Los
Años Azules es una película mexicana del 2017, ópera prima
de la directora Sofía Gómez-Córdova, que narra el día a día de cinco jóvenes
que viven en una casona descuidada de la ciudad de Guadalajara, en calidad de
roomies, todos por algún motivo diferente. Vemos en cada uno de ellos, de distinta
manera, cómo sobrellevan una clara crisis de identidad, la cual se manifiesta a
ratos en gozo y alegría, a ratos frustración y tristeza.
Al
igual que ellos, y algunos personajes que aparecen ocasionalmente en la órbita
de esta casa, incluido al sexto inquilino, un gato que es testigo (y en muchas
ocasión quizá, la mirada de lo que nosotros vemos), de cierta manera sirve como
hilo conductor en la historia (muy parecido al gato de Amelie al que le gusta
escuchar historias), nos vamos dando cuenta de cómo la casa en realidad funge
como metáfora de lo que parece ser la vida desmoronándose (al igual que la
casa) de estos personajes perdidos sin rumbo, pero que al final no son más que
sólo aves de paso por ese acantilado en la ciudad, como todos en algún momento
de nuestras vidas, cual papel tapiz oculto detrás de paredes desgastadas, o
dibujos inmensos que nacen sobre estas.
Quizá
la mayor virtud de esta película es cómo los personajes de la misma no están
atados como tal unos de otros, al tener a cinco personajes principales la
opción fácil o sencilla hubiera sido haber hecho una película coral y dar voz a
cada uno en medida proporcionada, pero la directora no lo hace, y da a sus
personajes total libertad al grado de que dos pueden ocupar largo rato en el
desarrollo de su situación y pasar más de 15 minutos sin saber de alguno de los
otros personajes.
Cada uno
personifica un problema y eso de alguna manera hace que nos identifiquemos con
alguno; la única cosa que comparten todos, además de pequeños momentos, quizá
sería la juventud y la preocupación latente de ya no serlo tanto como para
tener esa clase de crisis y problemas. El desarrollo de los personajes se da
prácticamente a lo largo de la película y no hay una preocupación por acelerar
deliberadamente su naturaleza, aunque esta situación no manejada a la perfección
puede ser un arma de doble filo, como ocurre por momentos en esta película, ya
lo dice el viejo dicho: "el que mucho abarca, poco aprieta".
Quizá
lo que se podría reprochar en este departamento es que, aunque no están todos
conectados todo el tiempo (lo cual reitero, está bien) la directora en cierto
punto no les da la misma importancia, tanto así se nota que justo antes del
final, en el clímax de la misma, el peso dramático recae sólo en dos personajes.
Bastante bien ejecutado cabe resaltar, aunque la escena del llanto de uno de
los personajes por la muerte de su padre no es ni remotamente tan buena al
momento de conectar con el espectador, como la de Tom Cruise en Magnolia,
pero esa ya es otra historia.
Con
algunos detalles técnicos a mi parecer notorios, pero menores para el
desarrollo de la historia, tanto en audio, enfoque y ensamble de secuencias;
pero otras cosas que son dignas de resaltar como el diseño de producción y la
paleta de colores con tonos oscuros y azules que remiten melancolía y tristeza
que da perfectamente con el discurso que se quiere dar, (y no puedo dejar de
mencionar ese principio que me pareció fantástico, y esa peculiar participación
del director Marcelo Tobar).
Los
Años Azules es una propuesta interesante para explorar
esos conflictos y problemas que pueden venir con la edad al no tener bien
definido el camino que queremos tomar, los miedos que vienen al no saber
interactuar con nuestro entorno, y también un par de temas interesantes que
podrían venir implícitamente en la película, como lo son el del desapego
emocional con la familia al salir de casa, ese estar y no estar; y el de como
vemos amenazantes a los más jóvenes por como empiezan a explorar y buscar su
camino, cuando nosotros quizá no lo tenemos aún definido sin ser tan jóvenes, y
como nuestros discursos hacia ellos se van mostrando muy parecidos a los de
nuestros padres hacia nosotros.
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