lo que lo hace y cómo lo hace, hace que uno sienta que la directora no está familiarizada o de alguna manera cercana a las personas y al tema que trata de exponer, cosas como el actuar de las hermanitas frente a la cámara hace que llegue a esta conclusión, y esa leyenda al final del documental en donde Natalia agradece la “paciencia” a los niños que aparecen en el documental. Se siente como un registro extranjero, sí tratando con todas sus fuerzas de exponer una situación social complicada e importante, como lo es la lucha de los pueblos en regiones poco accesibles, contra depredadores de los recursos naturales, además de la migración, el desinterés generacional y como en la comunidad de Lachatao se busca combatir esto a través de la educación comunal en los años de secundaria; pero el registro de Natalia lastimosamente a mi parecer queda corto al no lograr penetrar la capa externa del total conocimiento de causa y la confidencialidad. 


Otro tema es el hecho de que, sin hacer spoiler, la sinopsis del documental sí que es un tanto engañosa. 


Técnicamente hablando es un trabajo que tiene mucha luz, una fotografía pulcra, y sin duda alguna lo mejor es la música de Alejandro Castaños, haciendo que algunas secuencias contemplativas, tornen a estas en trazos poéticos de luz, naturaleza y sonido. 


Si bien la película se siente en lo general de correcta duración, si hay algunas secuencias que se alargan un poco, y algunas otras que me parece están de relleno, por lo cual el largometraje debió durar fácilmente tres minutos menos, o bien tener un cortometraje apropiado y concentrado en todos los sentidos posibles solo con la escena en la que se exponen todos los problemas de la comunidad por parte de la pareja de señores en el bosque. 


Cerrando, con todo lo expuesto percibo un trabajo de buenas intenciones, al cual quizá le faltó un poco más de involucración. 

lunes, 18 de noviembre de 2024

Breve comentario sobre “Carnalismo” de José Luis Cano

 



Crecer y vivir en el barrio: la vida es un viaje, carnal.


Creo que la mejor manera de describir en pocas palabras el documental que funge como ópera prima del durangueño y amigo José Luis Cano, sería como la serie de retratos de una forma de vida, de lo que también es arte, un arte que conoce, vive y camina sus calles, las calles de gente real.


Si bien no soy muy fan del montaje que propone, sobre todo en su principio; se puede justificar el empleo de este. Me hizo recordar mucho a los intros de series norteamericanas de finales de los 80’s, principios de los 90’s.

Por una parte, puedo decir que da gusto ver un trabajo visual y fotográfico que respeta en muchos sentidos la identidad de las personas, que si bien las personas que retrata, son unos personajes en sí, no dejan de ser en esencia personas a las que estamos viendo, con sus historias y contextos particulares, con distintos ideales en la vida, procedencias y vínculos emocionales en su condición social, con distintas ilusiones y destinos que quieren cumplir. No sé vuelve sensiblero, dramático, ni cae en lugares comunes. Incluso es refrescante ver un documental de retrato social que no se mete hasta la cocina de la mamá del personaje principal. Narrativamente es un trabajo muy limpio, muy cuidado. El sonido no adolece en lo absoluto, y eso siempre se agradece en primeros largometrajes, sobre todo cuando son documentales independientes. 

También da gusto ver que el largometraje no se siente como un complemento o alargamiento de su cortometraje predecesor (y su idea primaria), aunque sí debo decir sinceramente que desde mi apreciación, los últimos diez minutos se notan más como un recurso para lograr rebasar los 60 minutos de duración que obligan para que una obra audiovisual pueda ser considerada como un largometraje, pero esa es mi percepción y mi punto de vista muy personal.

