A pesar de que en el pasado festival de Cannes, obtuvo el Premio del Jurado, la crítica se dividió entorno a la más reciente obra del veterano director polaco Jerzy Skolimowski, y creo que en muchos sentidos se debió al atrevimiento y osadía de tratar de alguna manera re versionar la obra maestra del maestro Robert Bresson, por supuesto me refiero a la magnánima “Al azar Baltazar”, pero me parece que la película del maestro Jerzy, aún no resultando una obra maestra, aporta desde los tiempos contemporáneos, a la fábula del dolor de los seres sometidos a los caprichos del depredador más grande del planeta Tierra: el hombre.
La película es el tránsito por la vida de este burro gris de ojos melancólicos, vemos cómo en su edad adulta, que es cuando inicia el argumento planteado, es amado, protegido y cuidado por Kasandra (Sandra Drzymalska, que también es co-guionista de la película), y podemos ver, cómo mediante un tratamiento que posteriormente trataré de exponer, EO también ama a Kasandra, pero justo cuando al circo donde donde Kasandra y EO comparten su vida, le prohíben tener animales, es cuando la vida de EO cambia, y experimenta momentos buenos y momentos malos, encontrándose con gente buena y gente mala; atravesando en el víacrucis que es la vida, un destino que, si bien es fatídico y se puede leer por sentado, porque al final de cuentas todos morimos, su muerte es muy distinta al de un burro llamado Baltazar en el siglo pasado.
La narrativa del maestro Jerzy desde mi punto de vista sorprende en muchos sentidos y tiene un valor por demás notable, aún cuando está no sea igual de sólida durante todo e filme. Hay una osadía y proeza en el hecho de que un hombre de 85 años (82 al momento que la rodó) haya recurrido a que, a través de una narrativa fresca en el sentido tecnológico, la historia de EO se contara y fuera entendible tanto para una generación cada día menos identificada con el cine contemplativo, pero también a quienes amamos su cine polaco de los 80’s y la inspiración de EO en particular.
Si bien sabemos el truco del cine, en el sentido que sabemos que EO fue interpretado por seis burros, y que las lágrimas de uno de ellos no son reales cuando Kasandra se despide de él, o su llanto cuando se despide por segunda vez, o sus caras de asombro; o bien si pueden ser reales, pero que no ocurren justo en el momento que la película lo plantea, pero estas si llegan a transmitir emociones reales y verdaderas en el espectador; y esa es la magia del montaje empleado por Jerzy. Otro de los grandes atributos de la película es como fotográficamente la cámara capta la mayor parte del tiempo en cuasi primerísimos planos (mismos que hacen más próxima y sensorial la experiencia en la vida de EO, y en consecuencia la tesis es más potente) tanto a EO como a las personas que se cruzan con su nostálgica vida, tanto buenos como malos, y en este sentido el tratamiento llega a ser muy parecido al que Bresson propuso con Baltazar, pues si bien Bresson no recurrió a esta especie de planos, y su tono era más contemplativo y general; sí que la figura de la vida de un animal para tratar y plantear la belleza y hostilidad de la vida en diferentes personajes de paso, los entornos en los que está, y las atmósferas creadas en estos.
Hay un elemento que simbólicamente me resulta poderoso y que además dada por una lectura de nuestros tiempos es catárticamente notable, este elemento es la de luz roja, pues no sólo simbólicamente es como tal la manifestación en que el realizador le dice a todo aquel que se enfrenta a la obra “aquí viene el peligro” sino que también de alguna manera es una advertencia y un foco para poner atención en las cosas que hacen que este mundo sea tan desagradable para los animales, en este caso representados por un asno que atraviesa una profunda depresión por haber sido apartado por dos seres que amaba, una niña que lo salvaba de la muerte, y una yegua blanca que no lo correspondió.
Quizá la debilidad en la película de Jerzy, o por la cual muchos críticos le quitaron importancia a su obra, es que los momentos que rozan perfectamente a la obra de Bresson en cuanto a naturalidad y realismo se refiere, pierden fuerza cuando el montaje interviene e influye en las acciones de EO y en su destino, pero para mí aunque es evidente la barrera que propone y un es palpable ambas formas de narrativa, ninguna hace menos a la otra.
La música acompañada por los encuadres en que vemos los ojos tristes de EO, es realmente perfecta y catártica, estrujan al espectador con una empatía tremenda que yo no había sentido en el corto plazo más que con el maravilloso documental “Cow” de Andrea Arnold, o la huida de EO que me remitió a la fuga en la perrera de “Hagen y yo” de Kornél Mundruczó, y que además, muchos de estos planos y secuencias que son fáciles de identificar fotográficamente, también Jerzy nos plantea la idea que, al igual que el humano, los animales también pueden tener deseos y sueños, como correr libre por la pradera, o no ser menospreciados ni confundidos con caballos o vacas, como lo manifiesta ese final. La película también podría ser un manifiesto sobre la identidad y la dignidad.