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sábado, 17 de abril de 2021

La bicicleta. Por Valeria Luiselli.





*Texto extraído del libro de ensayos Papeles falsos.

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Guarde su distancia
La bicicleta está a medio camino entre el automóvil y el zapato; su ligereza permite a quien va en ella rebasar las miradas peatonales y ser rebasado por las miradas a motor. Así, el ciclista es dueño de una libertad extraordinaria: la invisibilidad. La naturaleza híbrida de su vehículo lo coloca al margen de toda vigilancia.
El único enemigo declarado del ciclista es el perro, animal obscenamente programado para perseguir cualquier objeto que se mueva más rápido que él. Y claro, también son peligrosas las bestias que conducen automóviles. Aun así, el ciclista es suficientemente invisible como para lograr lo que el peatón no puede: pasear en soledad y abandonarse al curso al curso de sus meditaciones.
Cada bicicleta se ajusta, además, a las necesidades de su dueño. Existen bicicletas para todos los temperamentos: las hay melancólicas, emprendedoras, ejecutivas, salvajes, nostálgicas, prácticas, ágiles y parsimoniosas. Más que los perros a sus dueños, las bicicletas se asemejan a su ciclista. En ellas, el hombre se siente realizado, representado, resuelto.
Como señala Julio Torri, autoproclamado admirador del ciclismo urbano, ni el avión ni el automóvil guardan proporción con el hombre, pues su velocidad es mayor a la que este necesita. No sucede lo mismo con la bicicleta. El que maneja una elije la rapidez que mejor se adecue al ritmo de su cuerpo, y eso no depende más que de los límites naturales del propio ciclista.
La bicicleta no sólo es noble con el ritmo del cuerpo,: también es generosa con el pensamiento. Si uno es propenso a divagar, es perfecta la compañía sinuosa del manubrio; cuando las ideas tienden a deslizarse en línea recta, las dos ruedas de la bicicleta pueden cuestionarlas; si un pensamiento aflige al ciclista y traba el natural discurrir de la razón, basta con buscar una pendiente bien inclinada y dejar que la gravedad y el viento produzcan su alquimia redentora.
Es cierto que la bicicleta se puede utilizar para lograr un fin distinto del mero paseo: existen deportistas, afiladores, repartidores y ciclotaxistas. Pero también es verdad que andar en bicicleta es de las pocas actividades callejeras que aun se pueden concebir como un fin en sí mismo. Habría que llamar bicicletista al que se distingue de los demás por concebirlo así. El que ha encontrado en el ciclismo una ocupación desinteresada de resultados últimos, sabe que es dueño de una extraña libertad, sólo equiparable con la de la imaginación.

Alto
Si en el pasado la caminata fue emblema del pensador, y si en algunas ciudades todavía se puede caminar pensando, poca relevancia tiene para el habitante de la ciudad de México.
El peatón defeño lleva la ciudad a cuestas y está tan sumergido en la vorágine urbana que no puede contemplar más que lo que tiene inmediatamente frente a él. Por otro lado, los que usan el transporte público están restringidos a sesenta centímetros cuadrados de intimidad y a pocos metros más de horizonte visual. Tampoco se salva el automovilista que se transporta envasado al vacío, ni escucha ni huele ni mira ni está realmente en la ciudad: el alma se le va embotando en cada semáforo, su mirada es esclava de los anuncios espectaculares, y las leyes misteriosas y anárquicas del tráfico imponen la pauta a sus facultades imaginativas.
Escribía Salvador Novo que <<la renuncia a embonar paso a paso nuestros ritmos internos -circulación, respiración- en los pausados ritmos universales que nos rodean , arrullan, mecen, uncen, sobreviene cuando a bordo de un automóvil nos lanzamos con velocidad insensata a simplemente anular distancias, mudar de sitio, tragar leguas>>. El bicicletista, a diferencia del que va en automóvil, logra esa velocidad arrulladora y despreocupada del paseo, que libera el pensamiento y lo deja andar a piacere. Deslizándose sobre dos ruedas encuentra el paseante la distancia justa para observar la ciudad de México y ser a la vez cómplice y testigo de ella.
La velocidad de la bicicleta permite una forma particular de ver. La diferencia entre volar en avión, caminar y andar en bicicleta es la misma que hay entre mirar a través del telescopio, el microscopio y la cámara de cine. El que va suspendido a medio metro del piso puede ver las cosas como a través de la cámara cinematográfica: tiene la posibilidad de demorarse en los detalles y la libertad de pasar por alto lo innecesario.
En la ciudad de México, sólo alguien montado en una bicicleta puede declararse de un ánimo romanticoextravagante al pasear.

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