Cano está creciendo como productor y director de manera notable y prometedora, a través de la forma en que él percibe el arte cinematográfico y los empleos que se le puede dar para generar un impacto social, como es este retrato de personas que si bien están encasillados en un estigma social a través de la mirada que no entiende el origen de esta vasta y riquísima cultura, Cano tratando de mostrarlos humanos, no cae en ningún estereotipo ni se siente manipulación a través del lente, que justo trata de ayudar a que la ignorancia no caiga en discriminación. Retrata de manera bastante digna y con gran fidelidad a un grupo social que, a pesar de sus diferencias y de ser de distintos “barrios”, defienden su crew y su identidad, su integración y su convivir; que luchan todos los días por respeto y comprensión, más que por dignidad y aceptación. Da gusto percibir en Cano a un director que tiene la intención de hacer un arte para la gente, más que un arte para estar encerrado en un museo.


viernes, 18 de octubre de 2024

Ahora la luz cae en vertical: formas de sobrevivir a las violencias primarias.

 


Sólo tenemos palabras

Cada una las suyas

Que dialogan con el silencio


Hacía mucho tiempo que una película no me llevaba a un grado tan demandante de introspección, de pensamiento y meditación para saber qué tanto bien hacían este tipo de ejercicios, o si realmente había la necesidad de hacer una película así, y es que son exactamente las preguntas que yo suelo hacerme antes de crear algo a través de las imágenes, el sonido y el discurso. 


Al decir esto también digo de manera metafórica, pero que ahora arrojó de manera explícita, que hacía mucho tiempo que una película no me emocionaba y me conmocionaba en medidas muy similares como el documental de Efthymia Zymvragaki



Quizá lo primero que debería de mencionar es un aspecto muy atinado en cuanto a la forma se refiere: la narración hecha a través del lenguaje del cine diario. Si bien más allá de la parte personal que hay de la directora en la obra, pudo haber otras formas de llevar esto a la pantalla y quizá contar esta historia de manera más ligera (o incluso más dura, como es el breve ejercicio de ficción que cree el personaje principal que está haciendo) se hace una especie de manifiesto o tratado por parte de la directora con el espectador, mediante el cual, sin nosotros saberlo conscientemente, se nos dice:

“ven, te voy a contar la historia de Ernesto, y también la mía. Y por muy dura, y cruel, y vil que sea; aquí estoy para protegerte, porque yo ya he vivido esto”.

Justo es este tratamiento de cine diario, el que hace que en apariencia veamos la narración con la medida correcta de distancia la mayor parte del tiempo, con la voz de la directora en off marcando el timing todo el tiempo, no sólo contando su historia y la de Ernesto, sino también sus intenciones con el documental y las formas que quiere emplear para ello; con muy pocas y acertadas intervenciones de Ernesto en el espacio temporal real del documental, y una serie de imágenes y secuencias que si bien forman parte del contexto espacial de la vida de Ernesto, vida a la que se asoma Efthymia durante el tiempo que convive con él y la lleva al otro lado del remolino que une sus historias, parecieran no se hilvanan o sujetan a una narración lineal; pero es justamente todo esto lo que la directora hace deliberadamente para que precisamente el espectador se percate de que, más que buscar ser este ejercicio una apología de la violencia, sobre víctimas y castigadores; busca, sin justificar ni condenar las historias que se retratan de perpetradores de la violencia, se busca contar la historia de dos personas que fueron heridas, he hirieron de maneras extremas. 


Necesario creo es decir quién es Ernesto. Ernesto es un hombre de sesenta y pocos años que vive en una de las Islas Canarias y que, contacta a la directora griega afincada en Barcelona, para que haga una película sobre su vida, ella acepta con algo de temor, pues sabía que inminentemente contar la historia de Ernesto la haría recordar y volver a vivir su particular historia con su padre en Creta, otra isla que, como suele pasar en particular y símiles lugares, la vida de las personas son muy parecidas, sus rutinas, sus padecimientos, sus dolores internos. 


Ernesto cuenta de manera muy vívida, sin complejos y tapujos, su vida marcada por la violencia, desde niño a través de su padre. Al principio, la violencia psicológica hacia él, pero también la violencia física hacia su madre, y como después él replica de iguales maneras esa violencia a su pareja y su hijo, hasta que él comprende que la única forma de romper el vínculo, y tratar de curarse al mismo tiempo, mientras curaba a su hijo de la condena y la violencia, era alejándose, como en su momento Efthymia lo hizo de su padre, pues pareciera que la violencia sólo tiene dos destinos, y pareciera en ese sentido las mujeres son mucho más fuertes que los hombres, y este comentario lo hago sin generalizar por supuesto; pues mientras la mayoría de los hombres repetimos patrones, nos quedamos en el seno, pero replicamos las violencias; las mujeres sufren el dolor de la ausencia y el exilio con tal de sobrevivir, huyen y en el acto cargan con la memoria de una violencia que jamás desaparece, pero al menos se puede vivir conciliando con ella. 


