“No hay casualidad en el azar.
Lo que uno llama azar
es nuestra imaginación insuficiente.”
La película de María me parece que, aún con su corta duración, crea de manera detallada el retrato fidedigno y significativamente cotidiano de una Ida que nadie creería que para las fechas en que este documental se realizó, tenía 96-99 años. Una mujer con una fuerza vital desbordante, con una lucidez tremenda (que ya quisieran tener varios veinteañeros y treintañeros que conozco) que sin duda y significativamente transmite toda la vida que ha vivido y toda la obra que ha escrito. Uno ve como a pesar de que la gran poeta ya está colocada en los anales de la literatura, y que en su país la quieren mucho, aún se toma su tiempo para revisar sus archivos, sus cajas, sus papeles, mientras invoca a un personaje secundario que está, pero no está: Enrique Fierro. La vemos caminar sin prisa por todo lugar donde haya plantas y las observa y las toca, y luego la vemos cargar con sillas, con bolsas, con libros, con flores, antes de subir al estrado de algún encuentro donde le rinden homenaje. Este retrato de la Ida de ahora, del presente, que aún juega con las palabras y ese ente inocente que es el alfabeto.
María asume un riesgo y me parece que, aparte de afortunado es bien intencionado, pues tal como lo dice el título por todo lo alto, “Ida Vitale”, no podría tratarse de otra cosa que no sea Ida Vitale, pero además uno agradece que el retrato venga, como ya lo comenté antes, desde la Ida del presente, es decir, no con la clásica revisión de su obra, o sólo sustentándose de material de archivo y entrevistas. Como ya lo comenté, es una apuesta arriesgada que quizá a muchas personas les costará, pero en lo personal yo lo agradezco.
En lo técnico-narrativo, tiene cosas muy diversas y valiosas que además de hacerlo atractivo, abona a que el espectador se sumerja en el juego de surcar el viaje, ya sea por mar, carretera o tierra; al mundo y lenguaje poético. Sin duda el más importante, representativo y primero en orden de aparición, es el juego del alfabeto, en el cual la directora bajo la guía sí de Ida, pero también del lenguaje dentro de la obra poética de la artista, va dictando el cursor del documental a través de estas palabras sueltas que por momentos incluso juega con el espectador de manera metafórica (como el Sol es representado por una noche de fiesta y las luces cálidas de las farolas en la calle) y lo lleva por caminos en los que parece uno puede adivinar la frase que viene, pero no llega (en el mar esperando que la letra M lo represente, pero llega un Murciélago). La figura que camina, se mueve, fluye por lo largo y ancho del documental, se nos presenta atendiendo cotidianidades, buscando algo entre sus cosas mientras habla de todo y nada, y por momentos recitando algún poema en voz en off; y justo en estos momentos, en los que acompañada todo el tiempo por una fotografía hermosa llena de luz y filtrada por un empañamiento que le da una textura muy particular, es que una música divina hace que uno entre en total estado de introspección. Si el documental se hubiera centrado más en estos momentos donde uno intuye, ve y lee más las particularidades de Ida en sus paseos y su amor por la naturaleza, es que quizá habríamos tenido una obra maestra. Aún así estamos ante un arriesgado, valiente y atinado documental que hubiera alcanzado un buen grado de perfección, sin demeritar toda la belleza que hay en este; si la directora hubiera prescindido de la infame y muy lamentable escena de los reyes de España.
Finalizo estas palabras comentando un hallazgo muy especial: quizá sea que como pasa con ciertos géneros cinematográficos en los que, más que haber elementos o fórmulas que tengan de llevar de manera obligada, hay ciertos símiles o espejos que uno puede distinguir como lenguajes universales que sólo los artistas y poetas pueden ver en el universo y que pueden resultar ser la mitad de una unidad que viaja a cientos de kilómetros o incluso a través del tiempo, como puede pasar en las películas con narrativas poéticas. En “Ida Vitale” encontré tres momentos que hermanan al documental con el cortometraje “Alejandra… todavía Alejandra” de Andrei Maldonado: en el viaje en el mar, muy temprano en la película, al lente de la cámara se le traspone una especie de filtro para que la imagen adquiera además de ciertas texturas, distintos tonos del azul predominante; en la música de caja con manivela que suena en la plaza del pueblo, y en el plano desde el avión.
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