Me resulta un poco imposible empezar a escribir sobre el documental de Gabriela, sin mencionar algunos documentales contemporáneos realizados por mujeres directoras porque, además de que son muy contemporáneos, retratan temas y fondos símiles, pero a través de formas muy diferentes. Y el documental de Gabriela me parece una obra de arte más arriesgada, pero a la vez, más profunda e incluso me atrevería a decir, más personal. Me explico.
“Lachatao” de Natalia Bruschtein y “El eco” de Tatiana Huezo, son los dos documentales que pongo como ejemplo, más no así como punto comparativo; sobre lo que quiero exponer del trabajo de Gabriela. Por una parte tenemos a Natalia que, como ya lo había expuesto por acá, el hacer un documental con distancia, incluso con algo de desapego, es una arma de doble filo, que si bien no está mal esa manera de registrar, a Natalia no le favoreció del todo desde mi perspectiva. En cuanto a Tatiana, si bien las buenas intenciones están visiblemente expuestas de la gran labor de la cineasta, desde mi percepción, se toma libertades que para mi gusto, o lo que yo busco en el cine; no considero del todo válidas en el cine documental. Pues si bien se puede apelar a la premisa del cinema verité, a mí me parece las razones de están corresponden a cuestiones más de dramatismo, pues ya lo había dicho Kieslowski: “quien soy yo para documentar las lágrimas de las personas”, imagínense lo que habría pensado de documentar la caída de una mujer de la tercera edad que después derivaría a documentar su funeral.
“Formas de atravesar un territorio” no sólo es un documental cercano, sino una declaración de principios en más de un sentido. Desde el comienzo hay una proximidad, la barrera de la intuición y el temor se rompen, y esto claramente se intuye desde la forma en que la cámara, a través del lente apremia a lo que el ojo de Gabriela quiere que el espectador capte: los detalles. La cercanía del detalle, y cómo este detalle de captar detalles, hace un discurso narrativo cargado de sensibilidad, una sensibilidad que yo siempre asociaré al corazón femenino, que además se confirma discursivamente al doble de lo que Gabriela expone, en el sentido que casi toda la película fue hecha por mujeres tanto frente a la cámara como detrás de la cámara.
Poco después somos testigos de momentos realmente valiosos, hermosos y muy emotivos. El primero, es en una reunión de las mujeres de la comunidad donde una de ellas le expone al resto, hablando su lengua materna (tsotsil) lo que Gabriela quiere hacer con ella, lo que quiere grabar, como lo quiere grabar, cuándo lo quiere grabar, con cuántas mujeres lo quiere grabar, y algo que a mí me pareció importante de ver documentado: vemos cómo la joven mujer le dice al resto de mujeres, que Gabriela quiere pedirles permiso para que le permitan formar parte de su película a través de su labor, pero que también le permitan a ella formar parte de sus actividades y su día a día.
Más delante vemos, ya en un estudio más ensayístico-autoral, valiéndose de recursos narrativos en demasía propositivos como el uso de fotografías de archivo que no sólo forman parte de este por añadidura a través del montaje, sino de una forma muy particular, muy viva, como quien mira fotos del álbum familiar y al encontrarte una que te detona un hermoso recuerdo, la saca por unos segundos del álbum para sostenerla en tu mano, y después la devuelves a ese cúmulo de historia. Gabriela nos muestra un poco el origen del porqué hacer un documental sobre estas mujeres, sobre su labor en el pastoreo, en el telar, porqué esa necesidad de querer hermanarse con ellas, de conocer sus historias, cumplir ese deseo de romper la barrera, de cumplirle ese deseo a la Gabriela pequeña, feliz desde entonces de saber que en algún momento las iba a conocer.
La escena de la mujer exponiendo cómo fue su infancia con los citadinos, la imposibilidad que ella tuvo de estudiar, que si bien no le creo ningún rencor hacia su padre, si le nació la determinación de que sus hijas estudiaran hasta la universidad aunque no quisieran, hace que al mismo tiempo que ella agradece que Gabriela esté allí, uno también agradece lleno de emoción, el conocer a gente cuyo vínculo con la tierra haga que la amen, la valoren y la cuiden, también a través del amor a su gente, a su familia.
Uno podría decir que el documental como tal está completo en los fondos, y los motivos personales de estos, pero Gabriela lleva este ensayo más allá de los convencionalismos y los límites siempre cuestionables de lo permitido en documental y en ficción, que ya en clave de ensoñación y fantasía, crea fragmentos oníricos y poéticos cargados de una belleza visual (valor agregado es como se destaca en estos el uso de película de 16mm y el maravilloso recurso y la forma en que utilizar la luz natural, a través del trabajo fotográfico) en donde plasma justo la belleza de la madre naturaleza, a través de de estas mujeres, su trabajo y sus ovejas, pero también a los problemas que se enfrentan las poblaciones que viven en estos lugares mágicos de nombres hermosos y reales, como lo es la minería.
En resumen, Gabriela crea con este documental un testimonio de las diferencias que no-separan a las personas de ciudad y pueblo, cuando lo que uno hace y crea, es para intentar dejar un mundo mejor del que nos tocó recibir, derribando barreras de pensamiento que no permiten el bienestar de todo ser vivo de nuestra comunidad, de nuestro entorno, de nuestro mundo. Gabriela sigue sorprendiendo gratamente y nos permite disfrutar de su cine de memoria y emociones, haciéndola, al menos para su servidor; una referente a la cual seguir.