Muchos podrían juzgar la exposición que hace la directora de la historia de Ernesto, como la cuenta sin tapujos, y en cambio la de ella no profundiza y apenas arroja esbozos o detalles que jamás llegan a los límites y detalles que Ernesto cuenta; pero me parece que Efthymia sí cuenta todo eso, y lo hace de maneras responsables y conscientes, pero a través de formas poco ortodoxas, precisamente para despistar al espectador, y que no se sienta tan abrumado, que evidentemente se sentirá abrumado por la naturaleza de lo narrado, pero para el espectador será como ver un aparatoso accidente de refilón con el rabillo del ojo mientras va conduciendo, y no estar viviendo el accidente con el coche prensándote sin poder respirar. Acá es necesario, muy necesario; entregarte a Efthymia y leer entre líneas, adentrarse a las sombras para encontrar la luz. 


No hay agresión en la decisión de Efthymia en contar esta historia y hacer este documental, en primero, porque ni romantiza, ni justifica, ni juzga a los dos protagonistas (Ernesto, que aparece a cuadro y después no, y el padre de Efthymia que sólo aparece por la descripción que se hace de él y su historia con ella) sólo nos cuenta su historia, por más cruda que sea; pero sin imágenes que precisamente susciten a esa violencia, sino todo lo contrario, Efthymia hace que a través de la cámara y todo lo que vemos, se nos sugiera que, en los lugares donde impero una oscuridad profunda y lacerante, también puede haber luz, armonía, felicidad. Y si en el ejercicio de introspección Efthymia no da los detalles más duros que seguramente vivió con su padre, es porque implícitamente ya están contados a través de la historia de Ernesto, que si lo dice Efthymia de maneras simbólicas a través de la intimidad en el retrato de lo visual, y metafóricas a través del discurso. 


En el título del documental, que no descubrimos su naturaleza sino hasta casi el final de este, vemos más allá de las intenciones de Efthymia de contar estas historias, la de ella y Ernesto, y que de alguna manera a ella la asustaba pues los hermanaba a pesar de lo que él fue, con ese otro él que se despertaba a través de los malos sueños, el alcohol y su patología. Hay una clara necesidad por parte de ella de hacer las pases y reconciliarse con su padre, aunque ya no esté, somos testigos de su regreso a Creta después de tantos años, buscando respuestas y formulando preguntas que la acompañarán y formarán parte de ella por el resto de su vida al igual que su padre. Es entonces que al final, como suele pasar en el cine diario, Efthymia nos confronta, preguntándonos “El amor es una pregunta o una respuesta” en esta pregunta va implicado todo, el dolor de no saber cómo decir te quiero cuando lo debemos hacer, la valentía que ello implica, y en cambio lo fácil que es repetir las aberraciones que venimos arrastrando sistemáticamente de generación en generación. Ahora la luz cae en vertical para que el espectador reflexione, se deje sumergir en esa catarsis como quien se sumerge al mar, y cree la tesis que genere sus propias conclusiones del por qué a pesar de todo, el amor y el perdón pueden más, y Efthymia dedica esta obra tan difícil y hermosa (y que llevó a su servidor al borde de las lágrimas) a su papá. Y a nosotros también. 


sábado, 12 de octubre de 2024

“Ida Vitale” de María Arrillaga: inventarios de la cándida vejez.

 



No hay casualidad en el azar.

Lo que uno llama azar

es nuestra imaginación insuficiente.”


La película de María me parece que, aún con su corta duración, crea de manera detallada el retrato fidedigno y significativamente cotidiano de una Ida que nadie creería que para las fechas en que este documental se realizó, tenía 96-99 años. Una mujer con una fuerza vital desbordante, con una lucidez tremenda (que ya quisieran tener varios veinteañeros y treintañeros que conozco) que sin duda y significativamente transmite toda la vida que ha vivido y toda la obra que ha escrito. Uno ve como a pesar de que la gran poeta ya está colocada en los anales de la literatura, y que en su país la quieren mucho, aún se toma su tiempo para revisar sus archivos, sus cajas, sus papeles, mientras invoca a un personaje secundario que está, pero no está: Enrique Fierro. La vemos caminar sin prisa por todo lugar donde haya plantas y las observa y las toca, y luego la vemos cargar con sillas, con bolsas, con libros, con flores, antes de subir al estrado de algún encuentro donde le rinden homenaje. Este retrato de la Ida de ahora, del presente, que aún juega con las palabras y ese ente inocente que es el alfabeto. 


María asume un riesgo y me parece que, aparte de afortunado es bien intencionado, pues tal como lo dice el título por todo lo alto, “Ida Vitale”, no podría tratarse de otra cosa que no sea Ida Vitale, pero además uno agradece que el retrato venga, como ya lo comenté antes, desde la Ida del presente, es decir, no con la clásica revisión de su obra, o sólo sustentándose de material de archivo y entrevistas. Como ya lo comenté, es una apuesta arriesgada que quizá a muchas personas les costará, pero en lo personal yo lo agradezco. 


En lo técnico-narrativo, tiene cosas muy diversas y valiosas que además de hacerlo atractivo, abona a que el espectador se sumerja en el juego de surcar el viaje, ya sea por mar, carretera o tierra; al mundo y lenguaje poético. Sin duda el más importante, representativo y primero en orden de aparición, es el juego del alfabeto, en el cual la directora bajo la guía sí de Ida, pero también del lenguaje dentro de la obra poética de la artista, va dictando el cursor del documental a través de estas palabras sueltas que por momentos incluso juega con el espectador de manera metafórica (como el Sol es representado por una noche de fiesta y las luces cálidas de las farolas en la calle) y lo lleva por caminos en los que parece uno puede adivinar la frase que viene, pero no llega (en el mar esperando que la letra M lo represente, pero llega un Murciélago). La figura que camina, se mueve, fluye por lo largo y ancho del documental, se nos presenta atendiendo cotidianidades, buscando algo entre sus cosas mientras habla de todo y nada, y por momentos recitando algún poema en voz en off; y justo en estos momentos, en los que acompañada todo el tiempo por una fotografía hermosa llena de luz y filtrada por un empañamiento que le da una textura muy particular, es que una música divina hace que uno entre en total estado de introspección. Si el documental se hubiera centrado más en estos momentos donde uno intuye, ve y lee más las particularidades de Ida en sus paseos y su amor por la naturaleza, es que quizá habríamos tenido una obra maestra. Aún así estamos ante un arriesgado, valiente y atinado documental que hubiera alcanzado un buen grado de perfección, sin demeritar toda la belleza que hay en este; si la directora hubiera prescindido de la infame y muy lamentable escena de los reyes de España. 


Finalizo estas palabras comentando un hallazgo muy especial: quizá sea que como pasa con ciertos géneros cinematográficos en los que, más que haber elementos o fórmulas que tengan de llevar de manera obligada, hay ciertos símiles o espejos que uno puede distinguir como lenguajes universales que sólo los artistas y poetas pueden ver en el universo y que pueden resultar ser la mitad de una unidad que viaja a cientos de kilómetros o incluso a través del tiempo, como puede pasar en las películas con narrativas poéticas. En “Ida Vitale” encontré tres momentos que hermanan al documental con el cortometraje “Alejandra… todavía Alejandra” de Andrei Maldonado: en el viaje en el mar, muy temprano en la película, al lente de la cámara se le traspone una especie de filtro para que la imagen adquiera además de ciertas texturas, distintos tonos del azul predominante; en la música de caja con manivela que suena en la plaza del pueblo, y en el plano desde el avión.